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“Me interesa encontrar un rastro de bondad en las personas más crueles y un rastro de crueldad en las personas más buenas”

Me gusta mucho decir que yo he escrito novelas policiales donde el principal sospechosos es el pasado. ¿Cómo respondemos ante los embates del pasado, las emboscadas del pasado?
Nos sentimos orgullosos de nuestro pasado precolombino, pero nos sentimos culpables de nuestro pasado reciente como sociedades violentas.
No hay nada más lejos de la verdad.
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“Me interesa encontrar un rastro de bondad en las personas más crueles y un rastro de crueldad en las personas más buenas”

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Alonso Cueto es uno de los escritores latinoamericanos actuales más leídos y con más presencia en medios internacionales. Autor de más de una docena de obras literarias: novelas, cuentos, teatro, y ganador de múltiples premios, en esta entrevista —realizada en agosto del año pasado en Panamá, pero de indiscutible actualidad— habla sobre pasado, ficción (imaginación) y literatura, y sobre el compromiso del autor con la memoria histórica.

Le gusta colocarse del lado de los quechuas que ven el pasado como lo que está adelante, porque es lo que podemos ver, y colocan el futuro atrás, porque nunca sabemos cómo es hasta que se hace presente. Desde ahí, Alonso Cueto Caballero (Lima, 1954) propone una narrativa que revive el pasado en sus personajes para establecer realidades fantásticas y fantasmagóricas, no solo porque, por ejemplo, un homicida se enamora de una mujer que mató, o porque en un taxi una víctima se encuentra con el lacayo de su violador, o porque un hijo enfrenta a una mujer que fue testigo del pasado represor de su padre, sino también porque los hechos que enmarcan su ficción son reales y cercanos en el tiempo y en el espacio.

Hablar de sus novelas (más de una docena) es hablar de sus ideas sobre la historia y la responsabilidad política que todos tenemos frente a la historia que vivimos. Además de novelas, también ha publicado cinco libros de cuentos, tres tomos de ensayos y una obra de teatro. Fue ganador del Premio Herralde de Novela en 2005 y de la Beca Guggenheim en 2002-2003, entre otros premios. Desde 2009 es miembro de número de la Academia Peruana de la Lengua. Cuatro novelas suyas han sido adaptadas al cine, entre las que destacan Magallanes y La hora azul por su éxito entre la crítica y los festivales.

No evade hablar de política y lo hace con honestidad y entusiasmo. Esta entrevista se realizó en agosto de 2016, durante la Feria Internacional del Libro de Panamá, acababan de pasar las elecciones en Perú y él tenía fe en el cambio. En aquel momento habló de lo que esperaba del nuevo gobierno de su país. Esta semana, Alonso Cueto participa en la quinta edición de Centroamérica Cuenta, que se celebra en Managua,  una oportunidad cercana para actualizar sus ideas, opiniones, y por supuesto, sus propuestas literarias.

Hablemos primero de literatura, sobre esa trilogía de novelas que no fue planeada como trilogía, y que ahora ofrece La viajera del viento (2016), como última entrega… ¿Cómo se alargó esta propuesta?

En realidad, la guerra, cualquier guerra, en este caso la guerra de Sendero Luminoso en el Perú, es una ocasión inmejorable para un escritor. Cualquier situación de amenaza, riesgo o desafío saca a relucir lo más esencial de quiénes somos los seres humanos. En los tiempos de paz, de vida convencional, tenemos una máscara, una convención, por la que vamos haciendo nuestra vida cotidiana, pero cuando ocurre una situación excepcional donde puedes perder la vida o la familia, reaccionas como quien eres realmente, por eso es una ocasión inmejorable para un escritor, para explorar los heroísmos secretos, las cobardías, las traiciones, las lealtades, la solidaridad, todo lo de más noble y hermoso, así como lo de más rastrero que hay en los seres humanos.

¿Por dónde se decanta tu mirada de estas dos dimensiones?

