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Manual para poner a las izquierdas de acuerdo

¿Y quiénes serían ahora los revolucionarios? De entrada todo aquel que aun ni sabiéndolo busca un cambio sustantivo para la injusticia social y la plenitud del pluralismo social en este país
En Guatemala urgen cambios. Y no basta con que la transformación empiece en nosotros mismos. Creo en ese tipo de cambios. En el yerro y la enmienda. Pero sobre todo hace falta cambiar la política y buscar la toma del poder político de quienes la tienen sumida en ese pacto de impunidad, corrupción y latrocinio.
Nora Pérez
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Manual para poner a las izquierdas de acuerdo

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En este ensayo Álvaro Velásquez, miembro de la Convergencia Revolucionaria Guatemalteca, resume los que a su juicio son los principales retos de la izquierda en 2014, después de años de transformación y escisiones. Para ello, también, debate con el sociólogo Manolo E. Vela Castañeda, que recientemente publicó Vamos a construir algo nuevo y Somos una minoría aislada, derrotada y sin instrumentos, cuya tesis recae en la necesidad de pensar una nueva izquierda tras la derrota de la izquierda revolucionaria.

En su reciente diagnóstico sobre la izquierda política guatemalteca, Manolo Vela recuerda que cómo la primera vez que la izquierda participó en elecciones, en 1995, obtuvo el 10% de los votos, cuatro años después alcanzó su hito con el 12%, e inmediatamente más tarde comenzó a desplomarse hasta el 3% de 2011. Después, concluye que en todo este tiempo la izquierda no fue capaz de hacerse alternativa de poder, que “elección tras elección no hubo aprendizajes, ni acumulación de fuerzas, ni nuevos liderazgos, ni ampliación del trabajo organizativo. Todas han sido derrotas –cinco. Lo peor es que estos fracasos ya ni siquiera eran asumidos como tales; porque para esta izquierda el objetivo de echar a la derecha del poder se fue desvaneciendo.”

Vela adereza este certero diagnóstico destacando supuestas actitudes banales frente a los reveses y describe una “izquierda acomodada” y “grandilocuente”, despegada en la las batallas ideológicas, y enredada en teorías de la conspiración. Una izquierda fracasada. El sociólogo dice que habla desde una posición de izquierda, de la que se siente parte, y allí está su valor. Uno espera las críticas más serias de quienes son sus amigos y aliados, pero desea asimismo que se impliquen en las soluciones. De lo contrario, caemos en la figura del tótem al que hay que venerar y obedecer sin respingar. Y esa sensación me deja Vela cuando escribe: “Cuando esto ocurra a algunos nos volverá el entusiasmo de trabajar y de participar en la política de partidos”. En cualquier caso, ya hay miles de personas y comunidades luchando contra este sistema excluyente, oligárquico y neoliberal. Y por ejemplo, y con todo lo que el grupo Semilla implica (un club de intelectuales de izquierda), su sola organización y presencia mediática ya dice algo positivo sobre construir organizaciones y redes para converger pronto. Ni qué decir lo que representa el Consejo de Pueblos de Occidente (CPO) con toda su potencialidad movilizadora de los pueblos mayas. O incluso la misma Convergencia por la Revolución Democrática (CRD) con su apuesta por recuperar los viejos principios sobre nuevas bases. Yo, a diferencia de Vela, no creo que “algo nuevo” se pueda construir en la izquierda sobre la base de lo que no existe ni sobre la renuncia de la herencia revolucionaria. Pero cuando se habla de izquierda en Guatemala, el espectro es tan amplio que cabe distinguir campos como el de la izquierda política, la social, la intelectual y la cultural (i.e. movimientos por la diversidad y la identidad de colectivos específicos).

Entre ellas, me parece, ha sido la izquierda revolucionaria la que mejor ha sintetizado la voluntad de cambiar el sistema oligárquico. Sus posiciones internas oscilan del socialismo tradicional, centralista, a la socialdemocracia electoral, pero siempre con un ojo puesto en la injusticia social, la falta de pluralismo político y la defensa de la soberanía económica.

Se lo oí decir a Carlos Figueroa Ibarra: “Algunos hicieron la revolución para alcanzar la democracia y otros para alcanzar el socialismo”.

