Fuimos, y la gente se nos quedaba viendo raro por el hecho de que dos mujeres bailaran juntas. Claro que eso no nos importó. Estamos en nuestro derecho de divertirnos como se nos dé la gana, así que bailamos. Pronto apareció una mujer muy insistente. Le dejamos muy claro que no queríamos bailar con ella, pero ella insistió. Nos llevaba bebidas, quería tomarse fotos con nosotras, se acercaba a nuestro espacio personal y no paraba. Decirle que no no fue suficiente. Decidimos movernos a otro sector del bar.
Esta vez teníamos unas mesas altas a la par. Pronto llegó un mesero a entregarnos unas bebidas que no habíamos ordenado. Nos explicó que eran de unos señores del área privada que querían conocernos y que, en un gesto supuestamente cortejante, habían decidido usar al mesero de mensajero. Este nos insinuó que nadie les debía decir que no a esos señores y que estos estaban vinculados supuestamente al narcotráfico. Le dijimos que no, y los hombres seguían insistiendo por medio del mesero a que fuésemos con ellos. Nuevamente un no, claro y contundente, no fue suficiente. Consideramos retirarnos, pero decidimos volver a movernos fuera de la vista de los señores del área privada. Triste, pero a veces cambiar de lugar es la mejor forma de prevenir.
[frasepzp1]
Esta vez nos movimos a la barra, que era tan larga que en la posición en la que estábamos nadie estaba ordenando bebidas. Bailamos y bebimos muy cómodamente hasta que, como era de esperar, la experiencia se repitió. Unos jóvenes se nos acercaron y conversaron con nosotras por un momento. Cuando les dijimos que no queríamos bailar con ellos, parece que sus egos se fragmentaron y apareció el típico macho estúpido. Uno de ellos me arrinconó en la barra creyendo que eso era seductor. Le expliqué que no y que quería que respetara mi espacio personal. Me dijo: «Yo sé que solo te haces la difícil». Empezó a decirme que tenía cierto grado académico, que trabajaba en una empresa grande y que tenía grandes ingresos económicos, dando a entender que era un gran paquete de hombre el que yo me estaba perdiendo. Le respondí que nada de eso me interesaba, que solo quería bailar con mi amiga. Moví los brazos para alejarlo de mi espacio, y él simplemente, con su fuerza mayor, seguía reteniéndome contra el mostrador. A todo esto, mi amiga no sabía qué hacer. Fue incomodo ver que el resto lo notaba, pero que nadie parecía incomodarse lo suficiente como para hacer algo.
Finalmente, un grupo de jóvenes de la República Dominicana se acercaron y se interpusieron entre el joven en conflicto y yo. Imagino que la situación de acoso fue obvia para todos y hasta para el barténder, pero nadie hizo nada hasta que ese grupo decidió actuar. Me sentí sola, indefensa, impotente y finalmente indignada por la naturalización que se tiene del acoso. El apoyo del grupo extranjero arregló la noche. Pudimos bailar con superbailarines y la pasamos genial.
Lastimosamente, el acoso terminó hasta que la mujer, los supuestos narcotraficantes y los jóvenes de la barra nos vieron acompañadas. ¿Cómo es posible que uno no pueda divertirse con tranquilidad en un bar? Algunos dirán que para qué fuimos al bar, pero es nuestro derecho y en ningún espacio debe ser permitido el acoso. El Observatorio contra el Acoso Callejero recopila más de 407 reportes, en su mayoría de mujeres que han roto el silencio y compartido su historia. Porque no estamos solas, y conversar respecto a la cultura machista imperante es un primer paso para acabar con este tipo de violencia.
Para seducir no hay que acosar. Un no es no, y hasta que no lo entendamos no vamos a cambiar nuestra cultura violenta y acosadora. Traigo esta anécdota a colación porque se cree que el acoso está únicamente en el trabajo o en las calles, y no. Está presente hasta en la recreación. Repudiable no alcanzar una cotidianidad pacífica. ¡Que viva el consentimiento mutuo!
Más de este autor