Para ello es necesario, en mi opinión, dar en esta última entrega algunos elementos para continuar la discusión. No es una discusión ni siquiera iniciada, pero debe serlo porque también de eso depende un entenderse críticamente no solo de las nuevas generaciones, sino de las generaciones por venir. Si la relectura crítica de la cultura ladina no se hace desde los ladinos mismos, seguramente los cambios estructurales en Guatemala perderán de vista una dimensión necesaria en la visualización de un nuevo país.
Historizar al ladino. El ladino existe desde el tiempo de la Colonia. Nació como un sujeto asimilado a los valores de una ideología criolla racista, como un ser impuro, resultado de mezclas. Fue un sujeto que no quería ser víctima y se convirtió en victimario. Conforma una zona gris cultural en Guatemala. Sin embargo, el tiempo de la Colonia ha pasado, y hemos vivido otros procesos en los que algunos ladinos han cambiado su manera de ser y de pensar y aun de proponer una Guatemala diferente. Organizaciones universitarias, sindicales y campesinas, luchas contra megaproyectos y la lucha por la memoria histórica han venido a ser parte de estos procesos en los que muchos ladinos se han visto involucrados. Mantener el imaginario del ladino de la Colonia es una traba anacrónica para pensar Guatemala desde hoy.
Desideologizar el ladino. Existe una herencia teórica mediante la cual se ha analizado al ladino como el antagonismo directo y casi único de pueblos indígenas oprimidos por mucho tiempo. Y si vamos más atrás, se comprendió al ladino como parte de un proyecto hegemónico de una élite guatemalteca. Nunca se ha retomado la discusión: hemos comprendido al ladino como se comprendió teóricamente en un momento y contexto de guerra y de movimientos insurgentes y populares. La discusión parece agotada, y ya no nos hemos preocupado de saber quiénes somos. Creo que es tiempo.
Comprender al ladino más allá de lo político. Uno de los mayores retos de los ladinos es descubrir su cultura, conocerla, estudiarla, saber de dónde viene. Si encasillamos al ladino y lo comprendemos solamente desde una perspectiva política, tenemos el resultado de hoy. Nunca se ha hablado del ladino y de su manera de ser como grupo cultural. La cultura trasciende en muchos aspectos el ámbito político. ¿Acaso no tenemos cultura? ¿Somos un grupo ahistórico que no logra ver sus características? ¿Cómo, entonces, existir en un país multicultural?
Salir de una discusión puramente académica. La problemática ladina no es solamente un objeto de estudio académico ausente y en el que muchos supuestos se dan por certezas, cuando no por prejuicios. La ladinidad es una realidad cotidiana de muchos y muchas que vivimos en este país. Olvidar que hablamos también de personas que luchan por el día a día es un error. No entender las causas de sus actitudes racistas, de sus contradicciones, puede orillanos a no ver la complejidad de los ladinos y las ladinas en Guatemala.
No hay Guatemala sin ladinos. Ese es un hecho que no se puede negar. Pero no querer ver de frente a quien está a la par, en inicio por quien es como persona, y solo etiquetarla por ser ladino o ladina es muy simplón, más cuando pareciera justificación, argumento o explicación de situaciones diversas. Si en Guatemala vamos a respetar las identidades de unos, habrá entonces que respetar las de otros, y por lo tanto la ladinidad debe repensarse.
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