Pero no se alcanzó ni la una ni el otro. Esta democracia de élites, privatizada, nada tiene que ver con la democracia pluralista y de los pueblos que necesitamos. Y la economía oligopólica que tenemos nada tiene que ver con el desarrollo social que la riqueza generada obligaría.

La derecha pirata y la izquierda partida

¿Por qué es importante hablar de reorganizar la izquierda revolucionaria y convertirla en una opción de poder? Primero, porque cualquier liberal verdadero sabe que sin izquierda las democracias formales serian solo fachadas. Pero segundo y más importante, porque en Guatemala todo el sistema está haciendo crisis y se mantiene la dominación solo gracias a un pacto entre los principales factores de poder real: la casta oligárquica y los capitales emergentes (los crecidos a la sombra de la piñatización del Estado y los crecidos a la sombra del crimen organizado).

La fuerza de los primeros descansa en un sistema de mercado protegido –mercantilismo–, que se traduce en oligopolios y pactos de precios (trust) en áreas como cemento, combustibles, agroindustria, licores, etcétera. Con leyes ad-hoc, y una clase política dócil, controlan buena parte de la riqueza nacional derivada del suelo, el subsuelo, y la privatización de los servicios públicos. Por su parte, el capital emergente ha sabido aprovechar los resortes del poder y aprovechar las mismas reglas del juego sin cambios más que en la forma en que se reparten los negocios y el presupuesto público. Entre ambos, un circuito financiero legaliza toda clase de negocios, especialmente del narcotráfico, contrabando y crimines de pequeña escala del ámbito de la corrupción pública. 

El pacto de dominación para que sea estable tiene que basarse en otorgar cuotas de impunidad y tajadas del presupuesto público, como sucedió con el visto bueno al presupuesto del 2015. Es un pacto perfectamente funcional para los implicados, especialmente con una Corte de Constitucionalidad de gobierna como árbitro de las pugnas y tensiones intrafraccionarias.

A esta inviabilidad del modelo oligárquico y plutocrático, que carcome la democracia y la economía social, y a la descomposición del Estado, se suma en este momento un tercer elemento crucial: la coyuntura electoral, dominada por el esquema privado que promete más de lo mismo o sea nada. El próximo gobierno, sea cual sea el ganador de los tres nombres que encabezan las encuestas, traerá continuidad al modelo. Phillip Chicola ha dicho demasiadas veces que la izquierda guatemalteca tampoco aspira a cambiar el sistema sino a reclamar su parte del pastel. ¿Es cierto? No lo creo en el caso de la izquierda revolucionaria. La pregunta es cuán frágiles son el sistema y los pactos.

Pero ¿entonces por qué no crecemos?

Lo que hoy vemos es el resultado de discusiones no saldadas sobre estrategia, programa y táctica presentes desde 1944 y que difícilmente algún día lleguen a disiparse del todo. Podría, no obstante, llegarse a acuerdos mínimos, debido a la utopía que une a las izquierdas en el escabroso camino de la lucha política, así como en lo simbólico e ideológico: una Guatemala más equitativa y desarrollada.

Con ello en mente se puede pasar revista a aspectos más específicos como los señalados por investigadores serios, como Ricardo Sáenz de Tejada en Revolucionarios en Tiempos de Paz, que pone el acento en la debilidad con la que llegó la guerrilla guatemalteca a las negociaciones de Paz, en comparación con la salvadoreña, por ejemplo, y en cómo esa debilidad permitió evadir después los Acuerdos de Paz; o como Edelberto Torres Rivas en Revoluciones sin cambios revolucionarios, en donde hace hincapié en el contexto internacional y dice: “La revolución en Centroamérica era necesaria con la misma fuerza por la cual era inviable. Así, fuimos doblemente derrotados.”

Las causas son varias. Lo que parece obvio también es la falta de unidad, pero la unidad no se puede decretar, ni tampoco consiste en visibilizar un conjunto de siglas. Toda unidad debe ser de propósito, o no hay proyecto.

¿Por qué decayó la izquierda revolucionaria?

