Si futbol, emocionante era ver aparecer a corta distancia al delantero del equipo contrario tratando de adivinar dónde estaba la portería y el portero a batir; si tenta, los pelotazos con la bola de trapo llegaban súbitos sin poder determinar quién los había lanzado; si escondrijo (a las escondidas), eso era más difícil, y muy pocas veces, quien buscaba, encontraba a los escurridizos encubiertos.
Así era nuestra vida: Naturaleza y juego.
A principios del recién concluido mes de noviembre, gracias al Facebook y a la telefonía celular, nos reunimos en la venta de tacos y café que frecuentábamos (aún perdura) Federico, hoy carpintero; Gabriel, sacerdote católico; Esteban, mecánico; Haroldo, maestro; y yo. Todos miembros del grupo que estudió su primaria entre 1961 y 1966 en una de las dos escuelas urbanas (muy rurales en aquella época) que había en Cobán. Nos convocó el P. Gabriel quien venía desde Carcassone a pasar unos días con su familia. Le agradecimos el hecho de no haber llegado hablando afrancesado sino arrastrando la “R” como hacemos los cobaneros merced al realce q’eqchi’ de nuestro bilingüismo.
Nuestra escuela estaba cerrada. Era el 3 de noviembre.
Federico recordó entonces que el Director de aquella época nos permitía llegar hasta el día 15 jugando en la escuela a cambio de lijar y pintar escritorios deteriorados. Bueno, era el padre de Federico quien hacía el trabajo. Nosotros escasamente le ayudábamos. “Hoy…” —nos dijo Lico, el maestro carpintero— “…desde mediados de octubre está cerrada. Ya no hay quién la alegre en vacaciones. Mis nietos que allí estudian no tienen dónde jugar. Se acabaron los potreros y los guayabales. No hay aire puro ni lugar seguro”. Y su vista se perdió en el tiempo.
Esteban lo secundó y nos contó cómo, el agua del río Chichochoc (un segmento del Cahabón), en pleno mes de noviembre estaba templada, como si fuera verano. Su casa dista unos cien metros de uno de los recodos. Preocupado por ello, buscó información y encontró que en la región tropical del océano Pacífico, donde nacen los principales huracanes, las aguas se han calentando desde 19° C en 1966 hasta 28 y 30° C en la actualidad y que los sucesos estilo huracán Sandy ocurren a partir de los 26° C.
El P. Gabriel nos habló entonces de los devastadores tifones de Bangladesh, el tsunami en Asia, el tifón Haiyan de Filipinas y otros eventos terribles como el de Paquistán, y contrastó los hechos a ojos vista con la negación de quiénes, en la búsqueda de riqueza a cualquier precio, presionan a los medios de comunicación y a los científicos incluso para que no cuenten la verdad: La posibilidad de una destrucción masiva a causa del calentamiento global.
Gabriel nos ilustró acerca de las concentraciones de CO2 y cómo, desde 1990 se elevó de 350 partes por millón, de suyo ya alta, a 450 el mes pasado. Ello puede provocar daños irreversibles en el ser humano y todos los seres vivos.
Haroldo, pescador empedernido, nos compartió un dato que asusta. Nos dijo que no obstante sí hay peces en el río Cahabón, la contaminación del agua es tan alta que los pescados tienen pequeñas úlceras en su piel. La gelatina de su epidermis, considerada una alternativa alimentaria e in situ una defensa contra las bacterias, la tienen disminuida o no la tienen. Haroldo asume que es debido a la acritud del agua. Muy cerca vierten al río residuos de plomo y desaguan albañales de todas las colonias urbanas por donde pasa.
Concluimos nuestro coloquio asumiendo que ese caos no es otra cosa sino producto de los modelos de producción que tenemos a nivel mundial: No favorecen una sana convivencia, ni con el ser humano ni con la madre naturaleza.
Me preguntaron qué aportaría yo, el único que no había hablado. Pedí entonces otra ronda de tacos y café y les recité lentamente un pequeño poema que, durante un invierno de los buenos, dediqué a Cobán: “Me dispuse a escribir tu nombre y encontré la pureza de tus bosques repletos de savia y flores. El reflejo del Sol contra el silencio del invierno. Florestas donde aparece hasta el medio día. Café y cardamomo, el boscaje nubloso, y el ameno rumor también verde de tu nombre”.
Al despedirnos, los ojos de doña María, —la señora que nos atendía en la década de los sesenta—, derramaron un par de lágrimas. No supimos si fue por el humo del fogón, la emoción de volvernos a ver o porque la sabiduría que ha volcado en ella el torrente de sus 90 años le pronostica una hecatombe.
Hoy, día 28, al momento de escribir este artículo, tenemos una temperatura de 10°C, pero todo el mes fue caluroso. La lluvia recién comenzó ayer. Indudablemente, este año noviembre llegó tarde. La Tierra no aguanta más.
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