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No soy paz, soy guerra

Yo sería la artista, utilizaría el cuerpo como mi medio y mi cuerpo sería entonces, sujeto y objeto, solamente de mis propias ideas creativas.
En un momento me di cuenta que en mi país habían problemas pero que los mismos problemas existían en otras partes sólo que en otros lados, se hablaba de esos problemas bajo otros términos.
"Pero sea como sea, este país me gusta. Este pequeño punto en el centro del universo con un volcán de fuego siempre en ebullición. Acá siempre es primavera y las calles son nuestras.  Acá abundan las contradicciones y hay tensión y esa tensión, quizás, a mi me ayuda a producir y a sentirme viva".
"Un día decidí que...Yo sería la artista, utilizaría el cuerpo como mi medio y mi cuerpo sería entonces, sujeto y objeto, solamente de mis propias ideas creativas".
"Para el Estado de Guatemala los artistas no existimos, no aportamos y por lo tanto no tenemos ningún derecho. Si durante un tiempo se desaparecieron poetas de manera violenta, ahora se intenta silenciarlos con el abandono y la indiferencia".
"En mi trabajo como arista lo que más me interesa es producir obras que permitan la empatía ya que considero que los individuos sufrimos por las mismas cosas y, en el fondo, lo que nos mantiene vivos, es la misma luz".
"Entonces pasó. Un día empecé a  vender mi trabajo y finalmente, ese día lo supe…de allí en adelante, en todos los documentos legales, en la casilla de profesión u oficio, escribiría la palabra 'artista'".
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No soy paz, soy guerra

Historia completa Temas clave

“… nos hemos acostumbrado a la libertad y tenemos el valor de escribir exactamente lo que pensamos…”, escribió Virginia Woolf, en 1929, en “Una habitación propia”, el ensayo en el que plantea la necesidad de que las mujeres tengan un espacio propio para crear, para hacer que se escuche su voz. En esta serie, Plaza Pública reanuda la pregunta: ¿Cómo construyen su habitación propia las mujeres guatemaltecas? Aquí responde la artista Regina José Galindo.

Qué horror, he escrito esto más de tres veces; lo he borrado y lo he vuelto a escribir. Escribí, leí, borré, escribí, leía a Camila, me impresionó, volví a borrar.  No me gusta hablar de mis cosas privadas y quizás eso sea interesante, no me gusta hablar de mis locuras pero entonces todo me parece falso, ajeno a mi.  No sé cómo hablar de mi trabajo, si creo que mi trabajo acá está mal visto. Ya ven, no he empezado y ya me estoy victimizando. Quizás hubiera necesitado una terapia antes de lanzarme a la aventura de hacer pública mi vida, pero ya no hago terapia. Después de haber pasado por todo tipo de psicólogos, psiquiatras, holísticos, naturistas, astrólogos, máquina quantum, máquina de chi, hipnosis, constelaciones familiares, limpiezas energéticas, acupuntura, etcétera, etcétera, etcétera, me llegó el momento de asumir que debía aceptarme como soy, con mis múltiples altibajos y seguir adelante. Así que bueno, a mis 40 y algo sigo siendo tan inestable como cuando tenía 15 (un tanto distímica), y sigo sin saber cómo empezar a hablar de mí.

Sandra Sebastián

41

cuarenta y un años, quizás la mitad de mi vida o cerca de.  Eso me dijo una astróloga hace un tiempo, que moriría a los 83 u 86 (no  recuerdo con exactitud) de un problema renal.  Me encantan todas estas cosas, ya lo dije: que me tiren el tarot, que me saquen la carta astral, que me lean la mano, el té.  Yo misma he intentado aprender sobre cuestiones esotéricas, pero supongo que no ha sido mi tiempo; que lo tengo pendiente.  Me fascina recetar hierbas y cositas y curarme a mí y a los míos, y me gusta la hierba. Durante un período de tiempo usé y abusé de algunas sustancias, incluyendo la Quezalteca pero gracias al paso del tiempo, esos mozos años quedaron atrás.

Sí, atrás quedaron los días de locura absoluta, las noches de rock and roll, los bajones del día siguiente. Por ahora las cosas parece que marchan bien, me dedico al arte y a criar a una niña, o a criar a una niña y al arte, según venga el caso. Lo del interés por las ciencias ocultas se lo dejo al tiempo y a las abuelas, a quienes seguramente se lo debo.

