Lo acompañan un pequeño séquito de personas. La neblina parece disiparse. Mientras tanto, la luz tenue de la mañana parece instalarse detrás de Catedral. Alguien a su lado sostiene un cartel con el mensaje «#SeamosUno» y «Dios transformará a la nación» sobre colores que recuerdan a la bandera nacional.
Pero, hace casi un año, ese mismo espacio se convirtió en la plaza de la ciudadanía. La plaza no reflejaba ninguna uniformidad ni aspiraba a ella. Era un espacio variopinto si recordamos las múltiples expresiones artísticas que dieron color y espontaneidad a los mensajes de frustración y esperanza ciudadanas. Una plaza plural que durante 20 semanas consecutivas fue ocupada pacíficamente por grupos e individuos de distintas creencias e inclinaciones políticas hartos del abuso y el engaño de la administración del Partido Patriota y de la corrupción y la impunidad del sistema político.
Y hoy, Morales, el entonces comediante y ahora presidente pastor, como algunos lo llaman, usurpa sin mayor empacho ese y otros espacios cívicos para legitimar su discurso nacionalista cristiano. Pero muy rápido se le cae el barniz a su prédica: en un tema que merecería mayor compasión cristiana, el partido oficial del mandatario sigue favoreciendo la pena de muerte cuando se ha probado que ese no es el mejor disuasor del crimen. Y temas que necesitan un firme entendimiento y compromiso de lo público se someten a consideraciones pseudosolidarias como exigir que los maestros donen pupitres a las escuelas y que el Ejército transforme la industria de guerra convencional en una de guerra contra la falta de educación.
Yo no sé cuál parte de la separación entre Estado e Iglesia Morales y su grupo de consejeros no han entendido bien. Pero si las jornadas de oración sirvieran de algo, ¿por qué, después de más de 500 años de tradición cristiana, de rezos y de procesiones, los niveles indignantes de pobreza, desnutrición crónica, violencia y atropellos a la mujer y a la niñez siguen todavía latentes? ¿Por qué una guerra cruenta por la cual varias generaciones aún siguen pagando consecuencias? ¿Por qué se ha dejado a la juventud desatendida, sin oportunidades de estudio y trabajo, y se la ha orillado a actividades delictivas y criminales?
¿Cómo llega una sociedad hasta aquí? ¿Es que ya no recuerdan al histriónico Efraín Ríos Montt dando sermón el domingo y comandando a un Ejército sanguinario contra la población civil durante la semana? ¿O al golpista Jorge Serrano Elías, ese orador cristiano de El Shaddai ahora prófugo de la ley?
El análisis del académico Manolo Vela sobre la hegemonía conservadora guatemalteca ofrece definitivamente muchas respuestas a esto que pareciera ser una falta de memoria histórica, pero que en realidad es más bien una práctica acrítica de lo que él llama un código hegemónico cultural. O sea, una serie de mitos y creencias infundadas, pero que calzan bien con ese segmento que Morales identificó en su campaña electoral: casi la totalidad de la población se considera cristiana.
Y es este rasgo religioso que ciertas élites político-empresariales han sabido explotar bien para amansar a la gente, incluyendo a un buen porcentaje de quienes se movilizaron en las jornadas anticorrupción de abril a septiembre del año pasado.
A juzgar por el spot publicitario de la campaña evangélica #YoSoySamuel, que promovió el foro cristiano presidencial antes de la primera ronda electoral, este tipo de marketing religioso tiene una cobertura y un apoyo privado que cualquier partido en ciernes envidiaría: medios impresos se sumaron con pautas gratuitas y descuentos especiales (631 502 impresiones), 19 cadenas de radio llegaron a 135 000 receptores, 3 canales de televisión alcanzaron a casi medio millón de hogares, y más de medio millón de personas interactuaron en redes sociales.
Don Karl Marx se equivocó: la religión no es solo el opio del pueblo, sino que eso de enseñar «a interactuar con Dios para las decisiones que tomemos» promete seguir siendo un business transnacional muy próspero para los mercaderes de salvar almas. Y qué mejor que el presidente sea su más fiel aliado.
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