Un debate televisado nos permitió reírnos un poco. Habría que ver quién se gana la banda de Miss Simpatía o Miss Simpático. Yo ya di mi voto.
Entre todo este cacareo, conocí a Xabier Gorostiaga por un amigo de Nicaragua que me compartió una lectura. Durante la semana estuve recuperando otro material. Digamos que me atrapó este jesuita vasco que vivió casi toda su vida en Centroamérica por elección propia. Salvo por decisión de la Compañía de enviarlo a Cuba a continuar su caminar religioso en 1958 y su estadía académica en Cambridge para obtener su título de doctor en temas económicos, su vida fue Centroamérica.
Lo primero que me impactó fue leer algo tan serio, tan coherente y honesto, de alguien que tuvo tan hondo conocimiento de la región. Alguien tan cercano a la universidad en la que estudié y del que no supe hasta ahora. Gorostiaga propuso antes de morir, líneas de acción en diferentes dimensiones, todo integrado en un proyecto regional. Nunca habló, por ejemplo, solo de Nicaragua (aún si dijo estar enamorado desde el primer momento), sino de Centroamérica.
Gorostiaga pintaba desde 1996, año de la culminación de los acuerdos de paz en Guatemala, una región tomada por el narcotráfico y fundada en la narcoeconomía. Países que tuvieran dos velocidades y por lo tanto dos tipos de ciudadanos, unos que estuvieran viviendo como si estuvieran en Taiwán y otros como si fueran de Somalia. Logró entender que esta democracia restringida alejaría a los cooperantes, aumentaría la deuda externa y tendríamos partidos políticos caudillistas, que llevarían al poder a personajes autoritarios. Esa era la Centroamérica que profetizó para 2015, hoy Guatemala está así.
El padre jesuita dijo en algún momento que era la “era de la propuesta con protesta”, y no solo de la protesta. Su propuesta iba por el lado de integrar a Centroamérica económica y educativamente. Desde lo económico, planteaba un tipo de liberalismo mucho más humano que permitiera producir riqueza para la región, un proyecto endógeno de desarrollo para el istmo. Por ejemplo, pensaba en la complementariedad de las zonas francas y no la competencia entre los países por atraer inversionistas. Gorostiaga no negaba lo perverso de la lógica del mercado, pero creía que Centroamérica podía crear una lógica regional que permitiera controlar su propio destino como países hermanos.
Retó a las universidades y les dio un papel importantísimo en el acompañamiento de estos procesos económicos. La primera tarea que pensó para ellas (ante todo para las universidades jesuitas en El Salvador, Nicaragua y Guatemala) fue la de crear un sistema educativo que girara alrededor de una ética diferente, que pusiera la dignidad de los pueblos ante todo. Luego les pidió que fueran ellas las responsables de “organizar la esperanza” y de motivarla frente a “pigmeos políticos” que solo se dan a la corta tarea de llegar al poder sin nada que proponer.
Eso sí, tiene una advertencia previa. La ambigüedad de los medios políticos empleados para lograr una causa justa será siempre una problematización para todos aquellos que buscan el cambio. Al leer a Gorostiaga —el que fuera director de Planificación de la Revolución Sandinista— hablar del Alca o del Plan Puebla-Panamá benevolentemente, uno se pregunta qué pasó. Él se apresura a responder que para el año 2000 él era mucho más radical que en la Nicaragua de los años 1980. Ahora pide un milagro, que existan empresarios y políticos lúcidos para trabajar con movimientos sociales y líderes de base en un proyecto económico diferente.
Aun si no estoy de acuerdo con toda su propuesta, me parece que deberíamos tomarnos el tiempo de recuperar las reflexiones de aquellos que han estado de nuestro lado y que se han atrevido a pensarnos seriamente. Discutirlas puede ser iluminador en estos tiempos en que las propuestas son escasas y vacías. Como diría el padre Gorostiaga: “Sueños compartidos pueden ser realidad”.
Más de este autor