Mi abuela no me dejó

una muñeca

una joya

un te quiero

 

me dejó

-en cambio-

muchos rencores envueltos en un pañuelo rojo que decía:

personal e intransmisible

mis abuelas, las brujas

Somos nuestro pasado, nuestra herencia, nuestras raíces, nuestros genes. Se dice que las mujeres heredamos la línea de vida de nuestras abuelas, tanto o en mayor grado, que la de las propias madres. En mí, entonces, corre la sangre de dos brujas, mis dos abuelas. Mujeres fuertes, poderosas, que formaron hogares matriarcales.  Una, mamá Rosario, fue toda luz, tuvo siete hijos, se trasladó con seis de ellos a Nueva York, y desde allí recomenzó su vida.  Allí murió en el año2006. Fue la madre de mi madre y fue también  poeta. De joven, muy joven, leía sus poesías frente al público, junto a un loro en el hombro, al que previamente le había enseñado a repetir algunos versos. No sé si a esto se le puede llamar performance, a mi me lo parece. Era médium y acostumbraba a recibir a los visitantes en su apartamento de Queens.  Yo, que pasé con ella algunas vacaciones, me salía a escondidas del cuarto para espiar sus sesiones.  La escuché hablando con otra voz que no era la suya, vi que su cuerpo reflejaba una sombra que no parecía la suya, y nunca tuve  miedo.

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Mi otra abuela, Elena, también practicó las artes ocultas. Lo digo porque mi hermano encontró unos frascos misteriosos en las tuberías de su casa años después de que ella muriera y entendimos que ella misma los había hecho. No supe nunca si me quiso, nunca tuvimos una buena relación.  La madre de mi padre, a quien yo me parecía mucho, especialmente porque ambas medíamos menos de metro y medio, siempre fue dura y distante. Tuvo un hijo al que quiso inmensamente y al que sobreprotegió. Elena murió cuando yo tenía menos de 12 años pero fue hasta hace poco, cuando yo era ya una adulta, que la entendí.  Sufrió, cuánto sufrió. Fue nieta de un personaje nefasto, el coronel Tiburcio Carías Molina, Director General de la Policía Nacional entre 1910 y 1914, y este hecho le marcó la vida.

Intolerancia a la injustica

Eso me vendrá del lado de mi padre, un ser bastante complejo y contradictorio.  De joven solía explotar como un volcán; con los años su energía fue cediendo. Yo fui la menor y conmigo ha sido mucho más tolerante. Aunque durante algunas crisis, mías o de él, lo volví loco e intentó sacarme los demonios.  “Sal demonio de este cuerpo”, decía él y yo pataleaba furibunda. Fue durante su época de evangélico rematado,  una de sus tantas etapas espirituales. Antes me había llevado a otro tipo de templos que me gustaban más. Una época me llevó al templo de Sai Baba que era de madera y me encantaba.  Otras etapas fueron más interesantes, me hablaba de asuntos metafísicos y él me dio a leer mi primer libro de Conny Méndez. Pero su onda evangélica nunca me gustó.  Detestaba que me obligara a ir los domingos a la iglesia cristiana, ésa donde había gente gritando, llorando y desmayándose.  Yo no les creía nada.  

Sandra Sebastián

Don Guillermo es un hombre fuerte, recién jubilado. Ético y con una sabia postura ante lo justo y lo injusto, fue un juez intachable durante años.  Austero, ecuánime y de voz pausada, pasó su vida resolviendo casos en la Torre de Tribunales, pero nunca resolvió su propia vida. Una eterna molestia lo ha acompañado.  Aunque él es rebravo, conmigo ha sido amor. A mi me abrió el camino de muchas maneras, me empoderó.  Tenía menos de 12 años y un día le salí con que quería cambiarme el nombre, quería agregarme uno de hombre, y él lo hizo.  Desde entonces soy María Regina José. Actualmente me repite una y mil veces lo orgulloso que está de mi y me ayuda a sentirme segura, aunque nunca quiere ver lo que hago.  A veces, cuando tomamos juntos un vino, me llama su guerrillerita y yo lo abrazo.

De la vagina de una reina

así nací.

No hubo cigüeña

ni mago

sólo sexo.

