Para empezar, se necesita determinar si en cuanto al uso de categorías las palabras miedo, pánico, pavor, vértigo, terror, angustia, temor, tensión, horror, recelo son sinónimos o constituyen una escala de intensidad del miedo diseñada por el sentido
común. Lo cierto es que todos estos conceptos necesariamente refieren a vivencias desencadenadas por la percepción de un peligro actual o probable. Un peligro que proviene necesariamente del mundo interno del sujeto o, de su mundo circundante.
En cuanto al mundo circundante entonces, el juego de la percepción puede considerar la situación en la cual la fuente del miedo es lo que Zygmunt Bauman denomina miedo de “segundo orden” o, siguiendo a Hugues Lagrange, referimos a una fuente de peligro difusa.
Pero también es posible argumentar que la fuente del miedo no es difusa, sino precisamente puntual.
¿Qué pasa cuando dicha fuente es el Estado? Porque en realidad el miedo a lo desconocido no existe. Existe solamente el miedo al ente, sujeto o estructura que lo produce, que lo determina.
Precisamente por esto afirma Stephen Hopgood que la discusión en cuanto a la temática de los derechos humanos se ha orientado a tratar de ´arrancar´ los elementos de tipo teórico eurocéntrico para ´reclamar un potencial emancipatorio en el contexto de un mundo post-occidental´. Sin embargo, no en todas las latitudes este último elemento es una demanda propia, ni del sistema, ni del debate. José Manuel Barreto, editor del texto Critique, History and International Law se refiere así en el libro Los Derechos Humanos en el contexto de los Estados latinoamericanos: ´The body of the victims is trapped within the logic of war —the imperial logic— and torture and suffering are placed in front of everybody to be recognized as blatant “embodiments” of neo-colonialism´.
El reconocimiento en cuanto a que la ´forma´ política materializa la simbólica del miedo es fundamental. Por eso es que el control del miedo politiza lo social, desarrollando formas de ´guerra para gobernar´. Y como bien lo explica Simmel, ´el miedo es una de las fuerzas psicológicas que une políticamente a los hombres, generando sobre un espacio geográfico un espacio político´. (Georg Simmel, Sociología; p. 58).
Entonces, generar miedo es mecanismo de control y a lo largo de la historia la configuración eurocéntrica del juego de poder supo siempre producir nuevos miedos que legitimen el uso de violencia. La pobreza ha sido, además de un problema social, una fuente de miedo para los estamentos superiores; lo mismo ha sucedido con la figura del ´judío´, o la figura del ´inmigrante´ o la figura del ´detenido’. Todas éstas han sido siempre de forma continua e indistinta fuente de sospecha, mecanismos transmisores de desorden, generadores de maldad. En una sola palabra: miedo.
Y el combate al miedo tiene solo una táctica muy clara. Crear miedo sobre el enemigo, imponer el miedo sobre el enemigo.[1]/
Por ello, no me sorprenden los relatos aterradores que emanan del juicio llevado a cabo recientemente en Ginebra del que tanto se habla. Las fotografías del caso muestran a prisioneros que corren desnudos, todos en fila, una masa homogénea y amorfa que ha perdido total individualidad.[2]/ Atrás de ellos, la presencia sin rostro del mecanismo de fuerza. Claro, habrá quien pueda decirme que a final de cuentas estamos hablando de personas que han quebrantado el ordenamiento jurídico más básico.[3]/
Entonces, hablemos de qué tiene que pasar por la mente de una persona aparentemente normal para que sea capaz de ejecutar a sangre fría y sin mandato legal alguno. No me interesa discutir (aunque sea importante) la cuestión de la sentencia, si el sistema penitenciario es caótico, si la ´limpieza social´ es el único mecanismo para imponer el orden frente a la masiva producción de antisociales o si la CICIG (juntamente con Suiza) tienen una agenda para destruir la soberanía de Guatemala. Todo esto anterior, propio de un imaginario social particular, no lo deseo tocar aquí.
A mí me interesa tratar de entender cómo un sujeto (Sperisen) en aparente uso de sus facultades y además, un sujeto de práctica religiosa devota, puede tener la frialdad para involucrarse en este tipo de cuestiones. ¿Qué se requiere para reventarle los sesos al otro? En esencia, la frontera que divide lo normal de lo patológico puede ser muy tenue y lo grave, de nuevo, resulta ser que un sujeto de militancia religiosa, además de funcionario público designado y con estudios universitarios, haya tenido un juicio moral nublado porque lo normal es desaprobar las acciones intencionales que causan daño físico o psicológico a una persona. No digamos, el hecho en cuanto a que la acción es ilegal.
De nuevo la pregunta. ¿Qué pasa por la mente de quien directamente le revienta los sesos a un tercero o no hace nada (teniendo el poder) para evitar un baño de sangre?
Los enfoques modernos en los departamentos de criminología refieren a una distinción necesaria entre psicopatía, sociopatía neuronal y la sociopatía cultural. Distinguir entre los tres tipos es clave para poder responder a la pregunta de si las mentes criminales de facto ¿Eligen el mal? Y no me refiero sólo a los privados de libertad en las cárceles en cuanto a la acción a posteriori. Me refiero otra vez a un perfil distinto. Una persona que pertenece a los estamentos superiores de su país, con estudios universitarios, con la vida resuelta, con el futuro asegurado y además, de vocación religiosa. ¿Por qué elige el Mal y el mal de tipo Radical? Y refiero a la radicalidad última que la tradición judeo-cristiana siempre enseñó (y que un creyente debería entender mejor): El pan y el vino son medulares en la tradición judeo-cristiana por ser símbolos de un fruto que no requiere derramamiento de sangre para su producción. Por ello la ofrenda de Abel fue mejor que la de Caín.
Y esto último se sigue sin entender. Se mata para ´defender la honra personal´, ´para vengar el honor mancillado´, para resolver la disputa de tránsito, la mala mirada, la incomodidad del ruido del vecino (o si no lo mato a él, le mato al chucho)… Si, quizá éste sea el punto eje de debate. Matar, y matar ´al marginal´ es restaurar el orden cómo diría Girard.
Al final del día, y esto no es nada teórico, hay una fijación en los estamentos altos por ´meterse en babosadas´ de las cuales no tienen necesidad alguna: Jugar a narcos, jugar a vengadores, a espías, a conspiracionistas y gangsters… Pero como si la historia fuese sarcástica, Erwin Sperisen recibe una sentencia basada en algo que no guarda relación alguna con su propia jerarquía de valores. Una sentencia basada sobre el dogma en cuanto a que la vida humana es sagrada.
Precisamente, lo que él no fue capaz de entender. [4]
[1] Antropológicamente, por esto es muy interesante referirse por ejemplo a las prácticas actuales de algunas selecciones nacionales de rugby, como el Haka de los All Blacks, que no es sino la copia de la danza ritual para quitarse el miedo propio e infundir el miedo en los rivales.
[2] A mí en lo particular esas fotografías me hicieron recordar los relatos de Primo Levi con respecto al proceso de des-humanización que el campo de concentración nazi llevaba a cabo. La intención, humillar, controlar, retirar lo particular y lograr que el prisionero perdiera toda esperanza. Así entonces, se le controla.
[3] ¿Lo estamos de verdad en la lógica de quienes llevan a cabo las ejecuciones extra-judiciales?
[4] Cadena perpetua y no la pena de muerte para un delito tan grave, el delito de ejecutar extrajudicialmente desde el aparato de seguridad del Estado. Sperinsen tiene suerte que en Suiza no piensen cómo él.
Más de este autor