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¿Nos hacemos anarquistas o nos aferramos a una ética pragmática?

El Estado universaliza el pensamiento de las elites o clases dominantes.
Solo la izquierda está preparada para llevar adelante las demandas más fieles de los sectores progresistas, democráticos y revolucionarios de la plaza.
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¿Nos hacemos anarquistas o nos aferramos a una ética pragmática?

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Hace dos semanas Alejandro Flores publicó un ensayo contra lo que él llama “la izquierda estadocéntrica” y a favor de una política anarquista. Su publicación me alegró por un lado porque explicita por fin su posición y por otro porque permite ahondar en algo: ¿de qué hablamos cuando hablamos de política revolucionaria y de hacer nueva política?

Comparto muchas de las críticas expresadas por Flores antes en las redes contra el sistema partidario, contra la izquierda partidaria, contra el modo de hacer política actual. No así necesariamente sus conclusiones y recomendaciones, afincadas totalmente en la micropolítica, y, en sus palabras, signadas por el deseo, la voluntad de fuga, y la ética y estrategia anarquistas.

Pero Flores tiene dos críticas centrales:

  1. “La imposibilidad de renovar a una izquierda “estadocéntrica”.

  2. Lo nefasto del síndrome de Narciso Mesías en la política electoral (que es como llama al mesianismo de quienes se creen que ellos, desde el Estado, pueden cambiar las cosas).

Se vislumbra, incluso, una tercera crítica: la pretensión de que grupos de derecha e izquierda quieran capitalizar electoralmente las concentraciones de la Plaza. Para ello recurre a autores propios del posmodernismo y especialmente a Foucault, articulador del anarquismo epistemológico, y entre cuyos seguidores no son pocos los que dan por hecho que superó el marxismo.

Vamos por partes.

Quiero pensar que el sesgo posmodernista y la visión antropológica propia de su profesión lo alejan de la comprensión técnica del avance de las ciencias políticas en torno al Estado, el gobierno, los poderes, y la política. De ellos he dicho que si no los discutes para transformarlos, no estás en nada. No me parece casual que Flores ni siquiera debata ni defina el tema de la democracia en su texto. Un asunto clave para discutir la fuerza y fines de los movimientos sociales clásicos o emergentes.

Más que eso, Flores muestra su molestia por el “estadocentrismo”: “una fijación compulsiva por vincular el poder político al Estado y sus instituciones”. Eso que él llama “estadocentrismo” no es ni más ni menos que un imperativo de los partidos políticos en general pero sobre todo lo es de las izquierdas revolucionarias. No hay allí término medio.

Pero vamos a suponer que por “Estado”, Flores está entendiendo en primer lugar la gubernamentabilidad de los procesos políticos. Y allí, los partidos políticos tienen el imperativo categórico de hacer política, con propuestas, desde la oposición, y ejecutándolas, desde el poder relativo que adquieran.

Pero es que además en la lógica de las izquierdas, desde las moderadas hasta las revolucionarias, el Estado universaliza el pensamiento de las elites o clases dominantes. Quebrarlo o corregirlo depende de las mayorías activas y/o movilizadas, el demos que los partidos y movimientos de izquierda buscan convertir en procesos políticos.

¿Tomamos el Estado o el Estado nos toma?

La preocupación por la revolución social para la toma del poder es una disputa entre marxistas y anarquistas desde el siglo XIX. Marx y Engels y Bakunin (el anarcolectivismo) se enfrentaron en torno a dos temas. El programa de mínimos (llevar adelante las reivindicaciones inmediatas de los trabajadores) junto con el programa máximo (completar la revolución para la destrucción de estado burgués) alejaron a Bakunin y sus seguidores, que abogaban por el asociativismo voluntario. Eran libertarios que rechazaban todo monopolio del poder. Ya en el siglo XX una nueva fuerza, el anarcocapitalismo, de libertaristas modernos, también cargó contra los modelos marxistas de apropiación social.