 

mi madre, la lectora

Cuando la pienso, la pienso leyendo.  En silencio. Absorta por completo en un mundo lejano al mío.  A lo sumo habré tenido 10 años y nunca lo olvidé.  Estábamos mi hermana Helena, yo y ella, Aurita, que sin ningún empacho soltó la frase: “Si la vida es un martirio, el suicidio es un deber. Vargas Vila”.  Lo más curioso fue eso, que no solo soltó tremenda frase si no que enfatizó en el autor.  Nunca nos dio una explicación lógica de qué quería decir con aquello.  Con el tiempo terminó por negar que ella hubiera dicho tal cosa, aunque nunca negó a su autor. José María Vargas Vila es uno de sus escritores favoritos, su padre, mi abuelo Alberto, le habría puesto Aura en honor al libro Aura de las Violetas y, dice mi madre, que mi bisabuelo se encargó de que ninguna otra niña de su generación llevara el mismo nombre.  Trabajaba en la municipalidad y si unos padres llegaban con la idea de llamar Aura a su recién nacida, él hacía su mejor esfuerzo para hacerles cambiar de parecer. Mi abuelo murió de un derrame cerebral cuando mi madre aún era muy joven, y el dolor de la ausencia paterna no pudo ser sanado jamás.  Él la educó de manera singular. La motivó a pensar, a educarse, a leer. Le mandaba a pedir libros que llegaban en barco y ella los devoraba.  Mi abuelo Alberto tenía una librera con llave; dentro tenía libros prohibidos del escritor colombiano y otros. Mi madre, por las noches, abría a escondidas la librera, sacaba los libros y los leía con el placer que da la adrenalina de lo prohibido.  Seguramente mi abuelo siempre lo supo. 

Sandra Sebastián

Aurita tuvo cinco hijos, tres varones, dos hembras. Yo fui la última, la más rebelde. Nunca me regañó, nunca me prohibió. Nunca me reprimió. Nunca me gritó. En cambio sí guardó silencio durante muchas tardes, muchos soles, muchas lunas. Se casó con un hombre que por horas, días y años le hizo la vida de cuadritos y ella, estoicamente, lo soportó todo. De hueso conservador, memoria de elefante, y unos hermosos ojos miel, fue siempre abierta conmigo. Mis amigas la amaban por su liberal forma de pensar. Me mostró, me enseñó, me protegió, me preguntó, me platicó, me acompañó, me abrazó. Fue a verme a mis primeros performances, llegó a correos y esperó llorando a que bajara del arco, cuando hice la obra Sobremesa, en Bancafé, estuvo al lado mío todo el tiempo y me cubrió los pies; hasta que un día, luego de verme en una obra de teatro, la única en la que participé junto a Danilo Montenegro (Los perturbados entre lilas de Alejandra Pizarnik), me confesó que no quería hacerlo más, que le había dolido verme sin piernas, arrastrándome en el carrito por el suelo, cargando una bolsa de orines.  Ahora sale poco de casa,  al parecer sus huesos se cansaron de cargar tantas tristezas y poco la sostienen.

Quisiera hablar de la vida.
Pues esto es la vida,
este aullido, este clavarse las uñas
en el pecho, este arrancarse 
la cabellera a puñados, este escupirse
en los propios ojos, sólo por decir,
Todo por ver si se puede decir.
¿Qué es que yo soy? ¿verdad que sí?
No es verdad que yo existo
¿Yo no soy la pesadilla de una bestia?

(Alejandra Pizarnik)

 

la araña (k’at)

Yo soy la red, la telaraña. Una persona de fuego que logra hacer lo que necesita o quiere si sabe controlar y manejar sus emociones y no pretende gobernar a los demás. Eso dice mi nahual. Dice, además, que soy inestable, que emocionalmente no sé lo que quiero y que estas alteraciones, junto al encierro y la falta de libertad, pueden llevarme a estados de enfermedad, tristeza o ansiedad. Yo digo que toditito eso es cierto. Que mis alteraciones emocionales son bastante peculiares y que para mis amigas y amigos es normal verme pasar de un estado a otro en cuestión de semanas, días, horas, acontecimientos. Soy una araña, me enredo.

De mis tetas

gotas de leche

de mi vagina

recuerdos de sangre

 

desde que viviste

las cosas cambiaron.

