Sonrío, sí, pero me encuentro en conflicto con el síndrome de la hoja en blanco, que afortunadamente soluciona The Police con So Lonely cantada a través de unos walkie-talkies en los vagones de un metro allá por 1978. Y no puedo dejar de sonreír al ver a Stewart Copeland tocando con sus baquetas contra un tranvía y un Land Rover que sirve de patrulla de policía, entre otros objetos.
A continuación me tropiezo con Dead Leaves and the Dirty Ground y Blue Orchid. Meg White deja claro quién mandaba en los White Stripes —no era Jack—. Así se van juntando las ideas, los sonidos y las palabras para esta maquila, que finalmente toma forma para rendirse frente a ese Bill Ward en Fairies Wear Boots, el concierto de 1971 en París, tal vez mi momento de culto para Black Sabbath.
Hay que admitirlo: así como sin guitarra eléctrica el rock no existiría, la batería forma parte fundamental de la identidad de este género. Y aunque siempre al fondo del escenario, sin ella esta historia no sería la misma. Nos faltarían ilustres nombres como Ringo Starr, Charlie Watts, Mitch Mitchell, Stewart Copeland y, por supuesto, Dave Grohl.
Por eso no creo en quienes dicen que se puede hacer rock sin una batería. Jamás será lo mismo. Purple Haze es lo que es gracias a la comunión de Mitch Mitchell y Jimi Hendrix. Sting enamoró multitudes gracias al Stewart Copeland de Message in a Bottle.
Sin embargo, no hay otro nombre propio al hablar de la batería que el de John Bonham. Rolling Stone lo considera el baterista más importante de la historia del rock. El hombre que tomo la escalera al cielo después de 40 shots de tequila y al cual Led Zeppelin decidió que era imposible reemplazar es sin duda la palabra mayor en esta historia, con ejemplos como la versión de Dazed and Confused grabada en 1969 o esta versión en vivo de Moby Dick grabada en el Royal Albert Hall en 1970. Y, en honor a la verdad, conozco melómanos que prefieren Good Times, Bad Times como la muestra de su genio.
Esta maquila estaría incompleta si se deja fuera a Maureen Moe Tucker, una de la razones que hacen enorme la leyenda de The Velvet Underground, la mujer que tocaba la batería de pie y con baquetas para xilófono, y al brillante Ginger Baker, de Cream, en Tales of Brave Ulysses, una de las razones por las cuales las paredes de la estación de Ipswich decían: «Clapton is God».
Tampoco se puede dejar fuera a una de las figuras fundamentales en el sonido de dos bandas que hicieron del grunge la escena dominante de los 90: Pearl Jam y Soundgarden. Matt Cameron es el baterista en Spoonman y Given to Fly, para dar dos ejemplos.
Sigo sonriendo al pensar en lo difícil que fue poner a mis hijas a dormir esta noche antes de escribir. Creo haber ladrado algo así como «a dormir, que mañana hay escuela» como mi último argumento antes de que colapsaran luego de reír hasta las lágrimas viendo el duelo de Dave Grohl versus Animal, tal vez el mejor duelo de batería jamás filmado en toda la historia.
El rock sigue siendo algo grande.
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