Muchos empiezan a dibujar un futuro inmediato con un modelo de negocios basado en las entregas a domicilio. Relaciones sociales mediadas por mascarillas obligatorias y dos metros de distancia y especulaciones sobre una industria del entretenimiento sin eventos masivos, incluyendo futbol y conciertos. Casi una oda a los relatos de ciencia ficción de los años 70 del siglo pasado.
Otros, con algo de razón, preguntan si de verdad queremos volver a esa normalidad en la cual la pandemia se i...
Muchos empiezan a dibujar un futuro inmediato con un modelo de negocios basado en las entregas a domicilio. Relaciones sociales mediadas por mascarillas obligatorias y dos metros de distancia y especulaciones sobre una industria del entretenimiento sin eventos masivos, incluyendo futbol y conciertos. Casi una oda a los relatos de ciencia ficción de los años 70 del siglo pasado.
Otros, con algo de razón, preguntan si de verdad queremos volver a esa normalidad en la cual la pandemia se insertó dentro de una estructura política y financiera aparentemente sólida, pero que resultó incapaz de sostenerse ante la histeria bursátil y que en su colapso está aplastando el empleo.
No parece haber una sola respuesta.
España permitió hace poco que los niños volvieran a salir a las calles. Francia parece tener también un plan para un regreso gradual, que primero enviaría a los niños a las escuelas. Luego están los países en que el confinamiento jamás cerró los negocios y apeló a la responsabilidad de cada uno para aislarse. Otros simplemente siguen negando que la pandemia sea un problema y exigen que todo vuelva a ser como antes: nada más y nada menos que volver a abrirlo todo y esperar que quien tenga que enfermarse y morir simplemente lo haga, y ojalá sin hacer mucho escándalo.
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La tecnología va a jugar un papel clave en este nuevo normal. Las aplicaciones que van a permitir trazar la ruta de contactos de quien se contagia o determinar los peores momentos y lugares para un contagio también empezarán a ser adoptadas por Gobiernos. La efectividad de estas herramientas va a ser un desafío para modelos democráticos frágiles, en los cuales la discrecionalidad es norma. Que se lo pregunten a los que todavía no dejan las instalaciones para cuarentena en San Salvador.
Sin embargo, esas ideas de futuro son muy diferentes para aquellos que viven día a día y cuya supervivencia propia y familiar depende de buscarse la vida en la calle. Las imágenes de gente protestando en Honduras o Panamá por que la prometida ayuda estatal de alimentos no ha llegado o es insuficiente nos dan una idea de cómo se va a ver ese nuevo normal del futuro inmediato: el hambre ya está aquí. Eso era lo que se dibujaba en los ojos de la anciana que encontré el domingo en unas calles desiertas de la zona 10 de Guatemala tratando de vender libros para colorear.
Tal vez algunas prioridades para el nuevo normal podrían comenzar por abordar las temáticas que se han probado más urgentes: la inversión pública en un sistema de salud que no dependa de la habilidad de montar hospitales y morgues de campaña, generar empleos con cobertura que no entren en el infinito arco de la informalidad (que abarca a los consultores que entregan mensualmente sus facturas y a vendedores informales por igual) y promover la pequeña y mediana empresa como motor de una economía dinámica.
Todas son preguntas abiertas cuyas respuestas dependen de hacer funcionar las instituciones y de que estas respondan a los principios de un gobierno democrático.
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