El objetivo de instaurar una fecha propia para la juventud era visualizar la situación de los jóvenes para lograr mejorar su participación y toma de decisiones. Además se convertiría en un día en donde se convergería desde diferentes organizaciones juveniles, creando así redes de comunicación entre sí.
En Guatemala se comienza a hablar de juventud ya entrado el siglo XXI. La juventud, muchas veces como cualquier “identidad apoyada” por los organismos internacionales y parte de la cooperación internacional, ha sido objeto de estudios, de opiniones, de foros… La juventud –o juventudes, como dicen algunos, y complejiza su comprensión–, cobra importancia en países como en Guatemala. Hablar de juventud y sus problemáticas es hablar de la sociedad guatemalteca. Somos la población económicamente activa, somos las nuevas familias (muchas de ellas iniciadas muy jóvenes y sin mayor información), somos también víctima y victimarios en las dinámicas de violencia. Cuando hablamos de un país joven, hablamos precisamente de esto, no solo de cifras vacías.
Existe en nuestro país una apuesta cada vez más grande y coherente (y esperemos que cada vez menos demagógica y superficial). Hay quien cree en la juventud, y la juventud también comienza a creer en ella misma. Ha sido un trabajo de muchos que sin aparecer todos los días en los medios de comunicación, van abriendo brecha en un país fascinado por el crimen, la muerte y la sangre. Pienso por ejemplo, cuando me contaron de la biblioteca que querían construir cerca de La Antigua. Eran jóvenes que querían comenzar a trabajar con niños. “Los Patojos” es hoy uno de los proyectos que alimentan nuestra esperanza cotidiana. Pienso también en “Brújula”, el periódico landivariano que se rompe la cabeza por intentar una comprensión crítica de la realidad en los universitarios. Pienso en las asociaciones, colectivos y organizaciones que he conocido en estos días y que han comprendido que la juventud es, entre otras cosas, el momento para decidir que, cueste lo que cueste, nos la jugamos por la transformación profunda de nuestra estructura política y social.
Este día me recuerdo de la intrínseca responsabilidad de cada diputado –y de los más jóvenes–, por defender una juventud guatemalteca, que es la cara más común de Guatemala. Existe una iniciativa de ley de juventud esperando retomar la discusión, y una política de juventud que no ha logrado ser desarrollada. Hay también un firme compromiso del señor Presidente, dado en la presentación del Informe de Desarrollo Humano, de apoyar las iniciativas legales y de política pública. Pienso en las instituciones directamente ligadas a la juventud, como el Consejo Nacional de la Juventud, que debe asumir su rol político y negarse a ser instrumento de fachada. Pienso también en las instituciones de Estado que trabajan con jóvenes en conflicto, con jóvenes olvidados en orfanatos, en escuelas, y mientras lo hago, más me afirmo que la juventud en Guatemala es lo que le da vida a nuestra sociedad, a diferencia de sociedades europeas, por ejemplo.
La juventud en Guatemala no puede ser ni justificación para el discurso, ni fachada de proyectos dizque preocupados por las nuevas generaciones. Abrirse a pensar a la juventud desde lo político debe rebasar el discurso, y simplemente estar consciente que hay jóvenes en Guatemala que tienen propuestas desde las municipalidades, desde los consejos de desarrollo, desde lo académico, esperemos también desde los funcionarios electos (que también dicen ser jóvenes de espíritu) tan acostumbrados a (com) prometer hacer tantas cosas y luego nada. Como decimos: el que se compromete… debe cumplir.
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