 

No soy más la loca metiéndose coca

-aunque me sobran las ganas-

ni la cachonda cogiendo a diario

ni la garganta peleando

ni la enanita buitreada

ni la Regina famosa, la que hacía, que ponía, que decía, que solía

 

ahora respondo a tu llanto

y giro alrededor de tu moisés.

 

Isla, mi isla

Ella es Tijax, y su nahual dice que la piedra obsidiana es capaz de romper las redes de K’at.  Con eso lo digo todo. Ella rompe con mi mala onda, mi mala vibra, mi falta de ganas por la vida, mi poca fe. Despierta mi consciencia por querer ser mejor, por querer limpiar los caminos. Por Isla, más que nada, por Isla, es que me gusta estar viva. Ella es pura risa y felicidad.  Es caribe en su máxima expresión.

Hace un año me acompañó al PAC en  Milán, Italia, a una muestra en donde se exponía casi todo mi trabajo, en fotografías y vídeos, y le pareció todo de lo más normal. Recorrió el museo en su totalidad y muy fresca me dijo: “Mami, me gusta todo, menos tu foto de la menstruación”, refiriéndose a Himenoplastia, la imagen en primerísimo plano de mi vagina mientras es suturada por un hilo.

Sandra Sebastián

Durante los nueve meses que fuimos inseparables seguí trabajando e hice varios performances con ella creciéndome dentro.  Cuando recién nació, seguí trabajando.  Recuerdo que tenía una especie de miedo a perder la capacidad creativa ante la oxitocina generada por  la maternidad.  Así que durante los primeros meses, mientras celebraba su nacimiento, trabajaba junto con Karma y Aníbal López en el Cementerio La Verbena.  Yo decía que era tanta mi felicidad por la vida, que de una u otra manera necesitaba estar en contacto con la muerte, para que no se me olvidara que ese otro lado existía, seguía estando allí.

Por hacer otras acciones, otros performances, también la he dejado. Mes a mes me toca viajar porque es la única forma que tengo de generar dinero y porque me gusta y me hace feliz.  Esto se lo explico siempre con mucha cautela.  Quiero que ella lo entienda. La extraño muchísimo cuando estoy lejos y estoy consciente de que me he perdido ya muchos de sus días pero me gusta viajar, me gusta ir y sentirme sola, sentirme Regina, sentirme artista y vivirme como tal.   

 

Quiero ser la bomba lacrimógena que te hace llorar

la guerrillera que mina tus pasos

la puta indecente que te provoca

la cuca peluda no siempre dispuesta

la mano viajera que a cada poco te suelta

la corriente de llanto que a veces te ahoga.

 

Quiero ser piedra en tu zapato

pestaña en tu ojo

roncha en tu espalda

ladilla en tus vientre

tu montaña rusa

tu carrito chocón.

 

Quiero ser la madre imperfecta de tu hija perfecta

el cuerpo tatuado de tus deseos

tu viciosa compañera de vida

jamás tu musa

jamás tu paz.

 

mi karma

Es así como lo veo, como un karma, uno bueno. Cuando el I ching me dijo: “Es necesario cruzar las aguas para encontrar el amor”, no lo dudé. Había querido en Guatemala pero también había sufrido.  Acá mis amores fueron muy conflictivos, dramáticos, inestables. El caso es que a mis 33, con una crisis por los tiempos duros, y aturdida por uno de esos amores que van y vuelven, acepté un trabajo en República Dominicana y allá lo conocí.  Ya el libro de las mutaciones me lo había advertido y yo encendí mis antenas desde que me monté a ese avión.  Lo conocí a los diez días de llegar a la isla, mi amiga Jessica me avisó de un evento en el Museo de Arte Moderno donde habría algunos performances, y fui.  Él realizaba una acción y no dudé en acercarme a pesar de su hermosa guardaespaldas. Todo fue como tenía que ser, el amor se dio y creció con la locura del caribe, los conciertos del Batey, las megafiestas en la playa, las pils, los viajes ácidos con los  amigos, la cerveza, la bachata. Luego nos embarazamos, nos calmamos y vino con nosotras a Guatemala.