Como un testigo medianamente inscrito en el proceso, podría explicarlo con que en el tránsito de la guerra a la paz sobrevivieron los mismos métodos y estilos de trabajo, o bien hablando de cómo las rivalidades dentro de las formaciones de izquierda que hicieron la guerra las fragmentaron, o incluso centrándome en el hecho de que a edades avanzadas muchos dirigentes que dejaron la mejor parte de su vida en la lucha, miraron hacia atrás, no vieron beneficios tangibles en sus vidas personales, y eso los llevó a traicionar sus convicciones y pasarse a las formaciones de derecha. Podría añadir que la derecha ha sido especialmente hábil en cooptar individuos y organizaciones (es cierto que de algo hay que vivir, pero no es cierto que eso implice abandonar las causas hasta el punto en que sucedió).

Pero más allá de lo anterior, como observador y protagonista, puedo señalar otro elemento: tuvo una repercusión incalculable el apoyo que la ex Comandancia General dio al Gobierno de Alvaro Arzú en aras de los Acuerdos de Paz mientras este ejecutaba el más agresivo plan neoliberal y desmantelaba lo público, y su pasividad para lograr que el SI triunfara en la Consulta Popular de mayo de reformas constitucionales de 1999.

Es mi convicción que despedazó la credibilidad de la izquierda política frente a la izquierda social, que ya comenzaba a desarrollar su propia vida orgánica con el creciente protagonismo de las organizaciones de los pueblos indígenas, y su revisión de sus vínculos con las izquierdas.

¿Qué hacer?

En sus críticas, Vela llama a “construir algo nuevo” desde abajo, y que se conecte con la gente y sus luchas. Abandonar la actitud arrogante, escribe, ya que somos una minoría: “Nos creemos leones, y creemos que nos ven como leones (así, de importantes); pero en realidad –para nuestros adversarios– somos un ratoncito y la gente nos mira menos que eso”. Y sentencia: "Las verdaderas batallas están con la gente real, la que piensa distinto, ese millón de personas que le ha votado a Portillo, a Colom, y a Baldizón. Esa es la disputa estratégica, que es ideológica y organizativa, esencialmente”.

En efecto, la cuestión es cómo reconectar a la izquierda con la gente y cómo convertir la energía social en la toma del poder para desde allí transformar Guatemala. Lo dice Vela: hay un electorado que no está votando a la derecha (dura); un 37% de la población empadronada.

Es decir, está el electorado, está la crisis del sistema, pero no hemos inclinado de nuestro lado la balanza de la batalla ideológica. Esta batalla se da sobre la base del control de medios de comunicación y la comunicación masiva con la gente. Los grandes medios invisibilizan deliberadamente a la izquierda, aunque para tener apariencia de pluralidad, algunos tengamos espacios de opinión. Otros aparatos de control ideológico como las megaiglesias o universidades privadas que enseñan doctrinan individualista y darwinismo social también contribuyen a que la batalla cultural la tenga por el momento ganada la derecha. Si a ello sumamos que el esquema privado de modelo electoral es de los más caros de América Latina, el escenario está servido para un control sin ruidos de parte de los que parten y reparten el pastel de la riqueza social y del poder.

Nadie dijo que fuera sencillo, pero hay experiencias y deben ser tomadas en cuenta. Lenin escribió, por ejemplo, que para lograr la revolución se necesita de revolucionarios, de cuadros que desde la minoría alcanzaran la mayoría, con disciplina, combatividad, solidaridad de clase; organización y argumentos. Eso sigue vigente.

Entonces diríase que lo que la revolución guatemalteca necesita es rearticular al movimiento revolucionario y recomponer los métodos, las alianzas y los objetivos. El planteamiento implica de paso dejarse de avergonzar por ser de izquierda y de afirmar la identidad mediante la lucha de lograr la revolución. ¿Y quiénes serían ahora los revolucionarios? De entrada todo aquel que aun ni sabiéndolo busca un cambio sustantivo para la injusticia social y la plenitud del pluralismo social en este país. Esto exige organizarse.

Se dice fácil. Pero aunque hay una masa de miles personas y comunidades luchando contra el sistema de poderes nefastos de este país, la organización es escasa, la conciencia social está poco desarrollada para buscar cambios radicales y los partidos de izquierda apenas tienen estructura.

