Tres momentos hubo en ese entorno que ahora llaman a la reflexión: las declaraciones del presidente Pérez Molina, poco precisas y sin un solo basamento técnico; la respuesta acometedora y a ojos vista precipitada de la embajada norteamericana; y, la aquiescencia primero y retractación después (en menos de 24 horas), del presidente Carlos Mauricio Funes de El Salvador. Y como dijo un editorialista: Se alborotó el cotarro.
Las declaraciones de don Otto Pérez nos provocaron asombro porque no vimos en ellas el aval de un cuerpo asesor calificado o, cuando menos, no se dio a conocer. La embajada norteamericana saltó como un cancerbero de la ley y la avalancha de opiniones a favor y en contra no se hizo esperar. En el ínterin, nadie, absolutamente nadie se percató que taimadamente en el Congreso la propuesta de la nueva carga impositiva marchaba con paso firme.
Y como si el árbitro de un tosco partido de balompié hubiese estado en contra del pueblo-pueblo, la cortina de humo terminó de ponerse densa con la tragedia del incendio del penal de Comayagua: Más de 300 víctimas en un suceso que —por los antecedentes de otros similares— apunta en la hermana República de Honduras a una posible causa: Limpieza social.
Se coligen a la sazón cuatro escenarios favorecedores de la injustificable distracción de la población: Las declaraciones de nuestro Presidente, el cuasi incidente diplomático con la embajada de USA, la ambivalente postura del Presidente salvadoreño y otro que coincidió en tiempo con los anteriores: el dantesco incendio en Comayagua.
Para la noche del día 15 de febrero el golpe ya había sido dado. La clase media, especialmente el sector asalariado, sufrirá un aumento en el Impuesto sobre la Renta y las grandes empresas disfrutarán de una considerable reducción en su carga impositiva.
Debemos ser claros: La actualización tributaria es indispensable para el Estado y Guatemala se caracteriza por ser uno de los países del mundo donde se paga menos impuestos, mas, a las cosas por su nombre, la carga está diseñada para que quienes ganamos menos paguemos más y el empresariado —patrono y capataz de los políticos— sea favorecido con granjerías que defienden hasta con los dientes.
¿Cómo no se nos ocurrió que Estados Unidos jamás consentirá hacer con las drogas lo que ellos sí hicieron con el whisky en 1933 cuando permitieron su elaboración, transporte y venta después de una década de ley seca y su consecuente guerra? ¿En qué momento perdimos el norte y nos dejamos llevar irreflexivamente por acaloradas discusiones en relación a la dichosa despenalización, mientras los monigotes del Congreso apuntaban contra nosotros? ¿Cómo fue posible que hasta experimentados diplomáticos cayeran en el jueguito del gobierno guatemalteco?
Nos queda ahora, más allá de los recursos de amparo y otras acciones legales que ya estarán concertadas, caer en la cuenta de quiénes somos y hacia dónde vamos. Quebrar los espejitos con que compraron nuestras voluntades durante las elecciones y fortalecernos con una de las estrofas del poema Tecún Umán de Miguel Ángel Asturias:
“¿A quién llamar sin agua en las pupilas? / En las orejas de los caracoles sin viento ¿a quién llamar?, ¿a quién llamar…? / ¡Tecún Umán! ¡Quetzalumán!”
Porque, como dijo el más pequeño de mis hijos: “Papá, nos metieron gol”.
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