Siempre han existido también compradores de fuerza de trabajo y comerciantes que elaboran reflexiones y teorías para justificar sus acciones, sea basadas en la voluntad de fuerzas divinas y supremas, sea sostenidas en la importancia de sus esfuerzos. También ha habido los que sin ser productores ni comerciantes reflexionan sobre estas tareas, las justifican y llegan a ensalzarlas y a considerarlas como las únicas importantes y necesarias en el desarrollo de la humanidad.
Pero en los últimos años han aparecido también los que por una paga, sea directamente en dinero o en recomendaciones, lisonjas, publicidad u otros mecanismos que los llevan a obtenerla, se declaran abiertos y decididos defensores de lo que llaman mercado. No son propietarios de nada. No producen capital. Mucho menos transforman materias. Simplemente repiten en medios de comunicación y en aulas escolares lo que el discurso oficial mercantilista les impone. No basan sus afirmaciones en constataciones científicas, pues lo que les produce ingresos y estatus es la defensa cerrada y necia del mercado y de los mercaderes.
Algunos se contratan en supuestos centros de investigación donde no investigan, sino simplemente pegan datos y frases sin mayor rigor científico. Se apropian de espacios docentes donde les pagan por repetir consignas y manuales que defienden a trote y moche las supuestas virtudes y bondades del mercado, único salvador de la especie humana. Muy pocos, los menos y los más hábiles, alcanzan puestos ejecutivos en algunos empresas —en nuestro país, en aquellas que más depredan el ambiente y se apropian de bienes comunes—, desde donde nuevamente no actúan como capitalistas, sino como simples administradores.
Los más, la tropa de este ejército de mercenarios del mercado, actúan desde los medios de comunicación, donde sin mayor criterio pregonan y reiteran todos los días de la semana la supuesta libertad extrema del individuo: la de vender y explotar fuerza de trabajo sin ningún control ni rigor. Sus afirmaciones no responden a ningún rigor analítico. Inventan supuestas investigaciones periodísticas para denigrar a los no se conforman con la depredación del ambiente y con el empobrecimiento de los efectivamente productivos. Les pagan por insistir y machacar que el interés individual debe prevalecer sobre el colectivo. Su enemigo es el que produce y sobrevive con poco, el que, convencido de sus derechos, exige racionalidad y responsabilidad en la producción y en el empleo.
Los mercenarios del mercado están siempre en guerra. No buscan diálogos para la construcción de una sociedad más justa, sino enemigos a quienes liquidar, hechos que sobredimensionar para así obtener mejores ingresos, mayores pautas en sus programas. Se asocian y alinean en nuevas logias como efectivos grupos de choque mediático, atentos a defender lo que no es de ellos pero de donde provienen sus altos ingresos. Organizaciones internacionales y Gobiernos interesados financian sus proyectos, donde, como fachada, algunos empresarios locales pagan algunos gastos.
Improductivos, los mercenarios del mercado no hacen propuestas, no asumen compromisos públicos. Simplemente combaten disparando incansablemente discursos descalificadores con distintos acentos, vestuarios y ortografías en defensa de una supuesta libertad de solo algunos: los que les pagan.
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