Y ¿entonces? Lo urgente y necesario es rearticular el movimiento revolucionario. Una especial responsabilidad recae en los viejos revolucionarios que militan todavía y aspiran a salir de la marginalidad política.

El esquema electoral no ayuda a construir partidos de amplia base participativa. El sistema alimenta que solo se cumpla con lo mínimo de la legalidad. Así, no es posible desarrollar desde el partido la estrategia, pero se necesita. Porque el partido es la cara visible de lo que desde las calles, las urnas y las organizaciones de base supone la revolución. Las luchas de los movimientos de las personas con discapacidad, con identidades sexuales diferentes, o del feminismo o del cristianismo comunitario, etcétera, se desarrolla desde sus propias lógicas, pero sus liderazgos deben unirse a frentes políticos de convergencia de intereses.

La estrategia es la convergencia nacional.

Convergencia no de siglas, sino de programa.

La revolución política, económica y social para la democracia plena en Guatemala.

El origen y la diversidad

El legado histórico que los revolucionarios guatemaltecos recogemos es este:

  1. La lucha por la descolonización de los pueblos indígenas.

  2. El modelo económico-social de la década del 44-54.

  3. La resistencia al fascismo y el terrorismo de Estado mediante la lucha armada y todo lo que ello implicó en la lucha por la libertad, los derechos humanos, la justicia social e incluso, el socialismo.

¿Cuáles han sido las organizaciones que abanderaron estas causas? Como ya se sabe, el primer partido considerado de izquierda en Guatemala –en sentido socialista del término– fue el Partido Comunista de Guatemala (PCG), surgido en 1920 en directa conexión con la lucha popular por el derrocamiento de la dictadura civil-liberal de 22 años de Manuel Estrada Cabrera en marzo de 1920. Fue un partido efímero, como resultado de errores como pretender impulsar soviets en Guatemala, métodos artesanales, y de la debilidad del movimiento obrero, así como de la cruda represión devenida en los gobiernos siguientes. En 1944, cuando se inaugura otra época claramente democrática, el PCG queda como un mero testimonio histórico dentro de los antecedentes de la izquierda partidaria en el país.

Con la Revolución de Octubre se inflama toda una actividad proselitista entre estudiantes, profesionales, capas medias en general para formar toda clase de partidos tanto de derecha como de izquierda en todas sus variantes ideológicas. La etapa de 1944 a 1954, “la primavera democrática”, es muy prolífica en partidos y trae un duradero y profundo conjunto de transformaciones. Aparece el arevalista Frente Popular Libertador (FPL), matriz de los posteriores partidos de izquierda. De las divisiones internas entre el FPL, que siguió siendo arevalista, y el Partido Acción Revolucionaria Auténtico (PAR), que seguiría una línea arbencista, se formó el Partido Revolucionario Guatemalteco (PRG). Con ello la Revolución se radicaliza y surgen otros partidos de izquierda, como el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), germen de lo que, tras la contrarrevolución de 1954, sería la división entre moderados institucionalistas y revolucionarios antisistema dentro de la izquierda.

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Luego vino el conflicto armado.

Son pocos en la izquierda los que reniegan de la lucha armada que se desarrolló entre 1960 y 1996, impulsada por marxistas, leninistas, trotskistas, socialdemócratas, demócratas e indígenas provenientes de casi todas las clases sociales. Simplemente no hubo alternativa. La contrarrevolución de 1954 había destruido la soberanía popular y la democracia, con un saldo de resentimiento social por el despojo agrario, represión de las ideas, aborto de los proyectos socioeconómicos indispensables para el desarrollo del capitalismo social, y la corrupción descarada en las esferas gubernamentales. Del lado internacional, la revolución cubana había inaugurado una época que hizo creer a los latinoamericanos que bastaba con una buena dosis de voluntad y con un puñado de militantes para hacer la revolución y tumbar al sistema. Todo eso en un contexto de Guerra Fría imperialista entre dos países, la Unión Soviética y los Estados Unidos de América, que en su momento consideraron a nuestro país una pieza más del intrincado juego que jugaban. Tres causas para una historia que duró 36 años y que nuestra sociedad padeció con altísimo costo humano, físico y económico de incalculables y duraderas consecuencias.

