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Maestros fatigados: La tecnología en pandemia es un arma de dos filos

El agotamiento físico y mental es un tema sin abordar en el sector público como en el privado.
Y en Guatemala, ¿quién escucha lo que los profesores tienen que decir luego de un año?
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Maestros fatigados: La tecnología en pandemia es un arma de dos filos

Ilustración: Dénnys Mejía
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A un año del inicio de la pandemia, el sistema educativo no da con la tecla para reinventarse. Por el contrario, se encuentra inmerso en una espiral desgastante que agota tanto a los alumnos como a los docentes.

La tecnología, donde se tiene, salvó aquello de guardar distancia física para evitar contagios de COVID-19, pero extendió el horario de los docentes. De jornadas de cinco horas con sus alumnos dentro del aula pasó al escurridizo mensaje de texto de «tengo una duda» a horas donde el sol ya no alumbra.

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Philip García es psicólogo clínico y profesor de nivel medio en la capital. Se siente fatigado, se queja por el hecho de atender consultas fuera del horario laboral. «La tecnología puede ser un arma de dos filos. El hecho de poder localizarnos ¬-en distintos horarios- puede permitir que exista una demanda mayor para el docente casi un 24/7». Como resolvió fue diciéndole a sus alumnos que enviaran sus dudas por la noche y al día siguiente a partir de las 7:30 de la mañana las resolvería.

Su segundo reto fue adaptarse. Y es que nadie estaba preparado para impartir clases a distancia o virtuales. A pesar de que el colegio donde trabaja ya empleaba la plataforma de Classroom desde 2018, únicamente colgaban tareas sencillas como análisis de videos o resúmenes de una página. «La necesidad nos vino a empujar al agua y el que se ahogaba pues ni modo».

La preparación de las clases, sobre todo las más complejas como química y estadística, demandaron mayor creatividad para enseñar determinados temas. Sobre esta última materia, comenta: «Yo la doy con el One Note y donde hago cada uno de los procedimientos, vamos poco a poco; les voy enseño desde Excel y coloco fórmulas y así».

La dificultad aumenta para los docentes de más edad, se resisten el cambio porque trabajaron casi toda su vida con el sistema de lápiz y cuaderno. García pone de ejemplo a un compañero de trabajo, el profesor de matemáticas. «Él usa pizarra real, tiene la cámara detrás a cierta distancia. Yo le digo “mire profe, hay pizarras electrónicas” y me contesta “no, esa babosada no me gusta, que no sé qué…”. No se adapta».

El reto más grande de los docentes, dice, ha sido presentarle al alumno los temas de una forma creativa o llamativa. «Yo utilizo mucho video de YouTube, me fascina presentar con diapositivas interactivas sobre las que puedo escribir y explicarles. En Biología presento una célula y con el lápiz de Chrome enseño todo solo con una diapositiva».

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En el otro extremo están los primeros grados, también el tiempo fue un reto importante, dice Katherine Dávila, maestra de preprimaria en un colegio privado de la capital. La conversación para respetar los horarios laborales la tuvo con los padres de familia. Sin embargo, los procesos establecidos para la comunicación son lentos, lo cual le genera reclamos. Hubo momentos en que las fuerza no le alcanzaban, por eso buscó ayuda en el Centro Landivariano de Práctica y Servicios de Psicología. «El balance lo encontré cuando asistí por cuenta propia a terapia».

En septiembre de 2020 ya no dormía, no quería conectarse, sentía que hacía demasiado. «En mi casa solo yo me quedé con trabajo, así que también tenía esa presión. Por esas fechas comenzaron a mandar correos de desvinculación laboral, eran diez personas cada mes, de ahí fueron veinte. Aparte de los estudios, los amigos… todo».

El sector privado se hace cargo del 23%de la población estudiantil según el Mineduc. ¿Cuál es su relación con el ministerio de Educación? Funge más como un ente rector. «No hay una cuestión que diga “ah, sí, nos impartió webinars o nos ha querido capacitar de tal o cual... No. Simplemente pide papelería como siempre, requisitos para avalar procesos y nada más», reclama García. Del 71.6%, cantidad de la que se ocupa directamente, tampoco tiene un cambio significativo.

