Dice la neurociencia que el ser humano se inclina naturalmente por decir la verdad. No es una sentencia absoluta, aunque es interesante que las excepciones entran en el dominio de las psicopatías.
Si usted es una persona que domina el arte de decir a los demás lo que ellos quisieran escuchar (se lo dice su aguda inteligencia y capacidad de observación), entonces posiblemente tenga el poder de influenciar sus mentes y decisiones, así como de salirse con la suya de una manera u otra. Su inteligencia está por encima de la de los demás: no le cabe duda. Pero sepa también una cosa: lo suyo es una psicopatía, y su superioridad intelectual, un espejismo. ¿No lo cree? Bien, eso era lo esperado, pero no cambia las cosas.
Volviendo a la tendencia de decir la verdad, hay personas que no mienten por principio ético y otras que no lo hacen porque, según confiesan, simplemente no pueden hacerlo. Para los demás, sean mentiras blancas, negras o coloradas, el cerebro se resiste a participar y utiliza un lenguaje natural e involuntario para delatar cuando miente. Se llama lenguaje corporal. Por tratarse de reflejos involuntarios, todos pueden ver las señales, menos nosotros mismos.
Hay personas que tienen el don natural de descubrir las mentiras, aunque también puede ser una destreza aprendida. Logran detectar mentiras hasta por teléfono, poniendo atención al timbre y a las variaciones de voz. Cuando mentimos, nos traicionan músculos faciales que ni siquiera sabemos cómo dominar y no sentimos cuándo actúan. Nos delatan los movimientos de los globos oculares o de las pupilas (otra vez, involuntarios e inadvertidos para nosotros mismos).
En la medida en que se avanza en el conocimiento de estos mecanismos de conducta, han aparecido expertos que ponen las cosas más difíciles. Los encontramos en ambos lados del mostrador: algunos brindan coaching a políticos y a figuras públicas para que aprendan a someter sus movimientos involuntarios y así engañen mejor, o para que puedan descubrirlos en otras personas.
Los polígrafos, los analizadores de retina y los exploradores de voz son dispositivos que sirven para medir las reacciones involuntarias y descubrir cuando alguien miente. También se pueden detectar mentiras u omisiones de la verdad a través de pruebas escritas.
Esto nos lleva a que, si dejamos que nos mientan, es porque aspectos culturales, ideológicos o sentimentales se sobreponen o desactivan nuestros detectores naturales de mentiras y contra eso no hay defensa, solo lamentaciones en la casa y en la plaza.
El segundo aspecto natural en los seres humanos es la tendencia mayoritaria a ser solidarios en casos de crisis. Durante las emergencias vemos personas haciendo esfuerzos extraordinarios por ayudar hasta a desconocidos. Los heroísmos surgen en situaciones extremas, y las personas pueden llegar a someter su más fuerte y básico instinto: el de sobrevivencia. Pasada la hora de excitación, regresamos a nuestras actitudes normales.
Por supuesto que hay excepciones. Hay personas que ante las desgracias ajenas consiguen desactivar su instinto de solidaridad y se convierten en depredadores puros y duros. Son sociópatas. No parece ser coincidencia que sean los mismos que reciben clases para ocultar los signos delatores de la mentira. Los vemos frente a las cámaras o en tarimas, púlpitos, atriles y podios.
Lo veamos con claridad o no, estamos viviendo tiempos extraordinarios, intensos y confusos. La historia nos muestra que la crisis de valores no es signo de los tiempos que corren, sino un acompañante permanente de las sociedades humanas. Pero, de igual manera, los dos instintos naturales que se han comentado también son parte intrínseca de la humanidad. La sobrevivencia de nuestra especie y del mismísimo planeta depende de que las decisiones individuales favorezcan los instintos naturales positivos, contrapuestos a las ideologías del individualismo, que anulan al prójimo.
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