¿Pero cómo desempeñó su papel la izquierda armada y la izquierda no armada en dicho lapso? Con mucho heroísmo, sacrificio cristiano y mucha dignidad rebelde.

La izquierda revolucionaria armada creyó y se esforzó por que la victoria fuera una realidad, y por que todo el pueblo terminara volcándose a fortalecer la pequeña fuerza militar guerrillera para quebrar la capacidad de fuego del Ejército. La tentativa no era equivocada pero la euforia revolucionaria por lo que ocurría en el resto de Centroamérica hacía sobrevalorar las fuerzas propias frente al enemigo. Por eso la insurrección en Guatemala nunca ocurrió.

Por su parte, la izquierda democrática, entre las que se encontraban expresiones socialdemócratas como el Frente Unido de la Revolución Democrática (FURD), el Partido Acción Revolucionaria Auténtico (PAR) y el partido Democracia Cristiana Guatemalteca (DCG), acompañados por sectores de la izquierda armada, integraron en 1978 el Frente Nacional de Oposición (FNO). Confiaban en que el viciado régimen electoral del sistema podía ser una ventana de oportunidad para cambiar la correlación de fuerzas desde el Gobierno y desarticular desde allí la estrategia contrainsurgente para democratizar el país. Pero los continuos fraudes electorales, los golpes de Estado y la represión a los partidos democráticos, no dejaron lugar a dudas de que lo electoral no iba ser campo de batalla serio para los generales de la guerra y el Alto Mando del Ejército.

Y aunque más adelante hubo algunos espacios de interlocución e incluso de acción entre la izquierda democrática y la izquierda armada, como el Frente Democrático contra la Represión, entre otros, puede afirmarse que ambas corrientes de izquierda actuaron por separado al menos hasta 1982, ávidas de que no se les vinculara entre sí para gozar de una estrategia sin fisuras. Ni los que abogaban por la revolución violenta estaban dispuestos a jugárselas en el ruedo electoral fraudulento ni los que estaban por el pacifismo dentro del sistema estaban dispuestos a que se les juzgara como sediciosos.

Los que tuvieron la suerte de salir al exilio tampoco llegaron a conjuntar su trabajo. Las estructuras de guerra obligaban a compartimentar información y los cuadros dirigentes, de modo que las pocas organizaciones que se crearon en el exilio, como el Comité Guatemalteco de Unidad Patriótica (CGUP) o la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca (RUOG), estuvieron marcadas con la lógica de la guerra, y quienes provenían de las filas democráticas terminaban alejándose de ellas.

¿Por qué insistir en este cuasi divorcio de la izquierda en medio de la guerra hasta 1982? Porque la lucha por la democracia en nuestro país se desarrolló en dos planos, el legal y el ilegal. Las organizaciones revolucionarias armadas de aspiración marxista actuaron como tales sin que ello significara que todos sus dirigentes y militantes se reconocieran marxistas-leninistas; y en los partidos democráticos también participaron muchos revolucionarios marxistas, pero rechazaban el uso de las armas para los objetivos de la democracia. Medios y fines fueron entonces heterogéneos, las filas también lo eran.

Tal discrepancia acerca del tipo de la democracia que se quería perduró al inaugurarse la nueva etapa democrática en 1986. La izquierda armada, aglutinada en la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), decidió ponerle un signo de interrogación a dicha apertura, argumentando que no era sino más de lo mismo en materia electoral y que el objetivo de tal apertura era vaciar de contenido a la revolución.

La izquierda democrática decidió darle el beneficio de la duda y mientras la DCG tomó las riendas del Gobierno, el PSD se reincorporó al sistema de partidos legalizados, los exiliados de muchos bandos regresaron y se organizaron, y otro importante sector de víctimas de la represión radicados en Guatemala, empezaron a usar los débiles espacios de libertad para exigir justicia y promover los derechos humanos. Es el caso, por ejemplo, del Grupo de Apoyo Mutuo (GAM). Con todo, la represión continuó existiendo aunque más selectivamente.

