El 7 de noviembre del presente año sucedió en el Occidente del país el Terremoto de San Ernesto, que robó más de 50 vidas humanas y dejó a miles sin vivienda acentuando así la penuria y la miseria en una región signada por la conflictividad rampante, creciente y que enfrenta a hermanos contra hermanos.
La Conferencia Episcopal de Guatemala, citando al evangelista Lucas, emitió un pronunciamiento nominado Entonces, ¿qué debemos hacer? (Lc 3,10). En el mismo, los obispos de Guatemala, a más de llamar a la generosidad y a la solidaridad, denuncian la existencia de otro tipo de cataclismos y el sufrimiento de las grandes mayorías. Ponen en el tapete la angustia de existencia de las/los guatemaltecos, el temor a los asaltos, la extorsión, la necesidad extrema y la imposibilidad de poder tratarse una enfermedad grave porque no hay en el país el mínimo para ser atendida.
El sector empresarial, algunos diputados, el Ejecutivo y otros sectores aludidos en el documento respondieron encogidamente por medio de comentarios de prensa y sin afrontarse abiertamente porque argumentos no tenían. Lo denunciado por los obispos es irrefutable.
Esa realidad tangible y palpable llama a la reflexión: Nosotros, ¿qué debemos hacer? Porque no podemos quedarnos de brazos cruzados o comentando violentamente en las redes sociales sin dar paso más allá de la silla y la pantalla del ordenador. Pero, ¿qué debemos discernir?, ¿acerca de qué debemos meditar?
Escenarios hay muchos. El primero es nuestro desconocimiento respecto a la historia de los desastres en Guatemala. Según el Insivumeh, estamos ubicados en la confluencia de tres placas tectónicas, tenemos 288 estructuras identificadas como de origen volcánico y cuatro volcanes activos actualmente. Por lo tanto, hemos sido y somos altamente vulnerables. No obstante, en nuestros pensa de estudios, no hay un solo curso acerca de prevención, reducción y mitigación de desastres. Mucho menos contenidos programáticos referente a cómo comportarnos durante una calamidad. En Guatemala, si escuchamos una balacera corremos hacia el lugar de los hechos en lugar de resguardarnos. Así es nuestra curiosidad.
Desde el Presidente y la Vicepresidente de la República, hasta el más pequeño estudiante de preprimaria, necesitamos reordenar nuestro quehacer durante un desastre. No es comprensible que don Otto Pérez Molina y doña Roxana Baldetti, anden juntos en las áreas afectadas. Si sucediera una adversidad: Un sismo que los aislara, afección por epidemia, intoxicación, etc. ¿en manos de quién quedaría el gobierno?
Históricamente, Kjell Eugenio Laugerud García se ganó un lugar en el corazón de los guatemaltecos cuando, inmediatamente después del Terremoto de San Gilberto —que cobró 20 mil muertos solo en el primer embate—, se convirtió en el símbolo de la unidad nacional. Su trabajo y su estoicismo aunado a un preconcebido plan de emergencia fueron ejemplares. Y su mejor apoyo, en silencio, fue su Vicepresidente. Hizo lo que debía: Estar atento a la situación y coordinar lo suyo desde su puesto de mando en tanto el Presidente recorría los territorios destruidos.
Y conste, ni Laugerud García ni Sandoval Alarcón eran de mi agrado.
Entonces, ante los sucesos actuales, ¿qué debemos hacer?
Empezando por nuestra familia nuclear, elaborar nuestro propio plan de contingencia: Estudiar nuestras casas, sus áreas vulnerables, áreas de posible refugio, avituallamientos, etc. Y en nuestros barrios y Cocodes organizarnos para enfrentar cualquier calamidad hasta donde sea posible. Las acciones que debemos poner en práctica son: Conocer las amenazas y riesgos de nuestra pequeña comunidad, reunirnos con nuestros vecinos para planificar cómo reducir los riesgos, diseñar planes para disminuir la vulnerabilidad y llevar a cabo las acciones necesarias de común acuerdo con las autoridades locales.
A partir de dichos estamentos, podemos propiciar una industriosa solidaridad, como sugieren los obispos: “…fundada en la fraternidad”.
Cuando la naturaleza se enfurece no hay poder que la detenga. Un científico australiano, refiriéndose a ciertos métodos anticonceptivos dijo: “Dios siempre perdona; el hombre a veces perdona; pero la naturaleza, nunca perdona”. Y ese aforismo puede trasvasarse al cambio climático, a la actividad minera poco acreditada en materia de seguridad, a las construcciones sin la debida asesoría técnica, al calentamiento global, etc. etc. De tal manera, también, en esos entornos tenemos mucho por hacer.
Entre las decisiones aceptables del presidente Pérez Molina destaca la postergación de los cambios a la Constitución para destinar los 250 millones de quetzales que costaría el proceso a la reconstrucción de las áreas afectadas. Así las cosas, habrá tiempo incluso para discernir mejor acerca de dichas reformas.
Y para finalizar, “Optar por la cultura de la vida” (CEG) y desterrar la corrupción de nuestra Patria es otra respuesta a: Entonces, ¿qué debemos hacer?
Más de este autor