Al usarlos y mostrarlos buscan ser admirados, notados, considerados bellos y exitosos, a partir de los cánones que ellos mismos se han impuesto sobre la belleza y éxito que, generalmente, consideran inseparables.
En los grupos donde el dinero se obtiene de forma rápida, y muchas veces en condiciones en que su disfrute puede resultar efímero, la tendencia a mostrarlo a propios y extraños es alta, por lo que narcotraficantes y funcionarios públicos corruptos en nuestros países llegan a coincidir en modas y estilos de vida. Los libre empresarios de los narcóticos, dadas las características y condiciones en que se produce su enriquecimiento, han resultado mucho más abiertos y, en consecuencia, capaces de imponer conceptos de belleza y éxito a casi toda una sociedad, como es el caso de Colombia y algunas partes de México, tal como excelentemente lo muestra Omar Rincón (Nueva Sociedad, No. 222, 2009). En muchos casos han sido seguidos por funcionarios públicos que, como ellos, llegan a considerar que su poder y riqueza está fuera de los controles y auditorias públicas y estatales. Para ellos, el dinero obtenido, denodadamente codiciado, es para el simple y llano disfrute pues, producto de acciones donde lo único que han invertido es fuerza, maña y a veces hasta violencia para subvertir las normas, no tienen por qué actuar como los clásicos capitalistas que cuidadosamente reinvierten sus ganancias y sólo toman para ellos lo estrictamente necesario para vivir, modificando su consumo sólo si la inversión está debidamente asegurada.
En esta estética lo que importan son los objetos que de golpe muestren poder, riqueza y violencia. Bellos resultan así los autos grandes, pesados, veloces y siempre con los vidrios oscurecidos para hacer aparecer que algo fuerte pero tenebroso se transporta dentro. Son bellos y necesarios los guardias privados, mientras más jóvenes y musculosos mejor. Y si al concepto de belleza masculina se asocia el pantalón vaquero de marca y las camisas abiertas, en el de mujer se imponen los rostros libres de arrugas y la exuberancia en las curvas, sean naturales o implantadas, en un intento constante por la búsqueda de la eterna juventud. No se muestra a la esposa o a la madre, a quienes se impone comedido y oscuro silencio, se luce más bien a la supuesta o pública amante, quien para serlo debe poseer aquellos atributos de “hembra” que acompaña y comparte los riesgos de ese ejercicio violento y espurio del poder. Ella, para ser bella no necesita tampoco del esposo, sino de reales o imaginados amantes, asumiendo la violencia y la agresividad como parte inherente a su femenina narco belleza.
En la narco estética, hombres y mujeres se muestran impetuosos, imponentes en el decir y hacer. Coloquiales pero autoritarios. Brillosos. Celebran aniversarios y eventos sociales con derroche de bebidas supuestamente finas por ser caras o importadas, con música que, recordándoles sus tiempos de mozos y peones, hoy la enaltecen como el sonido de sus logros y conquistas. Montan y coleccionan briosos corceles, pero a diferencia del peón que disfruta lazando al supuesto salvaje animal en alegres jaripeos, en la narco estética el animal se luce y pasea, mucho mejor si cabalgado por voluptuosas damas. El caballo ha llegado así a ocupar un espacio altamente simbólico en esta narco cultura; no es ya el simple animal de tiro o de competencias por cuyo triunfo apuestan pobres y no tan pobres, dejando también de ser el hipismo una práctica femenina asociada a las noblezas británicas. Lo exitoso y bello es poseerlos y exhibirlos, como en otros grupos de nuevos ricos puede ser poseer y mostrar obras de arte.
La narco estética, y con ella toda la narco cultura, como bien lo afirma Rincón (2009) “está hecha de la exageración, formada por lo grande, lo ruidoso, lo estridente; (…) música a toda hora y a todo volumen, exhibicionismo del dinero”. El caballo, mientras más caro más bello, y la compra venta se hace generalmente en efectivo y sin testigos.
Lamentablemente toda esta tosca y errática manera de entender lo bello y hermoso ha sido asumida con entusiasmo y sin prejuicios por quienes ahora nos gobiernan. Ya no son parte de los instrumentos estéticos del poder los anteojos de sol al estilo Carlos Arana o Augusto Pinochet, o el bigote recortado de los Lucas García, Ríos Montt o Arzú Irigoyen. Los caballos ya no se usan para ir del “casco” al resto de la “hacienda” como en los años de Álvaro Arzú. Si Alfonso Portillo para aparecer intelectual se aproximó de Mario Monteforte Toledo (quien le apreció y estimó, posiblemente igual que a Vinicio Cerezo) y coleccionó máquinas de escribir, Pérez-Baldetti coleccionan corceles que lucen en desfiles hípicos y ostentan imponentes casas de descanso en las playas, muy al estilo Villatoro Cano y Ponce Rodríguez.
Del enriquecimiento rápido y masivo no se dan mayores explicaciones públicas, a la vez que se evitan licitaciones para la adquisición de bienes. A las sospechas se responde con actos de presión, amenaza y acoso jurídico, nuevamente remedando las presiones violentas que la narco cultura utiliza para enfrentar a sus desafectos.
Es de esperar que esta atracción uribista por la narco cultura y la narco estética vinculada al poder sea un paso efímero por las esferas públicas y, si insisten en que dure los largos 24 meses que aún restan de este bicéfalo y errático gobierno, no se entronice para siempre en el poder público o, al menos, no en el Ejecutivo nacional.
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