La sociedad estadounidense presenció el último martes de septiembre el primero de los tres y decisivos asaltos en la pelea por tomar las llaves de la Casa Blanca por los próximos cuatro años. Sin embargo, lejos de un debate protagonizado por estadistas, la cita entre Donald Trump y Joe Biden tuvo rasgos de talk show.
Gritos, interrupciones, alusiones a la intimidad personal y familiar, insultos y emociones por encima de raciocinio maladornaron una velada en la que solo faltó que el moderador Chris Wallace dijera: «Que paaaaaaase el desgraciado». No se escuchó esa frase, pero sí en boca del exvicemandatario un «¿te vas a callar, hombre?», muy parecido a lo suscitado en 2007, cuando en la Cumbre Iberoamericana el rey Juan Carlos perdió la compostura frente al entonces gobernante venezolano, Hugo Chávez.
Históricamente, los encuentros entre quienes aspiran a conducir los destinos del país más poderoso del orbe suelen ser claves en el trayecto hacia la emisión del sufragio popular. En ese contexto, son esperados y seguidos en Estados Unidos y alrededor del mundo. Esta vez no fue la excepción, por lo que el round inicial, programado en Cleveland, Ohio, despertó grandes expectativas. Sin embargo, el nivel mostrado por Trump y Biden motiva la pregunta de si valdrá la pena volver a verlos en el segundo, el 15 de octubre en Miami, Florida, y en el tercero, el 22 del mismo mes en Nashville, Tennessee.
Un Trump a lo Trump, pendenciero, insoportable, altanero y hábil para desviar la atención o tocar el hígado del contrincante, y un Biden no tan Biden, pues por momentos lució desconcertado, lo cual le impidió salir con la mejor cosecha, fueron las imágenes relevantes de unos 90 minutos de mucho ruido y pocas nueces, en los que la gente oyó superficialidades sobre los registros contables de los aspirantes, la Corte Suprema de Justicia, la pandemia de covid-19, las protestas contra el racismo y la violencia, ética electoral y economía, entre otros tópicos.
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Sin duda, por lo expuesto el 29 de septiembre, los dos candidatos quedaron en deuda si el análisis se plantea desde la perspectiva del deber ser. Ahora bien, si el enfoque es desde el pragmatismo de que la política es el arte de lo posible, cada uno de los equipos de campaña tendrá una valoración basada en los movimientos tácticos con miras al estratégico 3 de noviembre, cuando uno de ellos tendrá su exitoso Día D y el otro un fracaso tipo Waterloo.
Tan dada a las encuestas, la gente de Estados Unidos confiará en la que quiera creer respecto de este opaco y bullicioso choque de egos. Como es costumbre, al caer el telón surgieron los sondeos, pero la verdadera medición llegará el martes de noviembre que configurará la composición del Colegio Electoral, ese singular cuerpo encargado, merced al voto ciudadano, de elegir a la mancuerna que encabezará el poder ejecutivo.
Y, frente a la falta de sustancia ofrecida por Biden y Trump, por nuestras latitudes tuvo más repercusión el ahora sí declarado distanciamiento entre el presidente Alejandro Giammattei y su segundo al mando sin mando, Guillermo Castillo. En esa línea, el secreto a voces dejó de serlo el mismo día del duelo escénico mencionado, seguramente no por una mente brillante que decidiera restar reflectores a la contienda electoral estadounidense. No, todo fue circunstancial.
Allá las palabras en inglés y su traducción nos causaron desazón porque esperábamos más, mientras que aquí las formuladas en un muy claro español han abierto una natural expectación que echa gasolina sobre el continuo fuego de problemas que alimenta crisis tras crisis en el Gobierno guatemalteco. En Estados Unidos resta un mes para la definición. En nuestro país, el pronóstico no propicia un margen para adelantar una fecha, aunque sí para indicar que el conflicto no durará. Es cuestión de esperar.
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