Y la desesperanza, la inseguridad y la frustración ciudadana van aparejadas con la consolidación del conservadurismo, la derechización, la desigualdad y la injusticia en un marco de apatía social de la mayoría entretenida con el espectáculo. En tanto, las élites de poder no cesan en su empeño de mantener la continuidad colonial desde el control del Estado.
Pareciera que la emergencia de organizaciones, discursos y luchas sociales derivados del aparente proceso de democratización en marcha desde 1985, independientemente de su valor ciudadano, ha tenido una débil incidencia en las relaciones sociales que hemos arrastrado y sufrido desde 1524. Y los grupos hegemónicos de poder han sido eficientes en controlar permanentemente la politiquería y la economía y, en consecuencia, en mantener el estado de cosas, los privilegios y la conducción de la finca llamada Guatemala.
La línea ideológica izquierda-derecha nos ha polarizado en una lucha más falsa que real. Guatemala nunca ha tenido un desarrollo industrial completo, que implique la existencia de clases sociales antagónicas, como señala la teoría. La proletarización no es real. La pobreza y la exclusión sí, independientemente de si se es obrero o no. El desarrollo capitalista no es tal en el país. Tenemos una clase mercantilista-feudal-oligarca que no gobierna, sino manda. Es el segmento social que ejerce su hegemonía mediante la violencia, los privilegios, el racismo y el control del aparato estatal, creado a su imagen y semejanza. Ha estructurado un Estado fuerte para lo que hace y débil para lo que debiera hacer.
Los llamados partidos políticos se asumen de derecha, del centro o de izquierda en un simplismo que raya en la incapacidad de crear conocimientos políticos, ideología y propuestas propias que reflejen la diversidad de clases, grupos, pueblos y sectores. En ese contexto, la sociedad está en proceso de muerte ciudadana, aprisionada por una red de problemáticas que el Estado no ha asumido en su preocupación de seguir controlando la riqueza, el poder, y produciendo una desigualdad que para este es rentable.
La conflictividad agraria no ha sido atendida y aumenta el riesgo de que se convierta en un detonante de violencia. El despojo territorial no se ha detenido desde 1524, y los pueblos indígenas, que antes ocupaban valles fértiles, fueron arrinconados en tierras montañosas para que las élites pudieran desarrollar los cultivos de exportación. Hoy las comunidades son desalojadas de las montañas en pro del modelo extractivista y por las secuelas de la guerra interna, lo cual provoca otro problema serio: la migración y la deportación. Todo ello no se desvincula como causa del alto desempleo en todos los estratos sociales.
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Sin embargo, los dueños del país están felices de que las remesas batan récords históricos a expensas del exilio forzado de millones de compatriotas que han muerto como ciudadanos. «Remesas familiares sobrepasan los ocho millardos de dólares. Las divisas que ingresan para los hogares de los migrantes guatemaltecos superan la cifra de 2017», dice un titular de prensa. Esas remesas son aprovechadas mayoritariamente por el sistema bancario, las empresas telefónicas, las tiendas de electrodomésticos, etcétera, y muy poco se destina a la inversión productiva.
¿Y qué hacen la izquierda política y la izquierda académica ante esta derechización y precarización de la sociedad? La primera se encamina al suicidio político al estar en permanente fragmentación y desarticulación. Le da la espalda a la razón de su discurso y existencia, los pobres, y privilegia las contradicciones internas y la insensibilidad política. La académica, desde su escaparate teórico, formula sesudos análisis de la realidad y devela el colonialismo, el capitalismo, el machismo, la exclusión, la desigualdad, etcétera, en discursos desvinculados de la práctica política.
Luego de la firma de la paz, la emergencia de movimientos sociales, discursos alternativos y organizaciones políticas de izquierda (FDGN, ANN, URNG, Winaq, Convergencia y recientemente el MLP) ha sido una alternativa contrahegemónica que, aun con sus debilidades y contradicciones, representa los intereses de algunos segmentos poblacionales. Ese capital que abona la democracia corre el riesgo de desaparecer por no poder unirse, como pasó con algunas organizaciones sociales simbólicas pos conflicto armado como Copmagua y otras que son solamente un recuerdo de paz.
Ante la consolidación de las élites a través del pacto de corruptos y la prevalencia de grandes problemas sociales, las fuerzas de la izquierda política están dejando de cumplir su papel histórico. La historia las juzgará en la medida en que, por su desarticulación, se perpetúe el colonialismo.
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