Las diferencias sobre la “apertura democrática” crearon en la práctica otro divorcio entre las izquierdas legal-institucionalista y la ilegal-armada. ¿Importaba quien tuviera la razón? Los hechos demostraron que ambas estrategias habían fracasado parcialmente. Ni la lucha armada se desarrolló como se había esperado (tomar el poder y destruir el Estado oligárquico-militar) ni la toma del Gobierno por parte de un partido democrático logró desmontar la contrainsurgencia y transitar hacia la democracia plena. El Estado oligárquico seguía y sigue intacto.

Quizá por esa razón no hubo sector social o político alguno de corte democrático o de izquierda que rechazara de plano los Acuerdos de Paz, dado que éstos compaginaban estabilidad y reforma en una sola propuesta, que, además, legitimaba el orden democrático imperante.

Cambios en las izquierdas desde 1994

No fue sino hasta 1995, un año antes de la firma de la paz y en un ambiente de mayor flexibilidad democrática, cuando se integró un partido de base social y revolucionaria: el Frente Democrático Nueva Guatemala (FDNG). El FDNG fue un ensayo político revolucionario nacido de la voluntad de URNG –todavía clandestina– de contar con un instrumento legal de participación en las elecciones de 1995. Después de negociar con varios partidos sólo uno se mostró dispuesto a subordinar su ficha a la estrategia izquierdista: el viejo Partido Revolucionario (PR), ya entonces desacreditado.

En esa estrategia, URNG contó con el apoyo de aliados del movimiento social de izquierda que estaba en la sociedad civil, en la cual había dos clases de grupos o corrientes: los que recibían orientación por parte de las estructuras clandestinas de URNG (movimiento sindical, estudiantil, mayas, ONGs y una parte de la comunidad de derechos humanos) y un grupo de intelectuales y luchadores sociales en su mayoría disidentes de las ex organizaciones revolucionarias que gravitaban en el Grupo de Acción Popular (GAP), y algunas ONG´s. ¿Por qué se hizo así? Factores de plazos electorales forzaron a esta amalgama. El gran ausente de la alianza fue la corriente socialdemócrata revolucionaria, que más bien estaba entonces dispersa y sin orientación.

La lógica de crear un instrumento legal para canalizar la orientación clandestina obedecía a una estrategia ensayada por algunos partidos comunistas en América Latina, pero fue la experiencia chilena la que más influyó en la Comandancia General de URNG.

En la dictadura pinochetista el Partido Socialista Chileno “creó” al Partido Por la Democracia (PPD) como un artificio de participación política legal. Pero a diferencia de lo que hizo el Partido Socialista Chileno, que se cuidó bien de desarticular al PPD luego de efectuada la transición democrática (asumiendo con realismo que el PPD había “cobrado vida propia”) y lo hizo parte de lo que luego en 1990 fue la Concertación, la URNG no entendió que el FDNG para 1999 también había “cobrado vida propia” y que había que negociar con su dirigencia. Al contrario, URNG lo destarticuló política, que no legalmente, y marginó al pequeño sector disidente de FDNG que no se subordinó a la estratega uerrenegista. El “militarismo vanguardista” que todavía privaba en su seno fue la causa de dicha actitud.

Para las elecciones de 1999, y tras la firma de la paz, URNG había creado su propio partido por el sencillo método de afiliar a su membresía activa, si bien con un costo económico inusual para las finanzas guerrilleras1.

Pero a medida que las diferencias dentro de la izquierda, tanto por cuestiones de lectura política como por falta de aggiornamiento y renovación dirigencial de las organizaciones ex guerrilleras, la URNG se dividió durante la Asamblea General del mismo año, lo que motivó un evidente descenso de las izquierdas participantes en las elecciones del 2003.

Resultados de la izquierda pre y postpaz.

Elecciones 1995

 

Elecciones 1999

Elecciones 2003

2011

FDNG

7.7%

27 mil votos

ANN (coalición)

12.36%

270,891 votos

URNG

2.58%

69,301 votos

Frente Amplio

3.22%

FDNG

1.28%

ANN (partido)

4,85%



 

Fuente: datos en base a informes del Tribunal Supremo Electoral (TSE).

Estos reveses electorales hay que reconocerlos. Y hay que saber que para remontar, la izquierda tiene que recuperar sus vínculos con la sociedad, especialmente con las clases medias, trabajadores y campesinos y con los pueblos indígenas.

