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Ni juntos ni revueltos

“La permanencia en la pandilla y la mara está determinada por un rango etario”
“El marero totalmente tatuado, haciendo todas su señas, es una especie en extinción”
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Ni juntos ni revueltos

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n el imaginario, en estas tribus urbanas milita el estereotipo del guerrero tatuado, de mirada muerta, con varias vidas a cuestas, indistintamente identificado como “pandillero” o “marero”.

En el imaginario, en estas tribus urbanas milita el estereotipo del guerrero tatuado, de mirada muerta, con varias vidas a cuestas, indistintamente identificado como “pandillero” o “marero”. Para una parte de la sociedad, ser joven en un área marginal es sinónimo de ser pandillero o criminal en potencia, “pero no es lo mismo ser joven que pandillero, ni es lo mismo ser pandillero que marero”, según el sociólogo Héctor Rosada. Un detective policíaco, especialista en investigar delincuencia y criminalidad juvenil, hace la distinción entre “pandilla” y “mara” aplicando el primer término a la Pandilla Barrio 18 y el segundo a la Mara Salvatrucha (MS). La Pandilla Barrio 18 está enfocada en las extorsiones y la MS trabaja más con el crimen organizado –secuestro, narcomenudeo y extorsión-. “La MS incluso llegó a hacer explotar una bomba en una barra show en la zona 6 para presionar a los dueños porque se negaban a vender droga”, revela. Rosada cita a Emilio Goubaud (experto en prevención del crimen y rehabilitación de pandilleros) para explicar que “la mara es un desprendimiento de la pandilla, que entra en contacto con el crimen organizado”. ¿Qué circunstancias hacen que un joven entre a la pandilla y evolucione a la mara? Para Rosada, la respuesta es el atractivo de mayores ganancias al asociarse con el crimen organizado. Existe cierto paralelismo entre cierto tipo de trabajo sucio que hizo el ejército en la guerra y lo que hacen las pandillas, explica Rosada. “Ocupan ciertos puestos y establecen relaciones, pero tienen un límite.” Eso podría explicar el caso J., un ex MS que compraba armas de un militar de alta en 1998 y a quien le servía en distintos “trabajos”. “Los miembros de la Pandilla Barrio 18 detestan que los llamen ‘mareros’”, afirma el detective. El término los acerca demasiado a su archi-enemiga MS. No obstante J. se describe como ex “pandillero”, asegura que la MS jamás absorbería a un “panocho”—como llama a los pandilleros del Barrio 18—y que éstos nunca asimilarían a un MS. “Más bien se matarían”, dice. Otra diferencia según la policía: Un MS rara vez es capturado. Mandan a otros a hacer el trabajo. Y si los atrapan, no hablan. “Los del Barrio 18 rápido sueltan quien los mandó”, dice el detective. Un ejemplo fue cuando un pandillero capturado cuando viajaba en un autobús con dos bombas no vaciló en decir que era enviado del “Scrappy”, líder de una clica. La diferencia en comportamiento podría obedecer a la diferencia de edades entre estos grupos. “La MS tiene miembros más maduros, y los mayores tienen hasta 45 años”, dice el policía. “Los menores tendrán 20 años o más”. No obstante, esta podría ser una tendencia cambiante. J. asegura que entró a la MS cuando tenía 10 años de edad, en 1991. Además, en la MS 13, el 90 por ciento son hombres. Las mujeres son enviadas para hacer cobros y tareas menos riesgosas por ser considerada más vulnerables. Sin embargo, según las PNC, la Pandilla Barrio 18 cuenta entre sus filas con mujeres sicarias. Incluso en la iniciación, a las mujeres consideradas físicamente fuertes las “brincan” como a los hombres. Es decir, les dan una paliza de 13 a 18 segundos, según el grupo de pertenencia. Su otra opción es tener relaciones sexuales con todos los jefes de las clicas. En la colonia Limón, de la zona 18, por ejemplo, el Barrio 18 tiene una estructura de 120 miembros, llamados “Sólo Raperos”, de los cuales sólo unos 20 son mujeres. En Ciudad Quetzal, la estructura “Little Psycho Criminal” (LSC) tiene 200 miembros, entre quienes se cuentan unas 50 mujeres. En el Barrio 18, ellas componen entre el 15 y 25 por ciento de los miembros. La policía señala que los asesinatos de mujeres (adultas o adolescentes) vinculados a las pandillas y maras pueden obedecer a órdenes incumplidas, errores cometidos, o a represalias contra un bando rival. Poder en números y edad La policía registra casi el doble de clicas en el Barrio 18 que en la MS, y sus miembros se inician a los 9 años de edad, pero rara vez viven más de 35 años. Un ejemplo es el “Abuelo” (Erick Humberto Contreras, identificado en 2010 como el presunto jefe del sector 11 del Centro Preventivo de la zona 18). El mote lo explica todo. Tiene justo 35 años, y es uno de los mayores de la pandilla, no