Y no son pocos quienes forman este movimiento. El sábado pasado se registraron manifestaciones en varias ciudades brasileñas, que derivaron en hechos violentos en Sao Paulo. La continuación de las protestas que tuvieron lugar durante la Copa Confederaciones, siguen teniendo la misma bandera: catalizar en las calles, la insatisfacción de las demandas sociales para mejorar la salud, y la educación, combatir a la corrupción y sobre todo, criticar el enorme gasto público en la infraestructura deportiva, especialmente en estadios, cuando estas demandas permanecen insatisfechas.
Para el gobierno de Dilma Roussef, el Mundial de Futbol se ha convertido en una prioridad de Estado. La Presidenta, a través de su cuenta de Twitter, encabeza la campaña por el Sí va a haber Mundial, mostrando los supuestos beneficios económicos que el evento llevaría a ese país. Asimismo, en su reunión con Joseph Blatter, el secretario de la FIFA, garantizó que la infraestructura, aunque seriamente demorada, estará lista a tiempo. Rouseff ha convocado a una reunión de emergencia de su gabinete para tratar las protestas, y ha encargado a la Secretaria de la Presidencia establecer los diálogos necesarios con los movimientos sociales, para garantizar que no habrá disturbios.
Para un espectador externo a estos acontecimientos, una de las preguntas que persiste desde el pasado junio, es si estamos asistiendo al ejercicio de una ciudadanía crítica, que ha logrado superar la manipulación mediática. La respuesta sigue sin ser clara. Especialmente si se considera que un gobierno de la nueva izquierda latinoamericana ha comprado un proyecto faraónico, y enfrenta demandas sociales que se le hacían –o se le hacen a los gobiernos de derecha.
¿Pretende la presidenta Rouseff enviar un mensaje, a través del Mundial de Futbol, sobre el Brasil potencia hegemónica emergente, y cabeza de América Latina?, seguramente sí. Tal como los juegos de Sochi son un mensaje de la Rusia poderosa de Putín. Y en este empeño, todas las fuerzas del mercado se mueven con ella.
Sin embargo, más allá del cartel de no hay espacio, que colgó la industria hotelera brasileña en diciembre pasado, algo parece estar moviéndose debajo de las masas que buscan entradas a precios estrafalarios, y de los entrenadores nacionales que se quejan por tener que jugar en “la jungla”. Y Contra Copa 2014, ha convocado a una nueva jornada de protestas en Sao Paulo, para el próximo 22 de febrero. Esto apenas empieza… y el verdadero partido sigue jugándose fuera de los estadios.
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