Sandra Sebastián

Artista en todo el sentido de la palabra, Karma consiguió rápido un trabajo enseñando arte, se hizo amigo de los amigos, hizo su propio mundo y ha sido feliz  Aunque es un ser luminoso, es intenso y no está libre de acidez. Aun así tiene un

amor y una paciencia del tamaño del universo y es un hombre  libre de prejuicios. Eso lo explica todo, es un buen compañero. No le molesta lo que hago, me respeta.  No le molesta que viaje, me apoya.  Sin este Karma, quizás mi vida de artista madre, o madre artista no hubiera sido factible.

 

La poesía la llevo dentro

alguien

con su palito erecto

me la metió.

 

el arte

Es difícil entender cómo me metí al mundo del arte, tirar las cartas sobre el tablero y ver claramente cada una de las jugadas que me llevaron a donde estoy ahora.  Soy secretaria y jamás estudié arte. Inicié trabajando como secretaria en agencia de publicidad y gracias a eso pude hacerme amiga de algunos creativos que me pasaban órdenes para hacer algunos anuncios y así hice mi primer portafolio. Con ese conseguí trabajo de copy en Prensa Libre y allí me hice amiga de Juan Carlos Lemus y de Sergio Quemé.  Estando allí empecé a participar de los talleres del Bolo Flores, y a través de éstos me empecé a considerar poeta y conocí a los amigos de la Casa del Cuento (Patricia Cortez Bendfelt, Fernando Ramos, Gustavo Sánchez, Ligia Rubio, Maya Cu, Emilio Solano y el mismo Juan Carlos).  Luego dejé la Prensa y me fui a Wach’alal donde conocí a Jessica Lagunas, María Adela Díaz y Roni Mocán.  Ellos ya tenían ideas bastante claras sobre el arte, y fue Jessica, especialmente, quien me movió a interesarme por este asunto.

Me invitó a participar en un taller con Veronique Simar y allí terminé de entender el término performance.  Luego me instó a ir una reunión con los artistas de PAI (Proyecto de Arte Independiente, formado por artistas ya establecidos como Luis González Palma, Darío Escobar, Aníbal López -capítulo aparte-, Diana de Solares, María Dolores Castellanos, etc.)  Ellos me invitaron a presentar una propuesta. Lo hice. Me la aceptaron y fue así que hice mi primer performance. El dolor en un pañuelo, presentado en la muestra colectiva “Sin pelos en la lengua”, en  1999.  Pocas semanas después conocí a Belia de Vico, que me invitó a trabajar en su espacio Contexto y me abrió, con ese gesto, todo un abanico de posibilidades. Hicimos juntas arriesgados proyectos, como la Himenoplastia, de hecho, las fotos de ese performance las tomó ella.

Más o menos por el mismo período, recibí un taller maravilloso con Luis González Palma y a través del espacio Coloquia y las gestiones de Belia pude tener acceso al trabajo de una serie de artistas que llegaron por al país y me rompieron la cabeza, como Silvia Gruner, Teresa Margolles, Priscila Monje, Tania Bruguera o Santiago Sierra.

Antes ya había trabajado como modelo para algunos fotógrafos y creo que eso fue determinante. En realidad yo no sentía pudor por el cuerpo sino por el contexto o situación en la que ponían a ese cuerpo. Un día decidí que no volvería a ser objeto de ningún fotógrafo, lente o cámara. Que nunca más me dejaría poner frutas en la cabeza ni sostendría un cursi paraguas negro bajo la lluvia.  Yo sería la artista, utilizaría el cuerpo como mi medio y mi cuerpo sería entonces, sujeto y objeto, solamente de mis propias ideas creativas.

En esa época pasaron muchas cosas, unos años atrás se había firmado la paz, yo empecé a vivir sola, tenía por fin “mi habitación propia”, era económicamente estable y estaba viviendo de vuelta en la zona 3.  Por un lado, a través de la exposición en PAI, tuve acceso a la escena contemporánea del arte, por así decirlo, y, por el otro, vivía en el centro histérico del país y eso me hizo tener acceso a la escena bohemia también. Todos los domingos me vestía de negro,  pelo, ojos, uñas labios, e iba a El Tiempo a leer poesía.  También fui asidua visitante de la Casa Bizarra, aunque nunca fui una bizarra del todo, más bien fui una entusiasta paracaídas.  Llegaba sola, escuchaba a Simón, Marré o a Payeras y, a veces, yo también me ponía de pie y tomaba el micrófono. Así me hice amiga de los bizarros, conocí a José Osorio y participé en algunos festivales del centro histórico y en el emblemático Octubre Azul.  Fue en esos años que me colgué del arco de correos para leer poesía (todavía hay personas que me preguntan ¿usted es la que se colgó de correos?), que empecé a hacer performance tras performance y a entender que eso era arte.

