En este Madrid estaremos conviviendo por casi una semana peregrinos, sacerdotes y religiosas, y muchos citadinos. Los peregrinos son en su mayoría jóvenes entre dieciocho y treinta años, y traen consigo sus canciones, sus oraciones, sus idiomas, su manera de vivir la fe. Son peregrinos que explican por qué están en esta ciudad. Que escuchan a los obispos que estarán dando la catequesis durante los primeros tres días. Además, los peregrinos, recuerdan con su entusiasmo cómo podría haber sido u...
En este Madrid estaremos conviviendo por casi una semana peregrinos, sacerdotes y religiosas, y muchos citadinos. Los peregrinos son en su mayoría jóvenes entre dieciocho y treinta años, y traen consigo sus canciones, sus oraciones, sus idiomas, su manera de vivir la fe. Son peregrinos que explican por qué están en esta ciudad. Que escuchan a los obispos que estarán dando la catequesis durante los primeros tres días. Además, los peregrinos, recuerdan con su entusiasmo cómo podría haber sido un Jesús joven del que sabemos tan poco. Encontramos una forma de ser que trasciende cualquier división.
Los sacerdotes y religiosas son numerosos. En la delegación de Guatemala tenemos alrededor de quince sacerdotes que han acompañado a sus grupos de sus diócesis. Desde Huehuetenango, el padre Selvin; desde Zacapa, el padre Ernestro; desde Suchitepéquez, el padre Pedro, y como parte de los sacerdotes de la delegación de la arquidiócesis de Santiago de los Caballeros, hemos conocido al Padre Luis Alberto. Es un joven sacerdote de 28 años que nos ha acompañado en todo momento. Con él reímos, cantamos, aplaudimos, lloramos de la emoción, rezamos el rosario en la playa. Con él también podemos sentarnos a cenar en los lugares públicos o pedir un rebojito. Encontrar un padre joven, que ha decidido dejar su privilegio de quedarse en un hospedaje más cómodo, por acompañarnos y disfrutar con nosotros en todo momento, ha sido un ejemplo de ese pastor que no deja a sus ovejas. Muchos otros sacerdotes han hecho lo mismo.
Pero todos estos encuentros han tenido también otros tantos desencuentros. Al llegar a Madrid hemos sentido de una manera más intensa algunos reproches de nuestra presencia. Algunos han recibido escupidas, de nuevo huevos desde las ventanas, malos tratos en los metros (hasta el punto de negarles la entrada por ser peregrinos), miradas reprobatorias. Madrid parece resentir nuestra presencia. Yo me digo que tienen razón: su ciudad está paralizada, los metros llenísimos, calles cerradas, cantos y gritos hasta muy tarde. Los gastos para la municipalidad de Madrid para muchos son innecesarios y deberían de ser mejor utilizados en estos momentos de crisis.
Puede haber razones de más peso que otras. Pero el mensaje que se trae es el de construir una sociedad más justa. Y al estar acá me doy cuenta que la fiesta de la fe, no puede ser una fiesta con hora de terminación. Es decir que no sólo puede ser fiesta. Los jóvenes católicos debemos comprometernos a la realización de una sociedad muy diferente a la que Madrid es. Si sólo asistimos a la Jornada Mundial de la Juventud y no logramos atarlo a nuestra realidad inmediata, ese sería el desencuentro más grande. Los jóvenes católicos deben asumir su responsabilidad no sólo como ciudadanos, sino que como cristianos.
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