En este caso mis novelas La hora azul (2006), La pasajera (2015) y La viajera del viento (2016) tienen que ver con la guerra de Sendero y tienen que ver con el tema de la culpa: hasta qué punto todos somos culpables de los desastres, de la violencia que ocurre en todos nuestros países en América Latina como Colombia, México, Argentina, Chile y en Centroamerica, todos lo que han estado asolados por dictaduras, guerra y la violencia en general… En el caso de estos libros hay un tema común que es un hombre que se encuentra con una mujer con la que tuvo que ver durante la guerra de Sendero y que despierta en este hombre un sentimiento de culpa o de deuda que quiere redimir. En La viajera del viento es un hombre que trabaja en una tienda que vende ollas, vasos, objetos caseros y un día entra a su tienda una mujer a la que él mató durante la guerra de Sendero, en Ayacucho, al comienzo de los años 90. La mujer le pregunta por los precios, por las ofertas, en apariencia no lo reconoce, y no se da cuenta que fue él quien le disparó y la mató… Él llega a su casa para hacer la entrega a domicilio de lo que ella ha comprado en su tienda, y así sabe dónde vive, y empieza una relación entre ellos marcada por la obsesión de la culpa de él. Esta es la premisa de la novela y tiene que ver con las premisas de las anteriores también y con una de las grandes preguntas ¿qué tanto somos culpables del pasado personal y del pasado histórico de nuestros países?

¿Por qué utilizar la fórmula de un personaje resucitado? No choca esto con el trasfondo hiperrealista y la reflexión que se busca sobre un hecho tan duro como la guerra de Sendero Luminoso…

En realidad esta es una historia de fantasmas, porque es una historia que tiene que ver con un tema que a mí me obsesiona mucho: la presencia del pasado en nuestras vidas, vidas que están marcadas por nuestros recuerdos, por nuestra memoria, por la idea del pasado como algo irreparable, no podemos deshacer lo que hicimos y tenemos que responder a ello. Por eso me gusta mucho decir que yo he escrito novelas policiales donde el principal sospechosos es el pasado. ¿Cómo respondemos ante los embates del pasado, las emboscadas del pasado? Eso es algo que todos sentidos en nuestras vidas, a lo mejor uno se encuentra a alguien en la calle a quien no había visto en muchos años, uno recibe una llamada telefónica de alguien que pensaba que había perdido, y así el pasado nos embosca, vuelve a nosotros y tenemos que procesar esta relación con el pasado de alguna manera… Ese es el tema que me obsesiona.

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¿Es una obsesión personal o tienes ambiciones más amplias?

Claro, me obsesiona no solo a nivel personal, sino también a nivel social, a nivel histórico, un país tiene que conocer su historia, tiene que mirar de frente sus heridas… Estoy totalmente en desacuerdo con la gente que dice que uno tiene que olvidar lo que ocurrió. ¡Uno tiene que mirar lo que ocurrió! Creo que el escritor, el periodista, el militante cívico tiene un papel que cumplir en eso. El escritor es alguien que abre una caja de pandora donde están todos los problemas de una sociedad y es muy importante demostrar también que en el fondo de esa caja llena de problemas está la esperanza.

¿Partes de un interés ya instalado en la sociedad peruana o tú quieres despertar ese interés con tu literatura?

Yo creo que hay un interés en el pasado. Perú es un país cargado de pasado como lo es México, El Salvador, Colombia y los demás que han tenido procesos tan duros…

Y no es un pasado tan lejano, además.

No es un pasado lejano, es un pasado vivo, aún late. Es un pasado además conflictivo en nuestra historia porque nos sentimos orgullosos de nuestro pasado precolombino, pero nos sentimos culpables de nuestro pasado reciente como sociedades violentas. En el mundo quechua, en la gramática quechua, el pasado es lo que está delante de nosotros, porque uno lo puede ver, mientras que el futuro está detrás porque uno no sabe lo que es. Eso es lo que aparece también en este libro, el pasado que está adelante.

Has mencionado que la literatura tiene una función ante el pasado. ¿Cómo asumes tú esa función?

