Mestiza y también ladina (I)

Frente a los proyectos de “identidad nacional” es difícil no ser críticos, sobre todo en nuestro país, cuando una identidad nacional pasa a descartar otras identidades, y el “ser guatemalteco” es parte de un proceso constitutivo de un Estado racista y excluyente. Hoy por hoy, ese decir de “todos somos Guatemala o guatemaltecos”, ha sido una manera de pedir la unidad a proyectos ideológicos y políticos, cuando no un llamado a ser parte de un discurso patriótico añejo, que poco contribuye a ir a la causa de las estructuras que mantienen el estado actual de la situación del país.

Recuerdo esas primeras palabras de un libro de Mario Roberto Morales, las recuerdo porque fueron el primer momento en que caí en la cuenta que existía algo que compartíamos todos en Guatemala. “A los mestizos, no importa si son indios o ladinos”, leí. Ya para ese tiempo, tanto el decir indio o ladino, parecía no ser muy correcto, y siempre se me pedía decir ser mestiza. Por muchos años he tenido ese dilema, saber realmente qué se es. Parto de una idea que ya ha sido bastante explorada en Guatemala y es que ya no existen “purismos”, es decir que ante el devenir de la historia y sobre todo de una cultura de globalización, compartirnos algunos elementos que diariamente nos definen y nos construyen como individuos. En otras palabras, todos somos mestizos o al menos compartimos elementos de otras culturas que se han vuelto propios –útiles, entretenidos, necesarios.

Abundan los estudios sobre quién son los pueblos indígenas, como viven, cuáles sus propuestas de ser sociedad, sus maneras de organización, de entender la política y el poder. Algunos, también, de aquellos que en Guatemala se dicen “los blancos”, y suelen cuidar su capital a toda costa. Y estamos nosotros: de quién pareciera que da pena hablar y hablar desde nosotros mismos (o en serio no nos importa…). Somos los ladinos, somos de quien se ha dicho que somos los capataces de los poderosos, los transeros, los desleales, los racistas, los que nos definimos por no ser alguien. Es cierto, pero no siempre y no en su totalidad, tampoco creo que sea una característica definitiva. El ladino pareciera que carece de una identidad propia, y además titubea cuando se le pregunta si mejor mestizo o mejor ladino. Cargamos con el peso de una historia de injusticias, y somos para muchos la causa de males, somos los indiferentes, los que tenemos el poder, los que no nos cuestionamos. Y yo digo, no todos.

La identidad no es estática, se mueve y en el movimiento de la historia se dan los cambios. La identidad también se construye y se modifica conscientemente. Explicar la ladinidad por coordenadas coloniales, no me parece real, mucho tiempo ha corrido desde ese entonces y muchos procesos políticos y sociales nos han demostrado que los ladinos han estado codo con codo junto a otros pueblos en Guatemala. Esto no significa rehuir a una historia con sus episodios oscuros, al contrario, es reconocerla y desde los errores, proponer nuevos caminos de ser país y en ese intento, buscar lazos de respeto, de mismos proyectos políticos que busquen ante todo la dignidad.

En las próximas semanas dedicaré este espacio a una reflexión personal sobre la ladinidad de la que soy parte, sin culpas. Una discusión, que me parece no hemos tenido ni como grupo, ni como país.