El libro también podría titularse No hay nada nuevo debajo del sol porque tiene precisamente la capacidad de hacer que el lector descubra cómo muchos de los procesos que hoy consideramos contemporáneos no son sino repeticiones de errores pasados. Particularmente en materia de seguridad y de política pública de salud.
Hay detalles interesantes en el libro.
Por ejemplo, la referencia a que la Santa Inquisición prohibió en México el consumo del peyote. Sí, esa planta que hace que los ojos se maravillen estaba conectada con los rituales religiosos aztecas. En tal sentido, su prohibición era solamente uno de los tantos mecanismos para cristianizar a México en cuanto a usos, costumbres y rituales de culto. Otro de los detalles interesantes —quizá de los más interesantes del texto— es la referencia al artículo constitucional (de la Constitución mexicana de 1917) sobre la prohibición del consumo de todas aquellas sustancias que ensuciaran la raza. El texto constitucional no especificaba sustancias toxicológicas o alucinógenas, pero, en efecto, estaba todo implícito: marihuana, alcohol, pulque y derivados del opio. A tal punto que precisamente sería el gobierno del presidente Carranza (un militar) el que iniciaría en México, a partir de 1917, la etapa prohibicionista. Si hoy en México el Ejército es la representación máxima de la estrategia prohibicionista, es interesante notar que casi cien años atrás las cosas tenían algo de parecido. La estrategia prohibicionista por parte del gobierno de Carranza apuntaba, por un lado, a controlar el consumo de marihuana entre las tropas militares y el consumo de la verde entre los sectores populares, pero sobre todo un consumo rampante de opiáceos que se habían convertido en el juguete preferido de los sectores económicos notables: concretamente la morfina.
México y la historia del opio tienen una relación profunda. Este no es un dato que apunte el libro en mención, pero lo proveo yo. Producto de las leyes racistas que en Estados Unidos fomentaron la expulsión de chinos a finales del siglo XIX, México (concretamente el estado de Sinaloa) se convirtió en un receptor natural de esta migración. Eventualmente, los chinos asentados en México se vieron afectados por la campaña antichina: el 24 de octubre de 1913, 600 chinos fueron acribillados en las afueras de Monterrey a manos del Ejército mexicano (otro patrón repetido) y se inició el despojo de las tierras de los agricultores chinos de Durango, Chihuahua y Coahuila. Los chinos se fueron, pero dejaron en México el cultivo del opio precisamente en los estados que hoy conforman el denominado Triángulo Dorado de la droga.
Otro detalle interesante del texto de Enciso: es a principios de los años treinta del pasado siglo cuando el estado de Sinaloa conoció los primeros actos de violencia registrados entre fuerzas de seguridad y mercaderes de sustancias prohibidas. Al no existir formalmente el narcotráfico ni las estructuras criminales modernas, es necesario sustituir el vocablo, pero la estructura del fenómeno parece ser la misma: un país que experimenta violencia y adicciones a raíz de sustancias que requieren regulación.
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Y entonces leemos la cereza del pastel en este texto. Así las cosas, el gobierno progresista de Lázaro Cárdenas decide legalizar el consumo de drogas. Esta decisión estuvo precedida por la argumentación férrea de la delegación mexicana durante la Conferencia Global respecto al problema de las drogas (Viena, 1939) en cuanto a la necesidad de buscar opciones viables a la estrategia prohibicionista. Nada nuevo parece ser entonces el uso de los foros internacionales. Lo realmente fantástico es caer en el detalle de que el gobierno de Cárdenas legisló para que las dosis de morfina necesarias fueran otorgadas en farmacias (dispendios) del Estado. Por más o menos tres meses, en el México de 1940 el consumo de drogas se había regulado. Hasta que los Estados Unidos opinaron diferente y obligaron a Cárdenas a dar marcha atrás.
Saliéndonos del libro de Enciso, hablemos de otro detalle conocido pero poco recordado en esta historia trágica de drogas y adicciones. Fueron las grandes farmacéuticas (concretamente Bayer y Merck) las que más se beneficiaron con la comercialización inicial de la cocaína y de la heroína durante la segunda mitad del siglo XIX. La adicción a la morfina (y a cualquier otro derivado del opio) es un elemento que marcó toda esa época. Esto se refleja culturalmente en la obra de Arthur Conan Doyle, pues Holmes es un adicto al opio fumado. Algo que, dicho de sea de paso, en la última peli de Robert Downey Jr. no se refleja con claridad. Pero nadie esperaba que Downey Jr., como adicto recuperado, personificara a un adicto empedernido. El héroe de Drácula, la novela de Bram Stoker, es un médico adicto a la morfina inyectada. La serie televisiva The Knick, que cuenta la historia del famoso hospital Knickerbocker de Nueva York y los avatares de la medicina en 1860, recrea la situación de adicción a la morfina en los médicos más respetados de los Estados Unidos de ese momento. En dicha serie, el personaje de ficción, basado en la figura del famoso médico William Stewart Halsted (uno de los pioneros de la cirugía moderna), es un médico adicto a la morfina y a la cocaína. Para salir de dicha adicción se le tratará con una nueva sustancia: heroína. Por tal esfuerzo loable recibió precisamente el nombre de he-ro-í-na. Dicho sea de paso, en la afamada serie House, el personaje principal, Gregory House, es una adicto al Vicodín, un derivado analgésico opiáceo.
Hay entonces una relación muy estrecha entre las drogas y las grandes farmacéuticas. Y esto no puede dejarse de lado.
La Suprema Corte de Justicia mexicana falló hace unos días en favor de amparar a cuatro ciudadanos mexicanos que componen la Sociedad Mexicana de Autoconsumo Responsable y Tolerante (Smart). La anterior institución es un club canábico que busca reducir los índices delictivos y la violencia que ha producido la estrategia prohibicionista. Aunque la decisión favorece exclusivamente a estos cuatro sujetos que interpusieron un amparo, puede ser, sin embargo, el inicio de algo más amplio. La demás gente interesada en poder consumir el cannabis de manera recreativa deberá pedir una licencia para cultivo personal y uso recreativo. Si se la niegan podrá ampararse. Lo interesante del caso es que uno de los amparados, Francisco Torres Landa, es abogado comercial y corporativo vinculado a Walmart. El otro amparado, Armando Santacruz González, es empresario y director de la firma Grupo Pochteca, dedicada a la industria química y farmacéutica, que además cotiza en la Bolsa Mexicana de Valores.
¿Se traza alguna relación?
Vagamente, pero no es descabellado pensar que en un futuro no lejano las grandes transnacionales estarán interesadas en distribuir la marihuana cuando esta sea legalizada, pues parece difícil suponer que el Estado mexicano le entraría a su producción. Por lo pronto, el lobby más claro y fuerte en cuanto a la agenda despenalizadora —en el caso mexicano— está vinculado al sector empresarial.
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