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“No es humano alegrarse por algo como lo de Honduras"

"El fuego no creo que hubiera sido intencional. Las cárceles hondureñas son una anarquía y un incendio no sólo es algo muy posible, sino inminente. Pero eso de que no son responsables por no dejarlos salir al patio, eso sí es pura paja".
A este guatemalteco le tocó dormir dentro de una celda en Tegucigalpa. Seis gentes en dos por tres metros. Un inodoro para cada cien personas. Y eso no era de lejos lo peor.
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“No es humano alegrarse por algo como lo de Honduras"

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Manuel Rodríguez es un guatemalteco de treinta años que cayó en prisión en Honduras en 2010 porque policías dijeron que llevaba droga en el microbús con el que cruzaba el país proveniente de Nicaragua. Salió hace doce meses por falta de pruebas y le cuesta dormir en las noches pensando en el incendio de la cárcel de Comayagua. Estos son algunos de sus recuerdos de esos pequeños infiernos en donde se sobrevive de sicarios, animales y de morir calcinado.

A merced del señor que manda

“Estuve en varias cárceles. La de San Pedro Sula me recordaba a algo así como el mercado El Guarda, por la aglomeración de gente y porque en la misma cárcel están presos hombres y mujeres. Se supone que no hay tantas violaciones porque hay un señor que lo controla todo. Que dice quién duerme dónde y quién recibe calentadas, que son trancaseadas (palizas), incluso por dirigirle la palabra a alguien de su comitiva de guardaespaldas, que como él, van armados adentro de la cárcel”. 

Más que un señor benevolente, la imagen que viene a la mente es la del personaje que interpreta Gael García Bernal como el jefe de los ciegos presos en la película inspirada en la novela de José Saramago. En la novela y la película Blindness, de Meirelles, toda la sociedad (menos una persona) es víctima de una epidemia de ceguera blanca, en vez de la ceguera incolora o negra que uno puede no desear, y se trata de una plaga contagiosa e incurable. Y para detener la enfermedad, el mundo decide meter a los primeros cien contagiados a una prisión y dejarlos a su suerte. Gael García Bernal es el único que tiene una pistola entre los ciegos. Y es un déspota.

“En una cosa la cárcel es como afuera de la cárcel. Hay zonas para los que tienen dinero y literas de cuatro niveles en los pasillos para los que no tienen dinero. Y los que no tienen dinero ni para literas (de cuatro camas) o no complacen con los favores a los jefes, duermen en cartones en el piso. A mí me confundieron con alguien relacionado a narcos y por suerte me dieron al menos una cama de litera”.

El sistema de justicia hondureño (como tantos otros) parece una obra de teatro o una novela del realismo mágico latinoamericano. El ficheo, el registro de los reclusos que entran al penal, es ridículo. Rodríguez optó por seguir el consejo de unos reos que hacían fila y se echó la goma líquida crazy glue para evitar que se pudieran ver sus huellas digitales. El guardia penitenciario lo notó y no dijo nada. Tampoco verificaron que el nombre que daba no era el que aparecía en su cédula. No hay ningún registro digital; sólo una fotografía. Y las cárceles no comparten archivos.

De hecho, no sólo están dentro de la misma cárcel hombres y mujeres. También adultos y menores. También condenados y detenidos. Pandilleros. Narcotraficantes. Robagallinas. Víctimas de la policía que pide mordidas o tiene que llenar requisitos de capturas. Gente que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Cualquiera.

“Los únicos que no pueden tener armas dentro de la cárcel son los policías. El señor que manda y sus guardaespaldas tienen, pero no les permiten entrar armados a las fuerzas estatales; si no, hay problemas. Yo me quedaba todo el día en mi litera, tratando de no meterme con nadie. Estaba cerca de los cuartos de los más poderosos. Y ahí tenían todo el acceso a alcohol, drogas y mujeres que querían. Se drogaban y drogaban a los guardias, aunque eso, de drogar guardias o drogarse, lo hacía todo el que quisiera. A mí lo que me daba más miedo, despierto y en la noche, era que alguien creyera que lo estaba viendo mal o que había escuchado algo o visto algo y que me mandara a que alguno de los montones de sicarios presos me matara”.

