Lo hago porque me parece que es uno de los momentos en los que se debe ser nacionalista: apostar por quienes pueden dar más empleos a guatemaltecos y guatemaltecas. (Sí, a pesar de los fascistas y los marxistas, creo que la nación es una herramienta política que puede cohesionar y luchar contra el racismo, como en Brasil, Francia o tantos.) Y no digo con esto que deberíamos cerrarnos a la competencia extranjera –que aumenta la calidad de nuestros productos y en teoría baja los precios–, aunque podríamos proteger o incentivar a empresas y cooperativas.
Lo hago también porque sé que la mayoría de empresarios guatemaltecos se fajan todos los días, durante muchas horas de la semana, y que no son administradores de herencias o buscadores de privilegios o aspirantes a capturar el Estado, como muchos de los grandes empresarios, que se abrogan la representación del sector privado. Pues algunos grandes empresarios también se fajan y no están conspirando contra fantasmas cubanos o indígenas.
Pero no me quedo tranquilo con mi elección porque sé que la gran mayoría no paga IGSS, lo que implica que no tengo evidencia de que paguen a sus trabajadores salario mínimo, vacaciones, aguinaldo y bono 14. Tampoco pagan todos los impuestos que les corresponde y eluden al por mayor, como logo en patrocinios u ornato que son publicidad y elusión. La mayoría de empresas tampoco se preocupa por el medio ambiente y en cuidar parques o ríos. Son responsables –quizás más que los políticos– de que haya tanta pobreza, tanta desigualdad, tanta clase media enclenque, tanta frustración y tanta violencia.
Así que nada, a los consumidores que tenemos nuestros estándares éticos un poquito más altos que el “por lo menos dan trabajo”, que cada generación somos más, nos encantaría pagar lo mismo o un poco más si junto a “Producto centroamericano hecho en Guatemala”, se certificara –como Apple o Starbucks– que son éticos en el proceso de producción, que no tienen niños trabajando, que pagan bien a sus trabajadores, que no contaminan o lo compensan, que no le roban al erario público y pagan sus impuestos. Así tendrían consumidores fieles y contentos (y un país más justo, próspero y tranquilo).
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