Plaza Pública

Había también mucha turbulencia, la paz que supuestamente iba a llegar no llegó nunca y nos sentíamos descontentos, hartos, en plena veintena. Todos teníamos talento y era difícil saber qué hacer con él.  Sin apoyo estatal, ni institucional, sin espacios, sin ayuda de ninguna clase, con la violencia desbordándose cada día más.  Nos juntábamos para hablar de arte, música y poesía, para tomar, fumar, para ponernos locos. A  veces nos pusimos muy locos.  Nos queríamos, pero muchos llevábamos un dolor no resuelto por dentro. Un montón de veces fui la única mujer del grupo, o una de las pocas en medio de situaciones bien densas.  El ambiente estaba integrado mayormente por hombres, que a veces, y con el alcohol, se transformaban en machos.  Una noche en el bar Oxígeno, ya todos más para allá que para acá, un par de amigos me agredieron.  Uno me tiró al piso, el otro me gritó repetidas veces “puta”.  Pasaron años para que pudiera volver a ver a los ojos a uno de ellos, tuvo que morir Aníbal, amigo en común, para que allí, en su entierro, el otro amigo y yo, nos reencontráramos.

Durante un largo período pasé haciendo mi arte y haciendo publicidad. Hacía un performance y me iba corriendo a la agencia porque siempre estaba llegando tarde. Lo voy a gritar al viento la hice en mi hora de almuerzo mientras trabajaba en Wach’alal. ¿Quién puede borrar las huellas?, también.   Recuerdo que al terminar la ruta me fui corriendo a la fuente del parque a lavarme los pies y quitarme la sangre humana porque ya eran más de las dos y Úrsula, mi jefa en Publicentro, podía regañarme.  De pronto empecé a tener invitaciones de afuera y  comencé a viajar, después me fui a la Dominicana, después me gané el León de Oro y después inicié mi relación con Prometeo, la galería italiana.  Entonces pasó. Un día empecé a  vender mi trabajo y finalmente, ese día lo supe… de allí en adelante, en todos los documentos legales, en la casilla de profesión u oficio, escribiría la palabra “artista”.

Dame más tiempo, vida
para conocerte aún
dame un poco más de sangre
que la que llevo en la carne
no me alcanza; dame
más ojos y manos vida..

Roberto Monzón

 

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Si no hubiera sido por aquél,  quizás mi camino en el arte hubiera sido más lento, muchas veces no habría sabido qué hacer y quizás no hubiera hecho lo que he hecho.  Ser su amiga me hacía sentir importante, me dio una especie de seguridad. Amigos hasta el tuétano, el Aníbal tenía una manera extraña de pensar y actuar que me encandilaba.  El concepto que tenía sobre arte, ética y moral era algo de lo que siempre me gustaba discutir con él porque siempre había algo que aprender. Documentó muchos de mis trabajos, desmembró la mayoría.  No era un amigo complaciente. Viajamos juntos, producimos, nos protegimos, nos emborrachamos, nos colaboramos.  Al principio él me cuidaba a mí, después, yo lo cuidé a él, a veces, de él mismo. Al Aníbal el alcohol se le metió en la sangre, el cuerpo empezó a cansársele, le dolía el corazón, sus ojos con los que leía a Wittgenstein ya no miraban, las manos con la que dibujaba temblaban, el hígado se le enfermó, el futuro se le dañó.  Uno de sus últimos trabajos fue El Testimonio, la acción para la que viajó a Documenta Alemania con un sicario. Este performance, como el resto de su trabajo, son fundamentales para la historia del arte del país y el tiempo se encargará de afirmarlo. Desde que Aníbal murió, de cierta manera, me siento huérfana.

https://www.youtube.com/watch?v=nceXKTFHYpc

 

El llamado de la sangre me hace volver

la que corre por las calles

los asientos de las camionetas

las camas del Roosevelt.

