La indignación, sobre todo de los mexicanos y de la comunidad latina en Estados Unidos, ha sido enorme. Muchos artistas se han pronunciado, y gigantes de los medios de comunicación rompieron su relación con Trump (Univisión, NBC, Televisa y Ora TV). Y la lista sigue creciendo. Algunas de las acciones de este boicot han sido la negativa de transmitir los concursos de Miss Universo y Miss USA y el anuncio de algunas concursantes de no participar, como las representantes de México y de El Salvador (hija de migrantes en Estados Unidos). ¡Y esto me alegró muchísimo!
Ahora bien, tengo que confesar que mis razones para celebrar estas medidas van más allá de los motivos obvios de quienes tomaron estas decisiones alrededor de los concursos de belleza. Incluso, estarían en contra de las razones que a mí me alegran.
Por un lado, son totalmente indignantes y despreciables el racismo y la xenofobia, pero sobre todo la ignorancia de este señor (quien seguramente piensa que todos los migrantes latinos en Estados Unidos son mexicanos), sin respeto alguno por la valiosa y valiente comunidad de migrantes no solo en Estados Unidos, sino también en todo el mundo (lo cual será tema de otra columna).
Sin embargo, esas otras razones por las que celebro la no transmisión de tales concursos y la salida de algunas participantes son distintas a las que las cadenas de TV y las mismas mises han dicho o se pueden imaginar. Y es que estos mal llamados concursos de belleza son de lo más dañino e insultante que puede haber en contra de las mismas mujeres. Son un dispositivo tan sutil de la violencia patriarcal que hasta se nos enseña a disfrutarlos y admirarlos.
Estos concursos imponen y promueven un ideal de belleza occidental. ¿Quién decide qué es lo bello, cómo y por qué? Lo considerado bello varía en el tiempo y entre culturas, por lo que no se puede hablar de belleza objetiva y tampoco calificarla, mucho menos a las mujeres —como seres humanos integrales que somos—. ¿Qué mensaje transmiten estos concursos, en los que se valora una apariencia física, y no las capacidades o la inteligencia de las mujeres? Estos concursos deshumanizan a las mujeres, las cosifican y las fragmentan. Dejamos de ser personas para convertirnos en un par de piernas largas o de pechos o nalgas grandes.
El año pasado se conoció la noticia de que los legisladores de una ciudad argentina prohibieron estos concursos por considerarlos sexistas, discriminatorios y violentos contra las mujeres. Argumentaron que «refuerzan la idea de que las mujeres deben ser valoradas y premiadas exclusivamente por su apariencia física». También objetaron que se basan en estereotipos que promueven una obsesión por un ideal de perfección que nunca se alcanza y que, además, causan enfermedades que incluso atentan contra la vida de las mujeres.
En la actualidad, en Guatemala, estas actividades son atractivos principales en ferias, en centros educativos (incluyendo colegios católicos) para kermeses y fiestas patrias, en fiestas variadas, etc. Y es que, así como en pleno siglo XXI y en supuestas democracias no deberían existir el racismo, la xenofobia y la homofobia, tampoco deberían existir ya los concursos de belleza.
Frente al caso Trump, sería lindo que ningún país latinoamericano enviara concursantes a Miss Universo. En principio, como una muestra de solidaridad con la comunidad migrante. Pero también sería hermoso ir avanzando en el debate de cuánto daño hacen y de la carga de violencia invisible y simbólica que este tipo de actividades dispara contra las mujeres.
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