Por lo tanto, un individuo puede identificarse como: mujer indígena guatemalteca, católica y de izquierda. O bien, podría ser un hombre ladino, evangélico y de derecha, guatemalteco descendiente de esclavos negros durante la Colonia o de inmigrantes chinos a inicios del siglo XX. La pregunta es: ¿Cuál es la identidad más relevante, la primaria? Y ¿Por qué?
Dichas clasificaciones binarias pueden ser ampliadas con categorías adicionales, como cuando en lo político se habla de centro-izqu...
Por lo tanto, un individuo puede identificarse como: mujer indígena guatemalteca, católica y de izquierda. O bien, podría ser un hombre ladino, evangélico y de derecha, guatemalteco descendiente de esclavos negros durante la Colonia o de inmigrantes chinos a inicios del siglo XX. La pregunta es: ¿Cuál es la identidad más relevante, la primaria? Y ¿Por qué?
Dichas clasificaciones binarias pueden ser ampliadas con categorías adicionales, como cuando en lo político se habla de centro-izquierda, centro y centro-derecha. También pueden integrarse, como en lo religioso: ateos/creyentes. Los antropólogos posmodernos afirman que todas estas identidades son artificialmente construidas, lo cual contrasta con las posturas esencialistas que consideran a las identidades como fundamentadas en elementos históricos preexistentes, sobre todo en el caso de las étnicas y nacionalistas. Lo cierto es que muchas identidades cambian con el tiempo. Por ejemplo, investigaciones recientes sobre la influencia de la testosterona durante el embarazo sugieren que la identidad de género no tiene por qué ser binaria (femenino/masculino) pues, aunque los cromosomas sexuales lo son (XX o XY), lo que ocurre en el vientre materno nos indica más bien un amplio espectro dependiendo, precisamente, del nivel de exposición a la testosterona a la que estuvo expuesto el cerebro de los bebés. Esto seguramente ayudará a comprender e integrar la homosexualidad en un futuro cercano. Será un cambio cultural basado en evidencia científica.
Otras identidades dejan de ser relevantes o se convierten en importantes por diversos contextos, a veces manipulados por los políticos o líderes religiosos. Ello está muy relacionado con los ejes que dividen el debate público. Por ejemplo, en los EE.UU. cuando se discute sobre la separación entre Estado y religión, ya sea por la enseñanza exclusiva de la evolución darwiniana o la inclusión del “diseño inteligente” en el currículo de biología, se vuelven relevantes las identidades creyentes/ateos, que prácticamente resumen la identidad política de conservadores/liberales. Lo mismo si el tema es el aborto. En otros debates, como la pena de muerte, el control de armas o la guerra, no hay tan perfecta alineación entre ambas identidades. El tradicional pro-life/pro-choice se convierte en patriotas/traidores, o bélicos/pacifistas, por lo que el lenguaje también juega un papel importante al otorgar una connotación negativa/positiva a la etiqueta de la identidad.
Las identidades juegan un papel fundamental en la cohesión social, pero esta es un arma de doble filo. Como sabemos, facilita la cooperación entre los integrantes del grupo que se identifica como tal, e incentiva la competencia con otros grupos. Desde el punto de vista cognitivo, la funcionalidad es distinguir al Nosotros de los Otros, lo cual era crucial para la sobrevivencia de las pequeñas bandas de cazadores y recolectoras hace más de 12 mil años –durante 200 mil años de existencia de nuestra especie. Sin embargo, desde que nos volvimos sedentarios, las identidades se convirtieron en asunto de Estado para movilizar en la defensa, o para la conquista de otros pueblos. Han sido armas ideológicas para la guerra. Los etno-nacionalismos radicales contemporáneos son un claro resabio de aquello. Es lo que alimenta genocidios y masacres con el objetivo de “limpieza étnica”.
En el caso de Guatemala, en las recientes elecciones se intentó movilizar sin mucho éxito una identidad de clase poco afianzada entre la población: ricos/pobres. Esto último debido, en parte, a la existencia de una clase media que puede subir o bajar en la escalera social. Los políticos también intentaron explotar la identidad religiosa, presentándose como devotos cristianos pero, cuando no hay contra qué contraponerla, dicha estrategia no tiene mayor efecto. Les hubiera dado más votos identificarse como Rojos/Cremas o, mejor aún, como Culés/Madridistas. Dichas identidades del fútbol nacional y español tienen más afianzamiento que cualquiera identidad partidista chapina.
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