So Alone, primera canción de Magical Dirt (2014), sigue siendo un enorme abrazo con la vigencia de la psicodelia que me impulsa a escribir estas líneas mientras el mar golpea las rocas de un acantilado cerca de El Zonte y las letras nostálgicas repiten:
Now here I go down an unknown road.
In rock’s new world gotta save my soul.
Now I don’t know how it goes on this road.
Did this place ever feel like home?
Nací y crecí a 2 850 metros de altura, con un paisaje habitual de volcanes cubiertos de nieve y gente cuya alegría se dibujaba como melancolía. Tal vez por eso mi fascinación con el mar, cuya fuerza incesante contrastaba con los Andes, casi siempre impasibles y poderosos.
Sin embargo, el sonido de las olas siempre llamará a mi mente unos versos de Soda Stereo: «Mar de fondo. / No caeré en la trampa», asociación de ideas que seguramente se construyó durante alguno de esos interminables viajes entre la sierra y la costa del Ecuador. O en ese primer encuentro con el Caribe más bien descorazonador en Puerto Colombia, cerca de Barranquilla.
Nada más alejado del ritmo de la psicodelia que un pueblo transformado por un modelo de negocios construido alrededor del surf, que seguramente se moverá a otros ritmos, más candentes. Sin embargo, el viaje, las horas de carretera, el sentarse a mirar la luna nueva desde un acantilado y el primer café de la mañana son esa oportunidad de escuchar esa música con cuya esencia todavía no he podido encontrarme.
Nada puede impedir que acepte navegar entre las canciones del último lanzamiento de Wolf Alice, tan versátil como es, capaz de incluir el frenesí de Yuk Foo y la nostalgia de un corazón roto en Don’t Delete the Kisses en un mismo álbum, palabras más o menos lo que la crónica de Rolling Stone dice sobre Ellie Rowsell, la guitarrista y voz de este grupo londinense: «Brilla seductoramente, pero te desangrará si te metes con ella».
Todo un personaje, al igual que Courtney Barnett, que en su ultimo disco con Kurt Vile, Lotta Sea Lice, me contagia de una extraña calma en Over Everything y Continental Breakfast, canciones que me hacen adorar ese acento australiano, tan cercano a mi historia personal, y que siempre asocio con 16 horas de avión sobre el Pacífico y un jet lag capaz de exorcizar malos espíritus y resfriados crónicos.
Barnett es, en palabras de Rolling Stone, «una imagen ninja de Dylan que puede convertir cosas cotidianas como hacer fideos en ricas meditaciones personales». Yo ofrezco Pedestrian as Best y Elevator Operator (ojo con este video, que realmente vale la pena), canciones del aclamado Sometimes I Sit and Think, and Sometimes I Just Sit (2015), como una prueba irrefutable de eso. Aunque debo admitir que la crítica del asiento de atrás no se sintió para nada impresionada con mi elección.
Al igual que con Lola Pistola, el legado de Terror amor (la prueba de que en Puerto Rico no solo se hace reguetón) en su debut solista no me decepciona. Pero Tú pensabas y St. Carroll Street parecen ser la elección adecuada para provocar un conflicto familiar en vacaciones.
Y mientras el día se va agotando, lamento decir que no consigo sacarle nada novedoso al virtuosismo de Colors, el último disco de Beck, así que los Radio Moscow vuelven a la carga con New Beginning y Pacing, sus lanzamientos de este año. El paisaje se va transformando en las cercanías de la ciudad de Guatemala. Las risas de mis hijas, imitando y recordando a Courtney Barnett en Pedestrian at Best, compensan las casi siete horas conduciendo por carreteras mitad destrozadas, mitad a punto de ser intervenidas. Ya habrá otro día para hablar de eso.
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