La imagen corresponde al momento exacto en el cual la señora K me miró con lástima. Una tragedia digna de un microcuento que ahora recuerdo al ritmo de Top Yourself (2008), de los Raconteurs.
Desde su traje elegante dio un vistazo a los otros miembros de su delegación y, encogiéndose de hombros, en un perfecto acento madrileño, lamentó que «el problema es que la gente siga confundiendo paz con desarrollo» mientras la de...
La imagen corresponde al momento exacto en el cual la señora K me miró con lástima. Una tragedia digna de un microcuento que ahora recuerdo al ritmo de Top Yourself (2008), de los Raconteurs.
Desde su traje elegante dio un vistazo a los otros miembros de su delegación y, encogiéndose de hombros, en un perfecto acento madrileño, lamentó que «el problema es que la gente siga confundiendo paz con desarrollo» mientras la delegación asentía y me miraba de reojo —también con lástima mal disimulada—.
Mi exposición sobre el conflicto por un nacimiento de agua entre dos comunidades indígenas, que se había saldado con un par de asesinatos y un peritaje cultural pedido por la defensa, había causado ese desasosiego que tenía la forma del silencio incómodo de una funcionaria que había descendido de un helicóptero esa misma mañana. Su mirada implicaba también algo de arrogancia desde su escala profesional hacia mi no escala.
Al final, yo estaba en la frontera entre Guatemala y México y ella escribía documentos que explicaban el mundo y sus alrededores desde una oficina con vista en el 405 este de la 42 calle de Nueva York, en una dependencia entre cuyos méritos figuran sonoros éxitos como haber extraviado durante diez años la caja negra de un avión que pudo haber detenido un genocidio en África y el haber otorgado licencias para centros de entrenamiento para misiones de paz sin haber verificado que el sitio en el que se montaban no fuera, por ejemplo, una gigantesca escena del crimen.
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La agenda de la señora K incluía una visita a autoridades locales. Una oportunidad fantástica para evidenciar cómo se ve un choque cultural si se anota que sus pasos dudaron sobre el rumbo que se debía tomar al tener que sortear a los dos borrachos dormidos que obstaculizaban la puerta de la alcaldía.
Tuve una sensación de alivio al ver el helicóptero alejarse. Tal vez comparable al de la señora K, que prosiguió su viaje y prometió compartir su informe. Una promesa que sonó como Franz Ferdinand en Take Me Out (2004): «So, if you're lonely, / you know I’m here waiting for you».
Seguro que fue entonces cuando desarrollé mi impaciencia con el académico que decide explicarte lo que haces mal y condescendientemente te explica, además, que el problema es que tú estás en el terreno y que por eso tu capacidad de análisis es por lo menos pobre. Seguramente una sensación parecida invadió a los Talking Heads al componer Psycho Killer (1997): «I can’t seem to face up through the facts…».
Ya no recuerdo qué buscaba (aunque, la verdad, es una excusa para buscar una vieja grabación de Lead Belly en otro momento). Me puse a escribir esta columna y decidí terminar mi viaje por la historia de esa fotografía en la psicodelia de One with the Universe (2017), de los Samsara Blues Experiment.
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