Me cae bien Baldizón

Cuando voy por las calles y descuidadamente veo hacia un lado, allí está su rostro. Esos lentes de aro grueso, esa corbata roja, esa camisa blanca en un traje negro. Todo ello sin mencionar su sonrisa Colgate y una chispa de picardía en su mirada. Ya ven, tiene sentido hacer publicidad con tanta anticipación: me lo sé de memoria. ¿Y usted? Y es que no es sólo si veo hacia un lado, sino también si veo hacia arriba, o si voy a un lugar o ya voy de regreso a otro. No sé el camino que sigan el resto de citadinos, pero en mi trayecto él está omnipresente.

Me cae bien Baldizón porque es el rostro de Guatemala.

¿Cómo lo retrataría hoy alguien como Pepe Milla? Sería interesante leerlo. Como lo veo, Baldizón es alguien que tiene dinero, pero quiere más. Es alguien que tiene poder, pero quiere más. Es alguien que se propuso, al estilo del mejor libro motivacional, “realizar su sueño”, y está demostrando que “todo es posible”. Tiene dinero suficiente, un poco de inteligencia, mucha astucia para asesorarse bien, una buena dosis de ambición, otra de bastante paciencia salpicada con un extremado nivel de cinismo y cara dura, y se creó una imagen que aunque él sabe no es su verdadero rostro, de tanto repetírsela, ya está empezando a creérsela hasta él: el actor que se posesiona de su papel.

Dicen que es contradictorio, pero yo siento que no. Para mí él es totalmente coherente consigo mismo. Es decir, si tiene qué mentir, miente. Si tiene que afirmar una cosa y luego negarla, lo hace sin el menor remordimiento. Si tiene que realizar una acción y luego negar que la hizo en una ocasión y aceptarla en otra para luego volver a negarla, lo hace. Y siento que no hay contradicción en su manera de ser ni proyectarse porque en todas estas acciones, palabras, gestos, miradas, saludos, sonrisas, expresiones, etc., hay una sola verdad: él es el típico político chapín llevado, eso sí, a la máxima expresión de la era digitalizada.

Por ello veo que en el próximo gobierno vamos a tener un poco más –o mucho más—de lo que ya tenemos hoy. Eso sí, con menos seriedad e igual o peor desfachatez. Porque las cosas pueden empeorar, de eso no me cabe la menor duda.

Finalmente, cada pueblo tiene el gobierno –y al gobernante— que se merece. Sin duda, hemos hecho méritos de envergadura para merecernos los que tenemos, lo que nos espera en el futuro.

Por eso me cae bien Baldizón: es totalmente predecible.