Y a todo eso, ¿qué hay de nuevo?

Con el gobierno de Otto Pérez Molina actuando de consuno con el G-8, ha quedado más claro para quién sirve el modelo económico neoliberal. Las comunidades y los grupos gremiales se están reorganizando. El número de conflictos que afectan la gobernabilidad se han incrementado y la conciencia por la participación política ha aumentado, pero muchos se preguntan todavía: “y ¿con quién?”.

Algunos quizá piensen que la clase política tradicional, la UNE y la candidatura de doña Sandra Torres, sea lo menos malo. A mi juicio, apenas suponen un cambio de estilo en la forma del reparto de los negocios. Otros apuestan a resucitar lo que fue el Frente Amplio (la coalición electoral de partidos de izquierda en el 2011), aunque, visto el comportamiento del bloque parlamentario “de izquierda” votando con la derecha en todos los proyectos antipopulares, el desánimo se vuelve mayúsculo.

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Pero también ha aparecido con fuerza la alternativa de la Convergencia por la Revolución Democrática (CRD), a la que pertenezco, y que en alianza con el Consejo de los Pueblos de Occidente (CPO) aglutina el mayor y mejor esfuerzo por lograr un cambio en las próximas elecciones.

Es revolucionaria no solo porque así se califique, sino por las consignas que enarbola: “¡Qué se vayan todos!”, “¡Refundación del Estado!”, “¡Erradicar la corrupción y la pobreza!", “¡Recuperar la economía para la nación y para la sociedad!” y “¡Democracia pluralista!” son algunos de los planteamientos que surgen de sus documentos iniciales y de las declaraciones de algunos de sus dirigentes.

Otra expresión interesante es el surgimiento del grupo Semilla, que emitió un documento que nada tiene que agregarle o quitarle a lo que ya otros grupos han venido diciendo desde los sectores democráticos y de pueblos mayas. O sea, hay convergencia de propósitos en todos los sectores democráticos, revolucionarios y progresistas. Lo que falta es la apuesta por una plataforma electoral común.

Y allí hay un primer problema: no alcanza para todos. Todos quieren los primeros lugares. No hay costumbre en nuestro país de hacer primarias y sobre todo no hay dinero. El otro es que “no hay liderazgos”, que los hay por montones, y todos valiosos, tanto los que vienen de la época de la guerra como los que se han levantado en la época de la paz. El asunto es lograr hallar una binomio presidencial atractivo, con credibilidad y con consenso. Estos dos obstáculos, no menores, son los que están pendientes, y mientras, pasa el tiempo y los partidos de derecha aumentan la ventaja que ya tenían.

Aun así, los pueblos mayas han venido levantado con fuerza la demanda por una Asamblea Plurinacional Constituyente, principalmente por medio del Consejo de los Pueblos de Occidente (CPO). Aquí mismo en la ciudad el colectivo Plataforma Ciudadana (PC) miembro de la Convergencia por la Revolución Democrática (CRD) ha venido haciendo su propia lucha en esa dirección con una propuesta para convocar una Asamblea Nacional Constituyente en las siguientes condiciones:

Hacerlo junto con las elecciones generales del próximo año, por un periodo de no más de seis meses, integrada por no más de cien constituyentes entre expertos y cuadros políticos formados, propuestos por todas las fuerzas políticas y sociales. Requisito legal: que los constituyentes lo sean ad-honorem. La temática sería la reforma política, económica y social necesaria para transformar el Estado.

¿Qué clase de reformas? En lo fundamental estas deberían empezar por el Reconocimiento plurinacional de la sociedad guatemalteca. Que junto a la igualdad individual ante la ley exista la igualdad social ante la ley, conforme la pluralidad cultural, social y territorial de nuestro país. Reconocimiento del pluralismo jurídico.

El segundo tema debe ser el reconocimiento de la pluralidad del régimen de propiedad de la tierra. Individual, comunal, cooperativa y nacional. Sobre el principio de la función social de la gran propiedad.

El tercer tema consiste en introducir reformas políticas para dinamizar la democracia: elecciones legislativas de medio periodo, ampliar el periodo presidencial, fortalecer el financiamiento público para el régimen de partidos, lograr la equidad en el uso de los medios de comunicación en periodos de campaña (recuperar la soberanía estatal de frecuencias) y un Consejo de Estado plurinacional.