Por eso vuelvo

porque el paisaje tropical quema

pero no es infierno

y yo

prefiero mi infierno

mi país de demonios

de mentes perversas

de gente mala.

Porque acá se respira caliente

pero se respira en paz

y yo

no soy paz

soy guerra

bomba lacrimógena

bala perdida.

 

Guatemala y el mundo

La primera vez que viajé para hacer un performance fue con Rosina Cazali en el año 2000, a la Costa Rica de Virginia Pérez Rattón (hice varios proyectos con ambas, me parece que su apoyo fue esencial en el desarrollo de mi carrera, en especial el de Rosina).  En 2001 fui la primera vez a la Bienal de Venecia, en 2005 volví y me gané el León de Oro,  y de allí en adelante muchas puertas se abrieron y yo empecé a llenar de sellos las páginas de mis pasaportes. Recibo invitaciones de  museos, galerías, universidades u otro tipo de  instituciones para dar charlas sobre mi trabajo o para hacer o mostrarlo..  Viajo  una vez cada tres meses, una vez cada mes, una vez cada quince días, a veces más. Cada vez que tomo un avión sé que empieza una aventura.  Las tortuosas horas del vuelo transatlántico sólo valen la pena por la adrenalina de llegar a un sitio nuevo, para hacer un trabajo nuevo.  Después de tantos años y tantos trabajos, sigo experimentando las mismas mariposas en la panza antes de cada performance o de cada charla.  Además, cuando viajo, me siento bien. viajar es todo un viaje.  Generalmente me llegan a recoger al aeropuerto, me llevan a un hotel bonito, escuchan mis puntos de vista, producen mis ideas, me dan un  lugar, me ponen a trabajar con las personas más profesionales, me cuestionan, me debaten, me ayudan a pensar más allá, me ayudan a solucionar, me documentan, me invitan a comer, a buenos vinos y, lo mejor de todo, me pagan.  Acá, eso no sucede. Acá, hay que buscársela.  

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En un momento definí que no quería seguir viajando y hablar siempre de Guatemala. En un momento me di cuenta que en mi país habían problemas pero que los mismos problemas existían en otras partes sólo que en otros lados, se hablaba de esos problemas bajo otros términos.  Guatemala, dejó de ser el centro del mundo.

Actualmente trato de hacer en Guatemala lo que tenga que hacer acá, y decir acá lo que tenga que decir acá, lo que acá es pertinente.  Me interesa la memoria histórica y poner el dedo sobre algunas de las horrorosas llagas que afectan el tejido de este país. Siendo mujer y madre de una niña no puedo vivir sin cuestionarme la constante violencia, ni la misoginia de esta sociedad que mata y previo a matar, viola y tortura a las mujeres.  Siendo humana y consciente relaciono el pasado con la violencia exacerbada que vivimos hoy y no puedo dejar de sentir indignación ante lo cruenta que es nuestra historia. Siento rabia e impotencia ante los hechos sucedidos a gran parte de la población durante la guerra y una profunda desolación ante la actitud de algunos empeñados en negar o minimizar el dolor, la sangre, la muerte. 

Cuando hago un trabajo afuera trato de encontrar un punto en común y hacer un puente con el otro contexto. Del otro lado  del charco también abundan las injusticias, también la muerte se vive de maneras violentas; en otros países las sociedades están igualmente construidas sobre la guerra o la negación y, sea donde sea, los problemas humanos son similares.

En mi trabajo como arista lo que más me interesa es producir obras que permitan la empatía ya que considero que los individuos sufrimos por las mismas cosas y, en el fondo, lo que nos mantiene vivos, es la misma luz.

Quiero seguir indagando sobre el performance y sus posibilidades, aunque también quiero seguir tomando riesgos con otros medios. La poesía lo permea todo y me es sumamente difícil llegar a una conclusión que no incluya algún tipo de emoción. Tiendo a tener un discurso político porque responde a la forma en que veo y vivo el mundo, pero mi intención es la de hacer arte, producir experiencias estéticas, imaginar formas, darles un cuerpo. Cuando en mi trabajo, recurro al desnudo, es porque lo considero necesario. No lo hago como una herramienta de poder o para sentirme envalentonada. No me quito la ropa por efectismo o porque considero que mi cuerpo es un objeto pasivo de contemplación. Lo hago por razones de forma, porque el cuerpo en su origen está desnudo y porque considero que el cuerpo tiene una función en la existencia que va más allá de su función sexual.  El cuerpo humano es más que su área genital y el cuerpo de la mujer es un cuerpo humano. Pero en sociedades altamente machistas, como en Guatemala, se tiende a leer el cuerpo bajo la óptica del hombre y éste lo considera objeto de su placer.  Y vaya que está equivocado. 