Aunque unos anarquistas defienden la propiedad comunal y los otros la individual, los marxistas han dicho que mientras exista propiedad privada, la diferenciación social no acabará y la lógica de propietarios y desposeídos persistirá.Por otro lado, los liberales democráticos, siguiendo a Aristóteles, han dicho que pese a la función conservadora del Estado con respecto a la propiedad también, el Estado se hace haciendo (políticas públicas) en favor del bien común de la gente que reúne. El medio es una economía política del bien común, y una democracia ética, en palabras de Jeremy Bentham: lograr la mayor felicidad para el mayor número de personas.

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El otro tema es el de las luchas sociales. Flores descansa en Foucault para desarrollar su pensamiento. Foucault ofrece a la filosofía política una perspectiva ascendente en el estudio del Estado. Es decir, desde abajo, cuando lo tradicional era la perspectiva descendente. Tal su aporte. Pero también en la lógica de las luchas de los movimientos sociales, Foucault sigue al Nietzsche de La genealogía de la moral en el sentido de que busca el origen de la enajenación personal. Dice que más que preguntarnos quiénes somos, debemos negarnos a ser quienes somos, porque resulta que somos víctimas de poderes omnímodos, diseminados, que han carcomido nuestras entrañas y el saber social (Microfísica del poder).

De ahí que Foucault cargue contra el Estado, entendido como gubernamentalidad, y empuje la autoidentidad de las resistencias individuales y colectivas para cambiar el mundo pero sin tomar el poder, porque sería repetir lo mismo. Ni Dios ni Estado, ni partido, ni patriarcas, prohibido prohibir son consignas que se han generalizado con este enfoque.

Foucault sigue en esto a Nietzsche en su rechazo a toda moral o toda autoridad externa –nihilismo–. De ahí deviene la muerte de Dios por un lado y la idea del súperhombre por otro, que tanto anarquistas individualistas como ciertos regímenes colonialistas y supremacistas han adoptado.

El debate de fondo es que, así como en Fenomenología del Espíritu Hegel planteó que en la dialéctica del amo-esclavo, unos y otros deben pasar de la “conciencia en sí” a la “conciencia para sí”, si quieren superar su estatuso, Marx, en cambio, sostuvo que es la clase dominante quien tiene de antemano conciencia de su estatuso, pero son los de abajo, los proletarios, quienes han buscar simultáneamente la desalienación y luego la liberación política.

Nietzsche, por su parte, desdobla el planeamiento describiendo la moral de cada actor. Uno, los de arriba, tiene una moral o conciencia de triunfo pero también de angustia; y el otro, los de abajo, laa tiene de resentimiento y también de negación. De ahí se deriva que uno le niega al otro su lugar y cada uno dice ser el bueno de la película. Escribe:

“¡Los miserables son los buenos, los pobres, los impotentes, los bajos son los únicos buenos; los que sufren, los indigentes, los deformes son también los únicos piadosos, los únicos benditos de Dios, únicamente para ellos existe bienaventuranza - en cambio vosotros, vosotros los nobles y violentos, vosotros sois por toda la eternidad, los malvados, los crueles, los lascivos, los insaciables, los ateos, y vosotros seréis también eternamente los desventurados, los malditos y condenados!”

¿La verdad es lo que dice quien manda?

Pasa entonces que la verdad social es cuestión de poderes, sostiene Foucault, y por tanto hay que combatir la verdad establecida. Con esta idea dio herramientas de autocomprensión a las luchas de resistencia. Pero también fortaleció de manera consciente el posmodernismo, o sea la verdad del fragmento, de la relativización del saber social o científico, o lo que es la mismo: todo es cuestión de percepciones.

Tal relativismo del conocimiento, la objetivación de la subjetividad, convierten a Foucault al ascetismo político, donde los adversarios no están afuera sino en uno mismo.

Y tal ascetismo político es el que parece guiar las reflexiones de Flores. Por ello, no le parece necesario clarificar cuál es su idea sobre Estado. Por un lado dice que sueña con:

Un mundo solidario, comunitario, sin vanguardias, sin ídolos. Pero este no es un mundo sin Estado. El Estado va a seguir estando. Lo único es que ya no ocupará el lugar que ocupa la Tierra en el modelo ptolemaico o Dios en la religión”.