A los que se salen “del orden” en otra de las cárceles hondureñas, en Támara, Tegucigalpa, los cuelgan de una antigua torre de control, para decir que se suicidaron y mostrar a los demás lo que puede pasarles si hacen una mala mirada o si vuelven a estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. “Cuando matan mujeres ahí las desaparecen, porque se supone que ahí en esa otra cárcel no pueden entrar mujeres”.

Una ratonera

En la cárcel de Támara, en Tegucigalpa, Rodríguez calcula que habían ocho inodoros para unas 600 personas que comen todos los días arroz y frijoles, los tres tiempos de comida, al igual que los guardias. Y para alcanzar agua para bañarse había que hacerlo a las tres de la mañana. Con suerte, a cada preso le toca bañarse sólo frente a otros cinco reos, con quienes comparte una celda de dos metros por tres metros. La policía abre las celdas a las seis de la mañana y los encierra a las siete de la noche.

Eso cuando no se es preso VIP (very important person) o cuando no se es preso pobre. A los menos suertudos les toca dormir “enchachados” (esposados) a barrotes fuera de las celdas.

A este guatemalteco le tocó dormir dentro de una celda en Tegucigalpa. El que llegó primero dormía en la cama de cemento, cuatro en el piso con las piernas bajo la cama y otro en el espacio de lo que debería ser una ducha. Las personas que llevan más de dos años comienzan a tener problemas en la piel por el contacto con el cemento.

Eso no era de lejos lo peor. A quien le tocaba más cerca de la puerta de barrotes se veía obligado (para poder dormir acostado sobre el piso) a sacar la cabeza del cuarto, a través de los barrotes; lo que por un lado permitía un poco de aire fresco en una ciudad tan calurosa como Escuintla, pero por el otro lado tenía el peligro de las ratas. Ratas que eran del tamaño de una cabeza humana. Y mordían.

“Un día, sin que lo esperara, amé a los gatos como nunca antes”.

En el calabozo del calabozo

Honduras es el país más violento del mundo. 78 asesinatos por cada 100 mil habitantes en 2011. Casi el doble que los asesinatos en Guatemala, que es el séptimo país más violento, pero en donde en cada uno de los últimos dos años se ha reducido la epidemia de la violencia en diez por ciento. En Honduras no se reduce.

El golpe de Estado que dieron las élites empresariales, políticas y militares al populista Manuel Zelaya el 28 de junio de 2009 no hizo sino empeorar la situación de este país centroamericano que se encontraba ya al borde del precipicio. Más narcotráfico, más violencia, más corrupción, más desigualdad, menos respeto por la vida. “Está quizás como estaría Guatemala si empeorara todo” y bajáramos al siguiente sótano. De igual manera, si se ve el vaso medio lleno, el sistema de justicia guatemalteco podría supera por un par de peldaños al hondureño y al salvadoreños.

“Pero lo peor de todo, peor que las ratas, peor que el miedo a morir en cualquier momento, es lo que escucha uno. Escuchar todo el tiempo, todo el día, que planifican extorsiones, asesinatos, violaciones, y saber que no son  una mala onda sino que las ejecutará alguien afuera de la cárcel, es horrible. Y oir cuando torturan a gente no es nada agradable, es lo peor. Es un mundo horrible; es increíble cómo el cuerpo y la mente se adaptan para que uno sólo se preocupe por lo que sí es indispensable para sobrevivir”.

“De Comayagua nadie se hubiera querido escapar”

Después de muchos meses de haber regresado de Honduras, Manuel había empezado a dormir más o menos bien en su casa, sencilla, en uno de los barrios populares del Norte de la Ciudad de Guatemala. Pero no lo consigue más después de la quema de la cárcel de Comayagua. O mejor dicho, de la quema de 370 reclusos de la cárcel de Comayagua, relatada con intensidad por el medio salvadoreño El Faro.

