Insisto: la peste solo fue el colofón de una serie de sucesos que venían cocinándose desde un lustro atrás. Esos acaecimientos tenían como basa el descontento popular, que culminó con los linchamientos de la llamada Semana Trágica, entre el 8 y el 16 de abril de 1920.
Entre los masacrados en la Plaza de Armas se documenta a un asistente de Estrada Cabrera a quien se ha identificado —por testimonio oral— con Miguel Cara de Ángel, el personaje más siniestro de la novela El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias.
De ese personaje dice Emilio Báez Rivera, en su obra Cara de Ángel y Camila: una atípica historia de amor en El señor presidente a través del prisma de El cantar de los cantares: «Pero muy pronto el lector sabrá que no se trata de un ángel, aunque este comparta la feminidad o amaneramiento que aquellos suelen mostrar en las representaciones pictóricas y escultóricas. Paradójicamente es el favorito del señor presidente, del prototipo del ángel caído en la república dominada por su ambición totalitaria. Además del estribillo —siempre entre paréntesis o entre rayas— de “era bello y malo como Satán”».
Mi padre siempre me aseguró que Miguel Cara de Ángel había existido (ello exacerbó mi curiosidad con relación a ese engendro del mal). Me contó (cuando yo tenía 15 años) que un profesor suyo había quedado con secuelas acústicas a causa de las torturas que había sufrido por instrucciones precisas de un agente del gobierno de Estrada Cabrera. Y la descripción física de ese personaje coincidía con la descripción de Miguel Cara de Ángel en la novela de Asturias. Según el profesor de mi padre, el funesto adulador era muy elegante, de manos finas y modales distinguidos, y su comportamiento lindaba entre el bien y el mal. Pero, cuando pivotaba en el escenario del mal, llegaba a extremos verdaderamente ignominiosos.
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En 1998, con motivo del centenario del nacimiento de Miguel Ángel Asturias, la Academia Guatemalteca de la Lengua, correspondiente de la española, convocó a un certamen de ensayo donde se podían presentar trabajos acerca de cualquiera de las obras de Asturias. Yo gané el premio único con un ensayo que titulé La fenomenología religiosa en la obra El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias. Documenté todos aquellos sucesos religiosos de la novela ligados directamente a la teología fundamental de la Iglesia católica o a la piedad popular. Para lograrlo disequé toda la novela con pinzas de cirujano plástico. Y, aunque no incluí a Miguel Cara de Ángel en el estudio (en razón de los propósitos del ensayo), sí pude cotejar la tradición oral que existe acerca de ese funesto interlocutor del mal con la descripción que de él hace nuestro premio nobel: soplón inconfundible, oreja de altos vuelos, pérfido, dañino y muy odiado. Y siempre caminando entre el bien y el mal.
Estrada Cabrera no se fue solo el 15 de abril de 1920 (fecha en que fue sacado del poder). Se llevó de corbata a su favorito. ¿De qué manera? El dictador nada hizo por salvarlo del levantamiento popular, como sí lo hizo con otros de sus adláteres. No le perdonó el hecho de haberlo tenido engañado mediante la adulación. Entre otros silencios, el favorito no le contó del descontento que había en la población a causa del mal manejo gubernamental de la peste provocada por el virus de la gripe A H1N1. Y, en la conciencia colectiva del pueblo, ese funcionario gubernamental estaba concebido como un corrupto y un sayón. Y ese pueblo se las cobró el 16 de abril de 1920.
En lo que a la novela incumbe, Asturias define retóricamente esos últimos momentos de Cara de Ángel en orden a los sonidos de las ruedas del tren donde el predilecto viaja hacia su muerte: «Cada ver cada vez, cada ver cada vez, cada ver cada ver cada ver cada ver cada ver…» [1].
Conclusión: era bello y malo como Satán, pero el mal nunca paga bien.
[1] Asturias, Miguel Ángel (1969). El señor presidente. Guatemala: Editorial Universitaria. Pág. 382.
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