Pero más adelante dice:

"Esta otra forma de hacer política no implica desconocer al Estado y sus instituciones, ya que seguirán existiendo por mucho tiempo (el Estado no va a existir para siempre, de eso podemos estar seguros)."

O sea que aunque Flores acusa a quienes tiene en mente la gubernamentalidad de los procesos políticos para hacer política como una idea ptolemaica y anterior a la revolución coperniquiana, él mismo no ha salido de esa idea.

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Con todo, creo que Flores se apresura a descalificar las investigaciones descendentes o estructurales en torno al Estado, porque barre con otras disciplinas científicas que tendrían un par de argumentos serios para rebatirle. No está de más decir que el anarquismo parte de una antropología en la que el ser humano es esencialmente bueno y por ende voluntariamente dispuesto a hacer las cosas bien, sin tutores o normas externas. Ni marxistas, ni cristianos, ni liberales acompañan dicho enfoque. Y no deja de ser curioso que quienes defienden el autogobierno de los grupos indígenas y locales usen autores occidentales como Deleuze y Guattari para justificarlo.

Sí pero no

En resumen, Flores tiene parte de razón en sus tres puntos:

1) Que se puede hacer política fuera de los partidos, sí. Pero como todo, esta participación tiene límites, si solo quieres mantener la identidad y defender derechos está bien. Pero cuando exiges políticas, ya no tanto. Es decir, Foucault te sirve aquí para entender la lógica de las demandas y de cómo están estructuradas las relaciones de poder. Pero para hacer políticas cuestiones comunes, ya no, porque necesitas cambiar las relaciones de poder y allí la palabra la tiene Antonio Gramsci, el teórico de la hegemonía.

2) Que la renovación de la política no vendrá de los mismos políticos, es parcialmente cierto. En general los partidos de derecha, empresas privadas, no tienen incentivos para cambiar, pero sí los encontrarán si acaso la presión social o la participación ciudadana aumenta. En el caso de los partidos de izquierda que se han abierto poco y lentamente, su renovación sí pasa por mayores aperturas. Falta que la gente también quiera participar, porque es un proceso de doble vía.

3) ¿Que la Plaza está en disputa? Sí. Porque las diferencias de clases existen y el pluralismo también, y por ende, el poder está en disputa en todos los planos. En este sentido, la corrupción pública aquí no es parte del sistema. Es el sistema (neoliberal y antidemocrático).

A mi juicio (y allí sí, sesgo de militante), solo la izquierda está preparada para llevar adelante las demandas más fieles de los sectores progresistas, democráticos y revolucionarios de la plaza.

Y resta, como he dicho, no solo la reforma política sino también la reforma económica y eso tiene que ver, como diría el economista asiático Ha-Joon Chang, con que hay que construir una economía para el 99% de la población. Solo la izquierda puede llevar adelante una convergencia antineoliberal, que es nuestro aporte local a una lucha global.

Si se sospecha de todo poder y de cuantos lo buscan, desde una crítica de la supuesta inocencia, se presume parte de que todos estamos inmersos dentro de redes diseminadas de poder, tesis que por lo demás no rebato per sé, se cae en el riesgo de sostener y vivir una Teoría de la Matrix sobre el poder, porque en ese sentido, sí habría que escapar de allí, pero en ello nada hay de diferente a viejas y nuevas utopías metafísicas.

La política, en cambio, no es fuga, es encuentro con la comunidad, con la realidad y con el poder, para cambiar juntos.

***

Post Scriptum.
Ya antes he escrito para el anarquismo suele confundir parejo conceptos disímiles como “poder” con “autoridad”, “Estado”, y con “Política”, pero alza reflexiones válidas cuando la ética se pierde. Jesús y el Reino de Dios, por ejemplo, son expresiones de anarquismo ético contra los poderes de este mundo, y opta por los de abajo, los marginados y desposeídos, pero asume la ruta de la paz y la justicia para promover el cambio, allí, en la lucha por la justicia, muchos y muchas nos seguiremos encontrando. Pero ser anarquista político no es opción, me parece, para cambiar nada. Al menos contamos con que no van a votar por nada ni por nadie.

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