Esta pregunta se desató en las redes sociales, en Brasil, cuando una niña de 12 años comenzó a recibir vulgares piropos en un programa de TV. #PrimerAcoso fue la etiqueta que miles de brasileñas utilizaron para compartir sus experiencias. Al leer la nota, sorprendentemente vino a mi memoria un recuerdo que había olvidado sobre lo que —hasta hoy identifiqué— fue mi primer acoso.
Tendría unos 11 años cuando fuimos a un restaurante con mi familia. Para ir a servirme al bufé tenía que pasar por un puesto de poporopos, y el joven que atendía este, recuerdo, se me quedaba viendo y me decía cosas. No tengo idea de qué, pero sí tengo muy claro lo que me hacía sentir: harta incomodidad y tal vez algo de vergüenza. Cuando yo pasaba por allí bajaba la cabeza y trataba de esconderme lo más que podía. Esos momentos se repitieron porque varias veces fuimos al mismo restaurante y nunca les dije nada a mis papás. Se lo comenté a unas amigas en el colegio, pero solo como una experiencia nueva y desconocida, sin saber mucho qué pensar.
Estoy segura de que en aquel entonces no lo vi como algo malo, pero sí recuerdo que me hacía sentir mal. Creo que nunca se lo comenté a mis papás porque me daba pena. No sé exactamente por qué, pero tal vez tiene que ver con ese difícil paso hacia la adolescencia, en el que se deja de ser niña, esa etapa llena de cambios acompañados de tabúes.
¡Qué duro me ha resultado retroceder en el tiempo y revivirlo! Reconocerlo hoy como lo que en realidad fue —violencia y acoso— reconstruye algo en mí y me ayuda a entenderme a mí y a otras conmigo. Y es que nadie nos enseña a prepararnos para estas situaciones. Estar informadas sobre nuestros derechos nos permite identificar mejor esas situaciones que atentan contra nosotras y contra nuestra dignidad. Y al identificar estas situaciones podemos denunciarlas y cambiar pequeños entornos que, sumados, estoy segura, van logrando mayores cambios.
Hoy puedo leer aquello por lo que pasé a través de un lente que me da las herramientas para descifrarlo. Situaciones como la mía se vienen conociendo como acoso callejero, pero no suceden únicamente en las calles, sino en diversos espacios públicos. Son prácticas de connotación sexual, ejercidas por desconocidos, que suelen generar impactos psicológicos negativos. Limitan la autonomía y la libertad de las «víctimas» (OCAC Guatemala). Pues ahora entiendo —18 años después— que eso fue precisamente lo que generaba en mí ese joven que vendía poporopos cuando yo era una niña de 11 años.
El 25 de noviembre, en el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, se lanzará oficialmente el sitio Observatorio contra el Acoso Callejero en Guatemala (OCAC Guatemala) con consignas como «Las calles también son nuestras», «Porque ya no queremos llevar el enojo en silencio» y «Porque no es justo caminar con miedo». La iniciativa se suma a una red de observatorios en América Latina y busca visibilizar el acoso sexual callejero como una forma de violencia de género.
Celebro la iniciativa y espero que esta información llegue cada vez más a más mujeres y hombres, a más niñas y niños, para que sepan que ese jueguito de andar piropeando y lo que se ve en videos de reguetón no es normal. No nos gusta ni nos hace sentir bien a todas. Al contrario, nos va cortando nuestras alas de a poco. Espero que, mientras más información haya y se hable más del tema, un día de estos una niña de 11 años pueda identificar el acoso y no lo permita. Y que un niño de 11 pueda identificarlo de igual forma y tampoco lo permita.
Más de este autor