Es más, se nota en el video la intención de seguir golpeándolo.
Después de analizar las escenas, medité acerca de una larga lista de boxeadores fallecidos en el ring, entre otros, Tubagus Sakti, el jovencito de tan solo 17 años a quien me refiero en el párrafo anterior. Los nombres saltaron en mi memoria no porque guste de semejante carnicería sino por una clase que impartí acerca del trauma craneoencefálico. Durante la misma, un alumno de cuarto año de medicina me dijo: “El boxeo no debería existir”. Yo le pregunté la razón de su comentario ya que no habíamos deliberado acerca del dicho deporte sino sobre accidentes automovilísticos y me respondió: “Busque la lista de muertos en combate (en Internet) y se dará cuenta”. Lo hice y quedé estupefacto: Entre 1949 y 1962 hubo 56 decesos a causa de los golpes que recibieron. El siglo XX fue muy trágico para los boxeadores: más de 600 fallecidos.
¿Qué hay reglas? Por supuesto. Desde que estableció las primeras el marqués de Queensburry en Inglaterra (1867) pero, ¿debe llamársele deporte a una actividad donde dos hombres o mujeres se golpean las regiones más preciadas del cuerpo hasta el momento/riesgo de caer en estado de coma?
Vivimos en el siglo XXI, teóricamente un siglo civilizado donde condenamos las guerras, la violencia doméstica, la violencia en nuestras sociedades pero a la vez, cuando hay una pelea de “famosos”, muchas personas compran cerveza, se arrellanan y hasta con sus hijos disfrutan de ese grotesco festín de porrazos.
¿Y qué decir de las apuestas? Todo depende de los gallos que se enfrenten.
El boxeo no amateur es un negocio y en ciertos países ha sido casi abolido, España entre otros. Pero, algunos civilizadísimos como Estados Unidos, se han convertido en la meca del pugilato.
En una pelea pactada a diez rounds, si hay mucha agresividad, en 45 minutos pueden encontrarse algunos o todos los signos clínicos de un traumatismo cerebral (moderado-severo): Aturdimiento, confusión, desorientación, obnubilación, falta de coordinación en los movimientos del cuerpo, habla entorpecida, respuestas incoherentes, fatiga, convulsiones y estado letárgico. El coma puede ser de segundos, minutos o semanas hasta llegar a la muerte. Todo ello sin contar las consecuencias a largo plazo.
La conmoción cerebral usualmente está presente en los peleadores al final de un combate. Es la condición patológica de más incidencia porque buscan golpear la cabeza del adversario, primordialmente, hacer daño en el rostro.
A la vanguardia de los Colegios Médicos del orbe, el 27 de enero de 1992, el Colegio Médico de Chile hizo pública una declaración en relación a esa disciplina (por sus implicaciones éticas). Con mucho tino, los colegas chilenos advirtieron que: “Los boxeadores vienen a ser elementos de una organización que mueve grandes cantidades de dineros e intereses comerciales a expensas del seguro daño físico de los contendientes. Por ello, el Colegio piensa que es preciso dar un paso decisivo en la prohibición de este pseudo deporte”. [Numeral 11, Implicaciones éticas. Informe Ethos N° 30 (2003)].
Conste, no es el sistema nervioso central el único afectado. Los golpes al tórax provocan severo daño a los pulmones, el aparato auditivo sufre en demasía, hay desprendimientos de retina y algunos púgiles terminan hasta con asimetría facial. Sin dar por descontado las lesiones intraabdominales que han llevado a muchos al quirófano.
¿Puede entonces llamársele deporte a una actividad donde el objetivo es descalabrar físicamente al contrario? Todo boxeador aspira, sueña con ganar una pelea por un knock out llevando al oponente a un estado inconsciente. Y los daños que ocasione no serán consecuencia imprevisible, concurrirán con absoluta intencionalidad.
En la mayoría de los deportes no se busca lapidar al contrincante, en el boxeo sí. Hay un propósito claro y preciso.
Y ahora, se ha dado paso al pugilato femenino. Las hijas de Muhammad Ali y Joe Frazier lo han hecho internacionalmente conocido. Y, como si fuera una actividad edificante, recién se ha empujado a niños a participar en peleas de jaula.
¿No es tiempo acaso de volver los ojos hacia un ethos deportivo que tenga más principios de humanidad?
Usted dirá.
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