El cuarto tema tiene que ver con eliminar los candados constitucionales que impiden realizar reformas fiscales coherentes con un plan de desarrollo nacional. Descentralización Fiscal junto con un Plan de desarrollo con metas nacionales y regionales quincenales en las áreas de salud, educación, ciencia y tecnología, entre otras.

Eliminar la prohibición de que el Banco de Guatemala pueda prestar al sector público a bajas tasas de interés. Ley constitucional para hacer efectiva la prohibición de monopolios privados.

Crear otras universidades públicas. Reformas administrativas como el nombramiento de ministros civiles en el área de defensa. Eliminar las comisiones de postulación favoreciendo las carreras judiciales y de control.

Obligatoriedad de la paridad de género en todos los órganos de dirección del Estado.

Recuperación de la soberanía económica en todos los recursos estratégicos y bienes públicos, con independencia de la participación privada nacional o extranjera en ciertos rubros, nunca superiores al 50%.

Todo lo anterior significa que el principal desafío para la izquierda en general, la democrática, la revolucionaria, la progresista, la política, la social, la intelectual, la cultural, va a ser canalizar su esfuerzo en rescatar las instituciones democráticas, principalmente al Congreso de la República, donde la meta debe ser contar con al menos el 50% de las curules.

Disputar también el poder local, las alcaldías, y evitar que el sistema los compre para desde allí lanzar un conjunto de políticas públicas municipales revolucionarias (fiscales, agrarias, medioambientales, urbanísticas y de vivienda, por ejemplo).

Y sobre todo, ofrecer lo que este sistema económico excluyente no puede: vivienda para los trabajadores y para las clases medias. Tierras, créditos para la pequeña y mediana empresa, salud y educación públicas gratuitas, de amplia cobertura y de calidad. Reformas económicas soberanas, reformas fiscales integrales.

Lo urgente

En Guatemala urgen cambios. Y no basta con que la transformación empiece en nosotros mismos. Creo en ese tipo de cambios. En el yerro y la enmienda. Pero sobre todo hace falta cambiar la política y buscar la toma del poder político de quienes la tienen sumida en ese pacto de impunidad, corrupción y latrocinio.

Y si la gente no logra canalizar los votos hacia las fuerzas de la izquierda revolucionaria en las elecciones del 2015, la crisis solo irá aumentando y generalizándose con consecuencias insospechadas.

Está claro que en Guatemala hay esfuerzos por rearticular al movimiento revolucionario en todos sus sentidos y planos. Viejos luchadores como el comandante Gary, formador de combatientes en las FAR, siguen allí con humildad trabajando en su partido. O compañeros como “Bayardo”, ex miembro del estado mayor del EGP, siguen allí trabajando con los marginados y con comunidades indígenas, o mujeres militando por sus derechos específicos y colectivos como las de La Cuerda. También hay decenas de jóvenes doctorándose en el extranjero para hacer ciencias sociales y duras en pos del cambio. Pero la revolución no se hace solo con los chavitos, sin los viejos. Va a ser de las generaciones todas, especialmente de la que ronda los 40. A esa le toca la responsabilidad de heredar experiencias, mística y compromiso.

Una nube de testigos nos observa, las mujeres y hombres caídos desde los movimientos sociales y desde el movimiento armado y demás formas de resistencia política.

Como Meme Colom y los cientos de democratacristianos y socialdemócratas sin quienes la resistencia a este régimen no serían posible.

No en balde este proyecto de la CONVERGENCIA (CPO-CRD) ya está comenzando a recibir diversos  ataques, especialmente del izquierdismo disperso, pero también y de manera indirecta por la extrema derecha. Hay que hacer la revolución democrática y pacífica ya. 

[Ver la bibliografía]

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1 Rondó el Q1 millón de quetzales, en un momento en que el acompañamiento internacional si bien no estaba dispuesta a financiar partidos, sí estaba dispuesto a financiar la desmovilización y cumplimiento de los Acuerdos de Paz, lo que permitió profesionalizar a un pequeño grupo de cuadros para construir legalmente el partido y prepararlo para su eventual participación electoral.

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