La pandemia vino a ser el resaltador verde en el texto para mostrar sus deficiencias.

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Hay otra preocupación de maestros de países como Guatemala con otras realidades: sortear la falta de internet en áreas rurales, vacunas (algunos padres reclaman el regreso inmediato a salón) o el miedo a ser despedido a causa de la deserción escolar en lo privado.

Allá en los departamentos

La primera dificultad que cita Estéfana Pinto, profesora de un instituto público de nivel medio en Jalapa, fue la comunicación con alumnos y padres de familia porque no tienen internet. «Muchos de nuestros jóvenes no cuentan con el servicio o siquiera con un teléfono inteligente o por lo menos WhatsApp. Incluso algunos estudiantes ni energía eléctrica y viven en sectores muy alejados».

Llevarles las guías [de trabajo] es complicado porque no los encuentran, les ha tocado ir a donde trabajan los papás en los mercados y que luego a recoger la tarea, es decir, esfuerzos que no realizaban antes. «Las personas no ven el esfuerzo que muchos maestros hacemos», se queja.

Segundo, el deterioro en la comunicación con los padres y las dificultades que estos tienen para apoyar a sus hijos a la hora de resolver dudas. «Del 100% de papás, llegarán al establecimiento solo el 10% cuando se les cita. No se interesan saber qué pasa con la educación de sus hijos, ni siquiera saben de las guías que les impartimos cada semana».  

A un año de esta modalidad, Pinto se siente cansada y frustrada. Es la falta de tecnología, pero sobre todo el abandono de las autoridades del ministerio de Educación. «Este año ha sido muy difícil, nos tiraron al mar sin saber nadar, salimos a flote como Dios nos ayude. Aprendemos poco a poco a implementar nuevas técnicas con los estudiantes, a renovarnos como docentes».

Ella quisiera regresar a las clases normales dentro de un salón. «Estar en mi establecimiento de 7:30 a 12:30, impartir mis cursos, ver a mis alumnos, resolver dudas presenciales». Antes era más fácil, porque ahora trabajan más de 12 horas al día.

El problema más grande que ve en los departamentos Hosy Orozco es la falta de conectividad, lo cual generó que se buscaran otras alternativas de formación a distancia: radio, televisión y guías impresas. «Pero esto no puede considerarse dentro del rango de condiciones óptimas sino únicamente como un paliativo». Orozco es director del departamento de Educación en la Universidad Rafael Landívar.

En algo están de acuerdo todos: nadie estaba preparado para afrontar los escenarios que trajo la pandemia para el modelo educativo. Se tomaron acciones sobre la marcha y no siempre bajo las mejores condiciones. Si 2020 fue un año de adaptación, ¿2021 será de transición hacia un nuevo modelo educativo?

«El tema más crítico es definir en qué momento y en qué condiciones será el óptimo para volver gradualmente al sistema presencial. Pero no se puede aplicar una norma genérica porque cada establecimiento y región tiene condiciones diferentes», indica Orozco.

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La cuestión también pasa por dotar de herramientas para mejorar la calidad de la educación a distancia e implementar programas de apoyo socioemocional. El agotamiento físico y mental es un tema sin abordar en el sector público como en el privado lo cual repercute en el desempeño de los estudiantes.

Como dice Dávila, gestionar la parte emocional es vital para quienes se dedican a la formación de personas. Porque en dos platos: falta capacitar y acompañar al docente.

A distancia no es copiar lo presencial

Aunque la pandemia abrió una oportunidad para repensar el modelo educativo, el país aún no aborda el tema ni cuenta con las condiciones para dejar atrás el papel, lápiz y horarios rígidos. Por ahora llevan a lo virtual lo que se hacía en las aulas en la transmisión de conocimientos y la forma de evaluar.

«Los centros educativos que tienen condiciones óptimas también reproducen el modelo de evaluación presencial en lo virtual. Necesitamos aprender nuevas maneras de formación a distancia», enfatiza Ordóñez. «No podemos estar pegados a la computadora, hay materias que requieren más sesiones sincrónicas, otras menos».