“El fuego no creo que hubiera sido intencional. Las cárceles hondureñas son una anarquía y un incendio no sólo es algo muy posible, sino inminente. Como le digo, me trataban más o menos bien porque creían que tenía relación con narcos colombianos porque estaba acusado de eso, sin más prueba que la palabra de unos policías corruptos. En una cárcel me presentaron a un chavo colombiano que tenía pistola. Y en la otra me tocó en una celda en donde tenían un extinguidor. Lo que pasa es que la gente mira cables y los corta para poner su estufita o su calentador. Y entonces en cualquier momento ocurre un incendio”.

En Comayagua, a eso de las diez de la noche del 14 de febrero empezó un incendio en unas celdas. Pero aunque había un patio a donde podían salir los reclusos, se dio la orden a los guardias de no abrir las celdas “para evitar una posible fuga”.

“Eso sí que es paja (mentira). Comayagua era la cárcel a donde todos aspiraban que los enviaran. Tienen una su granja, dicen que es de rehabilitación y no hay mafiosos gruesos ni pandilleros. Nadie se iba a querer fugar”.

De hecho, entre las víctimas había adolescentes a los que una abuela había metido a la cárcel como castigo por malportados o esposas de reos que habían entrado a pasar la noche del día del cariño, según la cróncia de El Faro. 

¿Qué sintió cuando supo del incendio?

“Sentí mucha, muchísima tristeza, porque en el fondo, todos los delincuentes son seres humanos, tienen familia y tienen su lado bueno. Creo que se tiene que hacer justicia y no es justo que la gente que trabaja no pueda ni si quiera tener una abuelita que lleva a la escuela al nieto o a la nieta, y los delincuentes tienen que tener un castigo, pero con humanidad. Aquí en las cárceles no hay justicia. El que tiene dinero y contactos vive bien y el que es pobre vive en extrema pobreza”.

“El sistema de justicia de Honduras es repugnante, enfermo; está podrido el sistema. ¿Cómo es posible que se encarcele a gente sin que hayan cometido delitos, o que por falta de dinero pasen años sin que tengan una sentencia en su contra, o que un señor que manda pueda admitir a presos. No se puede confiar en el sistema de justicia hondureño, o condenar a alguien a la muerte en llamas porque un policía corrupto o un juez corrupto o un ministro corrupto lo envía a la cárcel. No se puede confiar en que puedan cuidar de tu vida”.

“Lo que dicen los presos en las cárceles hondureñas es que los incendios –como los dos que ocurrieron en Honduras en la década pasada– son para hacer limpieza. Creo que el incendio se ocasionó posiblemente por un descuido, pero la policía seguro que prefirió ver cómo se morían todos, a dejarlos salir al patio y destrabar sus juicios pendientes y reconocer que los que hemos estado en la cárcel somos seres humanos”.

¿Qué opina de los guatemaltecos que celebraron la quema de la cárcel?

“Es muy diferente estar dentro y sólo hablar desde afuera. Los que se alegran es porque son animales los serotes, no entienden nada. O porque son como los políticos (el presidente Lobo dijo que había escuchado de una intención de fuga). No es humano alegrarse por una cosa así”.

“Lo que deberíamos querer todos es un sistema que fuera bueno para que la gente que hace mal sea detenida humanamente y se trate de rehabilitarlos. No es humano hacer que es una persona pase por una muerte así; y menos aún en países como los centroamericanos en los que hasta los presidentes están involucrados en el tráfico de drogas”.   

Tal vez es que, como en la novela de Saramago, la gran mayoría de los centroamericanos somos víctimas de una epidemia de ceguera, sólo que no es blanca sino roja.

*El nombre de Manuel Rodríguez no es el real para proteger su integridad.

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