También debe servir para recordar que los humanos somos los únicos seres vivos que estamos en condición y obligación de remediar las crisis que hemos generado.
En nuestro medio existe la tendencia a pensar –y por lo tanto a actuar a tono con ello– que debemos consumir intensamente nuestros bienes naturales, incluso hasta agotarlos, tal como muchos países del Norte lo hicieron. A riesgo de simplificar demasiado, habrá que considerar que algunos de esos países, a través de poderosas políticas públicas distributivas, se aseguraron de utilizar los beneficios monetarios de los bienes naturales para construir capital social y establecieron regulaciones ambientales firmes para estabilizar y revertir problemas ambientales de carácter territorial. A nivel atmosférico, por supuesto, la situación fue diferente. El acelerado y desproporcionado crecimiento económico industrial condujo a niveles de emisión de gases con efecto de invernadero que han impulsado cambios en el clima, cuyas consecuencias ya padecemos en todo el planeta.
Resultaría sumamente inteligente y estratégico para nuestro país impulsar un modelo de gestión ambiental –y por lo tanto de desarrollo– acorde a nuestra realidad y aspiraciones que, entre otros aspectos, replique lo bueno y reprima lo malo de las experiencias del Norte. En nuestro país no solo no hemos podido asegurar que la utilización de nuestros bienes naturales conduzca al bienestar social generalizado sino que muchos de estos se destruyen sin que tengan algún beneficio tangible.
Los problemas ambientales pueden definirse como el conjunto de hechos y circunstancias que se reflejan en agotamiento, degradación y contaminación del ambiente natural que repercuten en el bienestar social y la estabilidad del sistema país. Estos problemas, en nuestro caso, han alcanzado dimensiones de crisis porque para la mayoría de ellos, manteniendo el esfuerzo actual de gestión, está en duda la posibilidad de modificarlos y cesarlos.
El sistema socio-ecológico desarrollado por el Argentino Gilberto Gallopin, adaptado por IARNA-URL y también utilizado como marco analítico para varias investigaciones, es útil para comprender nuestra realidad sistémica y establecer relaciones causa-efecto. Considera la coexistencia de cuatro subsistemas íntimamente relacionados: el económico, el social, el natural y el institucional.
Una aproximación básica, pero muy ilustrativa, al Sistema Socio-Ecológico de Guatemala permite algunas explicaciones útiles. En la esfera del Subsistema Económico, la economía –conforme los valores constante del PIB– ha crecido a un ritmo promedio de 3.5% en la última década, crecimiento que los expertos califican de mediocre al mismo tiempo que señalan su concentración en pocos poseedores de los medios de producción. La estructura de la economía y las condiciones de soporte –como las carreteras, sistemas de riego, investigación, financiamiento, entre otros– es excluyente de tal manera que más de la mitad de la población vive en condiciones de pobreza y padecen todas las secuelas de esta. Los indicadores de nuestro Subsistema Social son desesperanzadores en general.
Consecuentemente, estas particularidades económico-sociales son directamente impulsoras de los problemas y las crisis en el Subsistema Natural. Por ejemplo, generan un promedio de 113.82 millones de toneladas de desechos sólidos –solo 1.3% corresponde a los hogares– que se depositan en suelos y agua, prácticamente sin tratamiento. Emiten un promedio anual de 45.6 millones de toneladas equivalentes de carbono –casi el 60% de estas son atribuibles a los hogares, tanto por la combustión de leña como por la intensidad de uso de combustibles fósiles en el transporte, le siguen las actividades de generación, captación y distribución de energía eléctrica. Se utiliza o pierde un promedio anual de 32.5 millones de metros cúbicos de madera, lo cual se traduce en una pérdida bruta de más de 130,000 hectáreas de bosques naturales. Se utiliza un promedio anual de 32 millones de metros cúbicos de agua, la mayoría con un enfoque eminentemente extractivo –no hay inversiones para almacenamiento y distribución y menos para garantizar recarga hídrica en las cuencas.
En términos generales, al menos el 70% de la actividad económica depende directamente del subsistema natural. Como respuesta, a través del Subsistema Institucional –exageradamente modesto por cierto– se canalizan recursos que no van más allá del 0.6% del PIB, de lo cual, casi el 65% se utiliza para pago de salarios, de tal manera que las inversiones son prácticamente nulas.
En síntesis, nuestra condición de subdesarrollo se puede fácilmente comprender a partir de los desbalances someramente descritos. En contraposición, el desarrollo solo será posible si mejoramos cuantitativa y cualitativamente de manera simultánea en los cuatro subsistemas. Bajo esta aproximación, la calidad del medio natural depende del nivel de desarrollo del sistema país, y el punto de partida son las instituciones. Instituciones conducidas por líderes genuinamente comprometidos con el desarrollo integral y no con los negocios particulares.
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