Hay preguntas aún sin plantear: ¿Cuál debería ser el sentido último de esa nueva presencialidad? ¿Se debe tratar de igual manera lo urbano y lo rural? ¿Cómo democratizar el internet?

La conectividad es cada vez más relevante en los procesos formativos y para hablar de nuevos modelos se debe contar con el servicio. El internet es un derecho humano reconocido por la ONU desde 2011, pero en Guatemala es un privilegio: solo el 17.3 por ciento de los hogares lo tienen, a pesar de que el país cuenta con 20.3 millones de celulares, según la Superintendencia de Telecomunicaciones (SIT).

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Es necesario incrementar la conexión en todo el país, de lo contrario no se podrá realizar una reforma educativa integral y la brecha entre urbano y rural será mayor. También la desigualdad.

En el mundo

Varios países europeos cuentan con mediciones sobre el impacto de la pandemia en el desempeño y la salud mental de los maestros. El Teacher Wellbeign Index 2020 publicado en el Reino Unido por la organización Education Support, encontró que el 51% de los profesores encuestados, y el 59% de directivos, se plantearon abandonar la profesión debido a presiones sobre su salud mental y bienestar.

La consultora Affor Prevención Psicosocial elaboró en España un estudio entre más de 400 personas dedicadas al sector educativo. Los datos revelan que nueve de cada diez profesores presentaron irritabilidad, nerviosismo y problemas de sueño. El 58,7% admitió problemas de concentración y el otro 42 por ciento dijo sentirse deprimido.

En Colombia, un estudio elaborado por el Banco Mundial concluyó que «la mayoría de docentes no cuenta con suficiente formación para proveer una educación efectiva a distancia».

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El informe The state of school education, one year into the COVID pandemic, publicado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en marzo pasado destacó que algunos países, como Japón, destinaron recursos para la contratación de más personal para aligerar la carga de los maestros. El plan era crear 84 mil 900 puestos adicionales para marzo de 2021, un promedio de tres por escuela.

Indica, además, que, nueve de los 28 países que reportaron cambios en las prácticas de contratación, requirieron los maestros temporales y operadores técnicos para atender las necesidades de las escuelas secundarias. Nueva Zelanda, Francia, Chequia y Polonia, implementaron incentivos económicos para retardar las jubilaciones y la participación en clases de refuerzo, durante el verano y para compensar los días de clase que se perdieron.

En Costa Rica, el Sindicato de Trabajadores de la Educación demandó al gobierno suspender las clases presenciales y mantener únicamente la modalidad virtual. Esto debido al incremento de casos y a la cantidad de docentes fallecidos. Según las declaraciones recogidas por Larepública.net, hasta abril de 2021 se reportan 163 decesos entre funcionarios del magisterio.

El ministerio de Educación de aquel país planea seguir con la modalidad híbrida debido a que cerca de 320 mil estudiantes no cuentan con conexión a internet.

Y en Guatemala, ¿quién escucha lo que los profesores tienen que decir luego de un año? ¿el gobierno? ¿la sociedad? ¿Qué debe pasar para que se aborde este problema de manera integral? Preguntas sin respuesta en el país del sálvese quien pueda, donde los problemas del barrio, comunidad o municipio no son asunto del presidente, o eso se entiende de sus últimas declaraciones: «¿qué le toca al Presidente, agarrar de la cola al mundo y llevarlo a vacunar?, ese no se mi chance, mi chance es pedirle a la gente por favor vacúnense».

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Parece algo trillado, pero no deja de ser verdad: la pandemia es uno de esos acontecimientos históricos de los que la humanidad no sale igual. La pregunta no debe ser solo qué cambios traerá a mediano y largo plazo sino cómo nos adaptaremos desde todos los frentes, la educación en particular. Como dijo Charles Darwin: «No es el más fuerte de las especies el que sobrevive, tampoco es el más inteligente el que sobrevive. Es aquel que es más adaptable al cambio».

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