Inexplicablemente, tanto en nuestras regiones urbanas como rurales, prolifera a granel una oferta escolar —desde preprimaria a nivel medio—, que de servirse con seriedad, pondría en más aprietos al ya enmarañado estamento universitario público porque no habría posibilidad física de albergar a tanto estudiante. Las aulas de los primeros años de la Universidad de San Carlos están desbordadas a pesar de que, los exámenes de admisión, constituyen un dique insalvable para muchos que intentan remontarlo.
Aparentemente estamos ante una contradicción: A más oferta escolar preuniversitaria menor capacidad del alumnado para aprobar simples pruebas de ciencias básicas y lectoescritura.
¿Qué está pasando entonces?
Desde nuestra perspectiva: Treinta años atrás, en Alta Verapaz presumíamos de tener dos excelencias. Una, la calidad que ostentaba nuestra educación preprimaria, primaria, básica y diversificada; la otra, el incuestionable nivel de nuestro baloncesto. Hoy, 18 de noviembre de 2013, no podemos decir lo mismo de nuestro contexto educativo. La cantidad cada vez mayor de candidatas y candidatos que no pueden tener acceso al nivel universitario por la endeble preparación que llevan del nivel medio es para asustarse.
Dando una ojeada hacia el pasado cercano y consultando con personas que han bregado toda su vida en el nivel educativo diversificado encontramos que, nuestra precipitación al submundo de la mediocridad pedagógica, coincide con la proliferación de escuelas normales en el interior de toda la República. Hasta en lugares impensables —por lejanía o ausencia de personas que puedan servir los cursos— se puede encontrar dónde graduarse como maestro o maestra. Y estaría bien, del todo bien si aquellos centros tuvieran una excelente atención en su quehacer diario. Pero no la hay y el título sale sin ningún control más que el propio de la institución. Y aquel maestro o aquella maestra, también sale a hacer lo suyo.
Y en las áreas urbanas no nos quedamos atrás. Cada año aparecen más y más colegitos, escuelitas y centritos con unos nombres que provocan pena. Esos nombres dicen mucho. Y ojo que cada día es mayor la cantidad de instituciones privadas en tales condiciones. De esa cuenta, también es mayor la cantidad de estudiantes que no puede aprobar una sencilla prueba de lectoescritura. No tienen ni la más remota idea de la sinonimia y la antonimia ni la capacidad de identificar fenómenos semánticos. Así, la lectura que debiera ser comprensiva es completamente incomprensible para ellos. Por supuesto, tampoco pueden relacionar conceptos.
Como si lo anterior nada fuera, la matemática, la física y la química les resultan en un lenguaje tan extraño como el chino antiguo. No obstante, como dije anteriormente, el título sale y junto al cartoncito, comienza a cargarse una enorme cauda de frustraciones y a reproducirse aquel caos que sólo puede catalogarse —como decía mi profesora de Pedagogía de la Educación Superior—, «en la teoría pedagógica del como sí: donde el maestro hace como si enseña y el alumno hace como si aprende», y los dos, en un insensato contubernio, no se molestan: El uno conserva su chance y el otro promueve al grado inmediato superior.
En esas circunstancias, cada año también, producimos graduados que ni siquiera pueden definir qué son. Para muestra un botón. Hagamos la prueba. Si usted tiene algún conocido graduado de bachiller pídale que en 60 segundos responda a cabalidad: ¿Qué quiere decir la palabra bachiller?
Cuando haya hecho el ejercicio, seguro estoy de que compartirá conmigo: Algo tenemos qué hacer.
Cuidado entonces al elegir a dónde enviar familiares a educarse. La oferta escolar preuniversitaria 2014 es variada y ya está a la mano o ¿a la venta?
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