Y el resultado es polémico porque en esta joven convergen dos de los más grandes prejuicios culturales que manifiestan aún muchos de los países occidentales, no sé cuál es mayor: ser mujer o ser originaria de un país comunista que, para colmo, se vislumbra como la primera potencia mundial en poco tiempo.
Dos situaciones que, paradójicamente, nos tocan de lleno pues vienen a poner sobre el tapete los más grandes prejuicios con que vivimos en esta parte del mundo. Primero, porque China es la gran amenaza roja que asusta con la vitalidad de su economía; luego, porque esta nadadora, obviamente, es mujer. O viceversa. Y en nuestro mundo, especialmente para el gigante del norte cuya voz se hizo escuchar a partir de la queja de un entrenador de “alto rango” resulta difícil, por no decir imposible, reconocer ni mucho menos aceptar, que este resultado olímpico se haya dado. Y pese a las acusaciones, al hecho de haber sembrado la duda, el triunfo es real y sin dopaje, según declaraciones del presidente del Comité Olímpico Internacional.
Así, pues, vemos cómo el desempeño de esta joven nadadora china y el de muchas de las mujeres que hasta ahora han competido en Londres, vienen a desmentir con los resultados obtenidos, varios de los mitos en torno a los cuales ha girado —y aún gira para algunos y algunas— la supuesta supremacía masculina.
¿Son los hombres mejores que las mujeres? Para quienes abogan por la igualdad de derechos en medio de las diferencias, esta es una pregunta obsoleta. Para los demás, sin embargo, sigue siendo una pregunta válida porque la respuesta es obvia: por supuesto que sí. Y para apoyar su afirmación esgrimen entre otros, uno de sus argumentos favoritos, que radica especialmente en hablar de la superioridad deportiva de los hombres con respecto a las mujeres.
No obstante, parece que la realidad se está imponiendo. Los resultados que están empezando a darse en estos juegos de Londres muestran, de pronto, que existe la necesidad de reflexionar y aceptar que, aunque distintos en diversos aspectos, hombres y mujeres educados y entrenados en las mismas circunstancias y posibilidades, más temprano que tarde finalmente somos iguales en nuestros desempeños. Que unidos por las diferencias, somos complementarios en intereses y posibilidades de ser y desarrollarnos.
En este sentido vale la pena analizar lo que algunos científicos concluyeron hace pocos años: que dentro de tres o cuatro décadas, las mujeres igualarían a los hombres en las prácticas deportivas. Para comprobar la veracidad de dichas afirmaciones, por ejemplo, tomé al azar algunos resultados de la Olimpiada de 1968 en México, y los comparé con los que se han dado esta semana de competencias en natación. Resulta que, en términos generales, las mujeres ahora lograron casi los mismos resultados que sus homólogos hombres en el 68. Interesante dato, de verdad.
En fin, si las acusaciones en contra de Ye Shiwen resultan del todo eliminadas tal como lo aseveran el Comité Olímpico, su delegación y ella misma, veremos que esa época de paridad deportiva está llegando. Tal vez así unos y otras nos convenzamos de nuestras coincidencias en medio de las diferencias, y este hecho contribuya a que empecemos a modificar los modelos culturales basados en la supuesta superioridad masculina. Quizá, también, ello favorezca para que finalmente terminen las agresiones físicas y sicológicas en contra de las mujeres, los femicidios y todo tipo de marginación política, social y cultural, que todavía vivimos.
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