Sí, es una función que puede cumplir la literatura, como el periodismo, como el civismo, la idea es que escribir, recordar, contar son actos morales, son actos de recuperación del tiempo y demostración de quiénes fuimos en los procesos más violentos para saber quiénes somos ahora.

Hay quienes critican estos esfuerzos de memoria porque alegan que lo que se busca es mostrar, sesgadamente, quiénes son los buenos y quiénes son los malos. ¿Qué piensas de eso?

Es una muy buena pregunta porque uno de los grandes problemas de la literatura de la violencia es caer en el maniqueísmo y decir que las guerras son entre buenos y malos, o que los revolucionarios eran los buenos y que la gente del gobierno siempre son los malos… Y no hay nada más lejos de la verdad. Cada uno de nosotros tiene en la realidad un aspecto bueno y un aspecto malo, y ni siquiera se puede decidir bien cuál es cuál. Lo más importante es problematizar el tema, porque la literatura no da respuestas, no elabora conclusiones, no te dice quiénes son buenos y malos, te dice que todos somos buenos y malos en diferentes dosis, y en diferentes épocas, y en diferentes lugares, y lo que me interesa más a mí es encontrar un rastro de bondad en las personas más crueles y un rastro de crueldad en las personas más buenas. Los seres humanos somos animales salvajes llenos de contrastes y contradicciones, y de paradojas, donde no hay una conclusión sobre la identidad de ninguno.

Teresita Chavarría

También hablas de esperanza. ¿Crees que es obligatoria en el arte?

No sé si es obligatoria, pero yo busco la esperanza, sí, pero la busco como una forma del heroísmo, ese heroísmo anónimo que se manifiesta en esos personajes que son capaces de resistir, que son capaces de tener dignidad aún en medio de las peores condiciones y sabiendo que nunca nadie va a reconocer esa lucha. Eso es algo que me interesa mucho, y no solo me interesa en tiempos de guerra, sino también en la vida de la gente en cualquier lugar de América Latina que se levanta a las cinco de la mañana para viajar dos o tres horas en un pésimo transporte público para ir a un trabajo mal pagado y aun así decide hacerlo con esfuerzo y con dignidad, y de alguna manera busca ser recompensada. Esa es una imagen que se repite en muchas ciudades latinoamericanas. Eso es algo que no va a recoger el periodismo, pero que la literatura sí lo puede recoger a través de la imaginación.

¿Crees que en esa función, la ficción tiene más posibilidades que el periodismo?

La imaginación tiene posibilidades diferentes porque puede llegar a aspectos muy escondidos de esos personajes anónimos. El periodismo se concentra en los personajes más o menos conocidos de una sociedad, aunque también puede llegar en algunos casos a los personajes anónimos, pero la literatura tiene una licencia para establecer unos datos y crear otros a través de la ficción.

¿Cuál sería, según tu punto de vista, la diferencia entre la mentira en el periodismo y la ficción literaria?

Te voy a comentar un episodio de Madame Bovary del que habla Orhan Pamuk: Emma está con su amante en su carroza que recorre toda la ciudad, ella ha ido para separarse de él pero él la introduce a la carroza y con las puertas cerradas va recorriendo toda la ciudad. Pamuk dice que el periodista cuenta que una carroza pasó a lo largo de la ciudad, pero al escritor le interesa lo que pasó dentro de la carroza, eso que el periodista ni nadie que no esté dentro de la carroza ha visto. Es decir, lo más privado, lo más esencial, lo más secreto es a lo que solo puede llegar un escritor, porque un periodista no podría porque tendría que inventarlo y ahí deja de ser periodista. El escritor puede inventarlo con una razonable verosimilitud porque le está permitido con un objetivo. Es decir, lo que pasa por fuera lo puede ver el periodista, pero lo que está dentro de la carroza de dos amantes solo lo puede contar un escritor.

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A pesar de esta licencia del escritor para hacer ficción razonable, tampoco un escritor logra abarcarlo todo, de hecho tú has hecho una trilogía porque con La hora azul no mostraste todo, con La pasajera tampoco. ¿Qué es lo que no pudiste agotar con dos novelas que te hizo traernos La viajera del viento?

