Una amiga me decía el otro día: «Estoy harta de que no se refieran a mí por quien yo soy y de que al verme no me reconozcan a mí, sino a la hija de Fulano, a la ex de Mengano o a la mamá de Zutano». Y su sentimiento me dejó pensando en cómo la sociedad ve a las mujeres. «Detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer», dice el dicho.
En las generaciones anteriores era mucho más común que las mujeres sacrificasen todo por sus esposos y por sus nuevas familias. Tenían que dejar atrás a sus familias y a sus amistades. E incluso hoy tienen que sacrificar el apellido propio por el del esposo. Estudiar en la universidad pocas veces aparecía en el imaginario, o bien había mujeres universitarias, pero preparándose para ser buenas esposas y madres (como lo ilustra aquella película de Julia Roberts que se desarrolla en los años 1950, La sonrisa de Mona Lisa). No obstante, en la actualidad aún se escucha el término de las MMC (mientras me caso).
Y aunque con el tiempo la situación de las mujeres va cambiando y entre las nuevas generaciones eso se ve como algo del pasado, lo cierto es que aún hay muchas que viven ese pasado en el presente. Todas, de una u otra forma, estamos atadas a ello. Muchas no logran realizarse como individuas ni disfrutar del tiempo a solas, pues la soledad para las mujeres está condenada.
Marcela Lagarde dice: «Nos han enseñado a tener miedo a la libertad, miedo a tomar decisiones, miedo a la soledad. El miedo a la soledad es un gran impedimento en la construcción de la autonomía porque desde muy pequeñas y toda la vida se nos ha formado en el sentimiento de orfandad, porque se nos ha hecho profundamente dependientes de los demás y se nos ha hecho sentir que la soledad es negativa, alrededor de la cual hay toda clase de mitos».
No son extrañas las historias como la de María (nombre ficticio), que desde pequeña se dedicó a ser una buena hija: callada, dulce y obediente a todo lo que le decía su papá. Nunca se atrevió a romper ninguna regla por miedo a su papá, para no defraudarlo ni decepcionarlo. Se casó muy joven con su primer novio, como de 20 años, y sus decisiones pasaron de ser controladas por su padre a ser controladas por su esposo. También fue mamá muy joven y desde entonces no se dedicó a nada más que a su familia y a su hogar. Fue el mejor ejemplo de eso que tanto celebra la sociedad sobre ser una madre abnegada y sacrificada. Y es que en la sociedad se juzga muy fuerte a las malas madres, mientras que la paternidad ausente o irresponsable pasa casi inadvertida. Hoy los hijos de María ya volaron del nido. El cuento de «… y vivieron felices por siempre» no fue por siempre, y ella tampoco tiene a su lado al príncipe azul.
¿Qué pasa en el momento en que los hijos y las hijas se van de la casa? ¿Qué pasa cuando el «… y vivieron felices por siempre» con ese príncipe azul no se da? ¿Qué hacemos cuando las mujeres nos encontramos solas con nosotras mismas, ya no como parejas, esposas, hijas o madres?
Hay quienes pasan toda una vida sin saber quiénes son, pues su vida exige vivir para otros, sacrificarse por otros, y poco saben y conocen sobre sí mismas. Convertirnos en sujetas, continúa Lagarde, significa asumir y construir nuestra autonomía y el tiempo con nosotras mismas, así como construir la separación y la distancia entre el yo y los otros.
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