A veces me parece que vivo dividida en dos mundos. Hago algunas cosas acá a las que poca gente llega, hago varias cosas allá donde más gente va. Hace unos días daba una charla en la Universidad de Sunny New Platz en Estados Unidos y alguien me hacía la pregunta de qué pensaban de mí en mi país. No supe qué responder.

Sandra Sebastián

No sé si se conoce mi trabajo, si gusta o disgusta. Si me consideran una artista o, al menos, me consideran. Tengo guardados algunos recortes de prensa de hace muchos años, en donde se rechazaba lo que hacíamos y se negaba que fuera arte.  En internet a veces se me ha reprobado * y en Facebook me han hecho algunos memes. El primero fue gracioso: una foto de mi performance Piel y a mi cuerpo lo cubría una pelota de colores.  Lo hizo una pareja de amigos y recibió muchos likes. El segundo fue subiendo de tono, el tercero aún más. Un día apareció una foto de mi performance Limpieza social, y cuando le dabas click te enviaba a una página de pornografía, pura y dura.  Lloré.  Hice público mi disgusto, regañé a los que habían compartido inocentemente la publicación y de premio me gané un meme más, en este me llamaban vaca sagrada: muuuuuuuuuuuuuuuu.

No ha sido la única vez que me he sentido frustrada en Guatemala. Muy pocas veces, en casi 15 años de ser artista, he ganado dinero en mi país y  creo que el resto de artistas pasan por lo mismo. Acá todo parece difícil o imposible. Los artistas, que son muchos y son muy buenos, trabajan como pueden, con lo que se consigue, nunca o casi nunca, con algún tipo de ayuda estatal. 

Para el Estado de Guatemala los artistas no existimos, no aportamos y por lo tanto no tenemos ningún derecho. Si durante un tiempo se desaparecieron poetas de manera violenta, ahora se intenta silenciarlos con el abandono y la indiferencia. Nos cuesta conseguir trabajo y los pocos que tienen uno, no tienen IGSS, ni reciben aguinaldos. Muchos no tenemos ingresos fijos, no tenemos seguro médico, no nos jubilaremos. No tenemos nada claro para el futuro y nos cuesta un chingo la vida.  Pero sea como sea, este país me gusta. Este pequeño punto en el centro del universo con un volcán de fuego siempre en ebullición. Acá siempre es primavera y las calles son nuestras.  Acá abundan las contradicciones y hay tensión y esa tensión, quizás, a mi me ayuda a producir y a sentirme viva.

 

* Regina Galindo ha pasado empelotándose buena parte de su carrera performática, sin embargo creo que esta semana se acaba de desnudar realmente... y no me gusta lo que vi...  opinión de lector en Plaza Pública el11/06/14

* Lo que ya se sabe al ir a una expo de Regina Jose Galindo, es que va a estar desnuda posiblemente en vivo, en fotos, en video...  Final del formulariohay mama perdóname por criticarte, no te preocupes igual voy a ir a tu expo para verte en bolas. Opinión en twitter el 17/03/2015

* Opino que su arte es sumamente hipócrita, complaciente, predecible, falso y muy pretencioso. Su amor por el arte, o sea a sí misma, destila banalidad, superficialidad y poca espontaneidad.  Mi intención dista de querer adularlo, como hace la pa-té-ti-ca de Galindo con sus cuates. Para ser honesta, a mi lo único que me "eriza" la piel, es la gente genuina, que no se rige por dobles agendas y tiene las agallas de decir las mierdas como son y sin tanta paja. Y en cambio lo que si desprecio, es el la superioridad fingida, la prostitución y la corrupción en el mundo del arte (la pésima, de muy mal gusto copia del "art jet set o art élite" en un país como Guatemala. Eso es digno de risa a carcajadas), pero sobre todo la mala interpretación del dolor ajeno, como la de Galindo. Opinión de lectora en Plaza Pública el 11/06/14

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