A ver, tiene que ver con que son novelas que no ocurren realmente en las trincheras, ni en los campos de batalla de la guerra que quiero contar. Estas novelas tienen más que ver con las secuelas y consecuencias de esa guerra. Tiene que ver con los recuerdos y la memoria, eso es inagotable. Las bajas de una guerra no están solamente en lo que ocurre durante la guerra sino también en la tortura psicológica que viene después de la guerra. Yo supe de muchas mujeres que durante la guerra fueron violentadas y torturadas, se suicidaron porque no pudieron soportar los recuerdos, y esa es una de las cosas que más me interesaba explorar, porque lo peor no es lo que pasa sino el recuerdo de lo que pasa.

Estas historias han logrado impactar a los lectores a tal grado que han llegado al cine, la adaptación de La pasajera es Magallanes y La hora azul son películas con mucho éxito en los festivales de 2016…

La verdad, son tres mis novelas que han llegado al cine, porque hay una anterior, Grandes miradas (2005), sobre la época de Fujimori y de Montesinos, que también fue una película que dirigió Francisco Lombardi, que se llamó Mariposa negra (2006).

¿Por qué crees que estos libros le interesaron al cine? ¿Por el componente político o por tu propuesta de explorar la historia reciente?

Eso habría que preguntárselo a los directores que leyeron esas novelas. Pero sí te diré que un tipo de novela que me interesa mucho es esa en que la narrativa permita a los lectores ver al personaje. Me interesa mucho la narrativa visual, por eso me interesa Henry James, Hemingway, Jane Austen, porque en esas obras uno tiene la sensación de ver. ¿Qué ha hecho el escritor para que el lector pueda mirar a los personas tan claramente? Eso es algo que siempre me ha fascinado y trato de hacerlo en mis libros. Y tal vez sea por eso que mis novelas les interesan más a los directores que las historias que solo se miran dentro de la cabeza de un escritor.

Tus novelas abordan hechos políticos recientes, hechos de los que la gente puede encontrar rastros en su vida cotidiana, hechos ante los que tienes una postura política que se desarrolla en tu literatura. ¿Haces política fuera de la literatura?

Solamente hago política fuera de la literatura en casos en los que me parece que hay temas morales o cívicos de por medio. Por ejemplo, en las últimas elecciones en el Perú hice algo de campaña contra la hija de Fujimori porque me parecía una afrenta que fuera elegida presidenta. Y en esos casos me comprometo, hago comentarios y escribo artículos y doy entrevistas sobre esos temas.

Dices que hiciste campaña contra la hija de Fujimori, y al final perdió. ¿Estabas a favor de Pedro Pablo Kuczynski?

Hay un tema muy importante aquí con la elección de Pedro Pablo Kuczynski. Yo creo que uno de los grandes problemas de América Latina es la desconfianza que tiene la población a los líderes porque se percibe en los líderes políticos una retórica hueca en la cual las convenciones y los lugares comunes, las frases grandilocuentes son lo más importantes… Lo que ocurrió con Kuczynski es que él no viene de la política, viene de la tecnocracia, y ha instalado cierta informalidad en el estilo de comunicación: toca la flauta, se pone un pañuelo, baila, usa un lenguaje más directo y más sencillo, y así genera algo que se había perdido, una sensación de verdad en un político.

¿Qué esperas de un buen gobierno?

Yo espero tres cosas: ausencia de corrupción, eso es algo fundamental en la historia del Perú; espero sentido de la modernidad, ponernos al día con la infraestructura; y esencialmente espero el desarrollo de las artes y de la cultura, porque es una manera de afirmar la identidad de un país ante el mundo. Esas tres cosas las tiene muy claras el nuevo presidente, a quien no conozco, pero en quien confío especialmente como una renovación de los pactos sociales y pactos políticos que significan un liderazgo nuevo para nuestro país.

 

* Esta entrevista se realizó durante la cobertura especial que hizo Literofilia en alianza con Élmer L. Menjívar de la FIL Panamá 2016. Publicación simultánea.

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