Quienes siguieron el debate presidencial del día lunes —y en particular quienes favorecían a Hillary Clinton— respiraron tranquilos cuando el segmento referente a política exterior fue presentado. Fue allí donde Clinton amarró el partido, mostró la diferencia que la hace ser poseedora del know how y ganó la pelea. Eso sí, no por nocaut. Lo grave del caso, me parece, es sentirnos tranquilos cuando escuchamos el dato informativo de la anterior secretaria de Estado estadounidense, pues no debe olvidarse que su política exterior es conservadora. La política exterior de Clinton es un republicanismo atenuado, una política exterior Bill Clinton 2.0. Esto muestra, por cierto, el efecto real del outsider Trump: tanto te corre Trump a la derecha que terminas percibiendo a Clinton como la moderada. Incluso en temas de política exterior.
Los dos candidatos presidenciales son una representación congruente del conservadurismo estadounidense. Solo cambian las formas, pero los objetivos son los mismos. Sobre todo, repito, en materia de política exterior. La administración Obama ha sabido simplemente taimar al leviatán jugando en la cancha de los foros internacionales o abriendo espacio para otros actores, pero al final del día Estados Unidos sigue teniendo una presencia determinante en los conflictos internacionales. Una posible administración del presidente Trump tendría escenarios interesantes que harían, sin lugar a duda, resquebrajar la aparente hegemonía estadounidense.
En primera instancia, hay ciertos escenarios esperanzadores con Trump, aunque quizá sean sueños húmedos. Si Trump resulta congruente con su discurso de derecha estatista, el enfoque hacia el conflicto israelí-palestino puede modificarse. Si el presidente Trump mantiene el argumento de gastar menos afuera y más adentro, deberían —al menos teóricamente— terminarse los paquetes de ayuda militar a Israel. El último paquete de ayuda militar estadounidense a Israel —asignado por el antisemita de Barack Obama— fue de 38 000 millones de dólares. Basta pensar cuántos centros de rehabilitación para veteranos discapacitados o cuántos empleos generados desde el Estado podrían haberse desarrollado. Si el presidente Trump se va por el discurso de la derecha estatista, es posible ponerle un ultimátum a la terca gestión de Benjamín Netanyahu. Claro, si el estamento militar lo permite.
Ahora bien, si la administración Trump traiciona su discurso de campaña y revive lo peor de la administración Nixon, me parece que volveremos a presenciar la política del permanente alfombrado de bombardeos (sobre no civiles y civiles). ¿En qué cambia esto respecto a lo que sucede hoy, por ejemplo, en Alepo? La administración Obama modera su accionar porque los bombardeos no son constantes. Vaya consuelo.
Si la administración Trump revive la estupidez del unilateralismo de la administración Bush Jr., lo primero que estaríamos presenciando es el reenvío de tropas militares a Irak y Afganistán. Téngase en cuenta que la administración Obama ha sido puntual en cumplir con el retiro de efectivos planteado por su antecesor, pero el presidente Trump puede desconocer esa agenda. Ese escenario incendiaría aún más las relaciones con los países musulmanes árabes y no árabes, pero también le daría a Trump su primer encontronazo con su propio sistema bicameral. No se olvide que el envío de tropas solo puede darse en el contexto de guerra, lo cual requiere la statutory authorization del Congreso. Aquí la administración Trump tendría un primer desgaste. Y sus aliados en la región de Oriente Medio podrían voltear la espalda y aislar a Estados Unidos. Tanto Jordania como Arabia Saudita prestan su territorio para espacio aéreo e infraestructura militar estadounidense.
En lo que respecta a América Latina, es perfectamente imaginable un escenario en el que la administración Trump deba realizar desplantes del tipo Reagan en Granada o Bush Sr. en Panamá para mostrar así la hombría de su política exterior. Y allí el primer amolado es México. Perfectamente la administración Trump podría de facto militarizar la frontera. No es que dicha frontera no lo esté, pero una cosa es que la guardia fronteriza tenga armas de tipo militar y otra muy diferente que todos los puestos fronterizos estén en manos del Ejército. Sería una medida populista, pero posible. Si eso obliga a México a darse cuenta de la necesidad de romper su dependencia de Estados Unidos y de rearticular un panamericanismo 2.0, todo lo anterior sería ganancia. Porque en este momento Estados Unidos dice rana y México salta.
Todos estos escenarios, sin tener en cuenta la reacción de la administración Trump a un ataque terrorista en suelo estadounidense —similar al sucedido una semana atrás en Nueva York—, pondrían a Estados Unidos en una situación insostenible y abrirían la posibilidad de que, ante el resquebrajamiento de sus capacidades, otros actores cubran espacios. Y de que sus propios aliados marquen distancia y muestren así que Estados Unidos ya no puede ser la materialización del texto de Hartmann y Negri: imperio. Razón por lo cual deberá aceptar que el siglo americano terminó y dar paso quizá al siglo asiático. Quizá.
Y luego está el otro escenario: que nos lleve la chingada.
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