necesariamente porque los demás hayan muerto. “La permanencia en la pandilla y la mara está determinada por un rango etario”, dice Rosada, quien se explica el proceso como una especie de renovación para los nuevos cuadros que entran. Reconoce a la vez que no hay reglas rígidas. La licencia para dejar la pandilla solamente la permite la religión o la paternidad, y que no se permiten recaídas de ninguna clase en drogas o en delincuencia. El sociólogo relaciona la pertenencia a la mara (y el contacto con el crimen organizado) con una edad más cercana a los 30 años, y reconoce que los adolescentes sicarios son muy jóvenes para reunir esta condición. “Más bien parece que fueron cooptados por los mayores” que sí pertenecen a la mara, dice Rosada, y podrían “estar en un esquema de sicariato donde [los menores] no deciden cuándo se entra o se sale”. El sociólogo opina que hace falta más información para saber por qué cada vez son más jóvenes los sicarios, de hasta 8 ó 9 años. En las favelas (barrios marginales) de Brasil, en los niños saltan de ser banderas al sicariato –un modus operandi que el crimen organizado reproduce en ese ambiente-. Así como en Brasil y en muchas ciudades de América Latina, la marginación es un caldo de cultivo para el crimen organizado. J. tenía 5 años cuando era testigo de las golpizas que su papá le daba a su mamá en un hogar paupérrimo que le obligaba a buscar comida en el basurero. Cuando tenía 9 años, se prometió que haría lo que fuera necesario para no volver a pasar hambre. Se volvió “apadrinado” de la MS de su colonia. Un año después, ya pertenecía a la mara. Estaba tan ávido de buscar la pertenencia a la mara, como ellos de contar con otro soldado. “Ellos asignan tareas a los apadrinados según las habilidades que le ven”, dice J. Su contacto con el crimen organizado llegó seis años después. El detective policiaco dice que en el Barrio 18, los reclutados de 8 a 9 años alcanzan su momento pico de sicariato entre los 13 y 15 años. El dato le suena familiar a J., aunque estaba en la MS. Él, a los 16, tenía dos armas para su uso personal y la protección de cinco “perros” (guardaespaldas). Como evidencia del masivo involucramiento de menores de edad, entre enero y noviembre de 2010, la PNC detuvo a 1,614 menores de edad por delitos y crímenes relacionados con maras y pandillas. Marcas exclusivas “El marero totalmente tatuado, haciendo todas su señas, es una especie en extinción”, según el sociólogo Héctor Rosada. “[El patrón] lo siguen algunos que respetan lo simbólico de lo histórico y esos no están trabajando con el crimen organizado; no le son funcionales”. Un investigador policiaco sostiene que los tatuajes son más comunes en los miembros de la Pandilla Barrio 18 que en la MS, que suele tener un perfil más bajo, lejos del estereotipo del pandillero. PNC: Pandillas dirigen 90 por ciento de extorsiones La PNC asegura que las pandillas están atrás de al menos el 90 por ciento de las extorsiones. La mayoría de estos casos se reporta en el departamento de Guatemala, y los municipios con mayor incidencia son Mixco (12 colonias) y Villa Nueva (11 colonias). Mixco también es el blanco principal para ataques a autobuses y asesinatos de conductores del transporte urbano. Le siguen las zonas capitalinas 7 y 18, con el mayor número de casos reportados. La policía señala que la clica identificada como responsable del ataque a un autobús el 3 de enero recolectaba miles de quetzales a la semana. El MP estableció que Elizabeth De la Cruz Hernández, abuela de una detenida, tenía dinero en una cuenta bancaria que se sospecha podrían ser producto de las extorsiones. “Generalmente el tesorero no es alguien que pertenece a la pandilla, sino un familiar”, revela un investigador policiaco. “Incluso, a veces vive en un departamento diferente a donde opera la pandilla”. El sociólogo Héctor Rosada advierte la necesidad de no confundir los conflictos generados de extorsión proveniente de mareros con los conflictos generados por mafias del transporte público, y que pueden involucrar a propietarios, brochas, pilotos, etc. “Esto lleva a otras cosas como expresiones colaterales del crimen organizado que pueden utilizar a los sicarios mareros”, explica Rosada. Es decir, la pandilla y la mara también pueden funcionar como el grupo que les resuelva un conflicto. “Es una telaraña donde las estructuras fundamentales no son visibles”, agrega. En el caso del 3 de enero, uno de los socios de la empresa propietaria del bus fue detenido por presuntamente haberse apropiado del dinero de la extorsión, en lugar de entregarlo a la pandilla. Y el dinero debe fluir porque les permite comprar armas, droga, pagar abogados, comprar celulares, minutos de aire, y algunas comodidades para seguir delinquiendo.

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