Como sociedad, estamos a merced de un sistema de acumulación neoliberal que ha demostrado su inviabilidad y que después de 40 años sigue siendo una promesa incumplida para la mayoría.
Sin embargo, la utopía neoliberal es hegemónica en Guatemala. Está presente en la cotidianidad, en la academia y, por supuesto, en el discurso político.
En otras palabras, pese a la crisis política actual, la mayoría de las personas no responsabiliza al neoliberalismo de los graves problemas nacion...
Como sociedad, estamos a merced de un sistema de acumulación neoliberal que ha demostrado su inviabilidad y que después de 40 años sigue siendo una promesa incumplida para la mayoría.
Sin embargo, la utopía neoliberal es hegemónica en Guatemala. Está presente en la cotidianidad, en la academia y, por supuesto, en el discurso político.
En otras palabras, pese a la crisis política actual, la mayoría de las personas no responsabiliza al neoliberalismo de los graves problemas nacionales. Por el contrario, se condena a los políticos, a la burocracia o incluso a empresarios corruptos, pero el sistema no está siendo juzgado.
De esa manera, las movilizaciones inéditas que empezaron en abril de 2015 son como una especie de fiebre, una reacción a un malestar que tenemos dentro. Acaso hay muchos síntomas que nos hacen sospechar de los políticos, del Estado, de los ricos, de los narcos, pero al final del día no tenemos un diagnóstico.
¿Qué nos impide ver al enemigo?
Puede haber muchísimas razones para no darle importancia al enemigo neoliberal. Me atrevo a proponerle cinco ideas al respecto.
Primero, pensar que el asunto no es nuestro problema. Percibirnos bien y fuera del alcance de la pobreza. Segundo, el miedo. Sí. Ese miedo que sobrevivió a la guerra. Ese miedo a perder el empleo. O el miedo a lo desconocido. Tercero, ignorar que el enemigo no es una persona o un grupo de personas. El enemigo es un sistema en el cual muy pocas personas se quedan con casi todo y cuyo poder depende de que no exista un Estado capaz de regular y de poner límites. Cuarto, como un señuelo, a la gente común se le enseña que el enemigo es el Estado, ese ente perverso que quiere quitarle a usted su dinero a través de impuestos. Pero el Estado no es el problema. Es solo un síntoma del problema real. Quinto, el discurso político que nos promete bienestar, pero a través de la obediencia y el sometimiento al mismo sistema fallido. La clave está en culpar al Estado, a la corrupción o incluso a usted mismo o misma por no trabajar lo suficiente o por haber elegido (votado) mal en el pasado.
En consecuencia, la próxima vez que escuche un discurso político, le recomiendo que encienda su sospechómetro y que ponga atención a estos mensajes:
- Culpar al Estado de todos los males sin mencionar a las élites que tienen gran poder económico.
- Las ideologías desaparecieron y ahora existe un solo camino al progreso. En esos casos puedo asegurarle que le están recetando neoliberalismo. Otra vez.
- Afirmar que los impuestos a la renta son perniciosos y castigan a quienes tienen éxito. No perdamos de vista que las personas más ricas buscan evitar el impuesto sobre la renta, que es justo porque paga más quien gana más.
- Decir que solo los empresarios pueden crear riqueza y que el Estado no puede administrar una empresa. Ambas afirmaciones son falsas. Está demostrado que el Estado puede intervenir en la economía y que mediante la inversión pública se puede estimular el desarrollo.
- La corrupción es una característica distintiva del Estado. Esa es una verdad a medias porque, efectivamente, existe corrupción en el Estado, pero también existe corrupción en el sector privado, y esa también la paga usted cuando se especula con la canasta básica, por citar un ejemplo. Ninguna de esas dos formas de corrupción se puede combatir con un Estado débil.
- Sugerir que el Estado deber ser débil o mínimo. En realidad, esa afirmación justifica cualquier exceso de las empresas, donde quienes trabajan o consumen necesitan la protección del Estado.
- Guardar silencio sobre temas muy importantes como la deuda pública, la minería, las hidroeléctricas, los monocultivos, los monopolios, los actuales y vergonzosos privilegios fiscales y otros temas incómodos para ciertos financistas.
Finalmente, yo desconfío mucho más de quienes tratan de vendernos su proyecto apelando a la fe de las personas. Ya tenemos varios ejemplos del pasado y del presente que demuestran que la religiosidad exhibida no garantiza ni eficiencia ni honestidad.
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