Emilio o de la educación (1762) es la obra del ginebrino Juan Jacobo Rousseau que marcó el inicio, según palabras de la española Rosa Cobo, del patriarcado moderno. La obra gira en torno a la educación de dos jóvenes, Emilio y Sofía, y en ella se plantea, entre otras cosas, cómo el público es el ámbito de desarrollo de los hombres y el privado (es decir, el hogar) el de las mujeres, en tanto, debido a la función biológica de cada uno, es el lugar donde les corresponde estar. La publicación fue hace 260 años, pero en la mentalidad de muchas personas, pareciera que fue ayer.
Este es el caso, por ejemplo, de lo que acontece cada 10 de mayo, Día de la Madre, cuando se celebra a las mamás en nuestro país. Por ello, los comercios invaden los medios con ofertas de electrodomésticos y otras cuestiones relativas a los quehaceres domésticos, así como a exaltar el espíritu de sacrificio y entrega que implica la maternidad.
Lo cierto es que «mamá» es una palabra pequeña, pero con un significado inmenso. La relación con la madre es una de las más importantes de nuestra vida, porque determina la mitad de nuestra conformación humana, ya sea por su presencia o por su ausencia, por lo que nos da o no, por lo que nos muestra o no, por la manera cómo nos trate o no ya que todo ello contribuirá para que seamos quienes somos.
Esta situación, si eliminamos el aspecto romántico y tradicional, es en verdad un tema que genera una profunda reflexión. En principio, porque el 24 % de los hogares está dirigido solo por la mamá, debido a la obvia ausencia del padre. Ello implica que además de los aspectos afectivos, a las madres les corresponde solventar la carga económica del hogar, hecho que en la mayoría de los casos implica, por supuesto, salir de la esfera de la casa para ganarse el sustento de la familia.
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Asimismo, para quienes argumentan que debe continuarse sin una educación sexual integral en los establecimientos educativos, es importante tomar en cuenta los datos del XII Censo de 2018, del INE. En este se consigna que hubo 189,493 mujeres de las que se desconoce la edad en que tuvieron a su primer hijo. Por otro lado, la «edad de la mujer al nacimiento de su primer hijo» es la siguiente: «antes de 15 años: 82,202; 15-17 años: 883,430; 18-19 años: 817,515». Un total de 1,783,143 mujeres han tenido a su primer hijo entre la niñez y la adolescencia.
Más allá de las opiniones y de los golpes de pecho, que algunos suelen dar y darse, los datos están ahí. Para 2018, debo repetirlo, más de 82,000 mujeres tuvieron a su primer hijo antes de los 15 años. Estos números denotan la poca atención del Estado y de la población en general a un problema apabullante. Porque, ¿qué implica que niñas de menos de 15 años ya sean madres? ¿Quiénes son los padres de estos bebés? ¿Por qué hay tantos familiares enjuiciados por la violación de niñas? ¿Quién en realidad se responsabiliza por la situación de niñas como el caso que se mencionó en las semanas pasadas de un padre que ya había procreado dos hijos con su hija de 13 años? ¿Qué maternidad se espera –y peor aún se exige– de niñas-mujeres que aún no han terminado su propio desarrollo y ya deben enfrentarse a la responsabilidad de cuidar a sus hijos? ¿Qué problemas afectivos, emocionales, psicológicos, de relaciones, etcétera genera una situación de tal naturaleza? ¿Cómo, de estas patologías, puede construirse y surgir una sociedad sana?
Pese a ello, la mayoría de niñas-mujeres responde, con buena intención y en la medida de sus posibilidades a las demandas que impone la maternidad en Guatemala.
Recordemos que «no se le pueden pedir peras al olmo». Una sociedad diferente, con menos violencia, requiere de cambios. Las niñas tienen derecho a vivir como niñas y las mujeres tienen derecho a decidir, siendo adultas y por lo tanto responsables, en qué momento asumir o no la maternidad en donde cada uno de los involucrados tomen con voluntad, amor y generosidad el cuidado de otro ser humano.
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