El nombre Guatemala procede de la voz náhuatl Quauhtlemallan, cuya traducción más admitida es «Lugar de árboles». Sobre el tópico hay variedad de ponencias de diferentes académicos que, a lo largo de los años, han estudiado el tema, de manera que unos hallan relación del término ancestral con un águila y otros le dan el significado de «kaqchikel». Lo indiscutido es la palabra española.
Desde el punto de vista morfológico, Guatemala es un sustantivo de nueve letras, entre ellas va un diptongo, tiene cuatro sílabas y el acento prosódico se ubica en la penúltima, por lo que es llana o grave, pues finaliza en vocal. Es una palabra variable, es decir, puede cambiar su terminación a partir de su raíz o lexema «guatemal», elemento inalterable. La modificación se produce en el morfema y así, encontramos: guatemalteco/a, guatemalidad y guatemaltequismo, entre otras.
Respecto de los morfemas, en la clasificación figuran los derivativos que se colocan no solo después, sufijos, como los citados, sino también antes, prefijos, por ejemplo: anti-Guatemala, pro-Guatemala. En recientes actualizaciones, la Real Academia de la Lengua Española implantó particularidades, una de ellas la separación con el guion, como lo escribí. También que se una: exsocio, o se separe: ex secretario general. Son siete las posibilidades, mas no profundizo porque no es motivo de este artículo.
Al prevalecer la definición «lugar de árboles», Guatemala se vincula con la naturaleza y su belleza. No por algo, el «Cantor del paisaje», José Ernesto Monzón, en sus canciones introdujo líneas como: «…Tus cumbres y volcanes, se besan con el sol; tus ríos primorosos son lágrimas de amor». O, «Yo soy puro guatemalteco y me gusta bailar el son, con las notas de la marimba, también baila mi corazón». Abundan las notas de este compositor que transpiran el sello de Guatemala.
Por supuesto, por ahí se utiliza la expresión «ir de Guatemala a Guatepeor» para destacar una situación que empeora, pero igual hemos escuchado con sentido peyorativo «se quedó con cara de mexicano» o, «lo engañaron como a un chino», entre distintas y deplorables manifestaciones racistas. Tal vez por la descomposición de la primera locución o por la confusión mencionada al inicio de estos apuntes, hemos visto propuestas de cambio o imposiciones como «Guatebuena», «Guateámala» o «Guatemaya».
Imaginemos la distorsión que implicaría que del origen Quauhtlemallan se creara un nuevo topónimo y que de él surgieran los gentilicios «guatebuenense», «guateamalense» u otros por el estilo. Sin duda, esto causaría, si no crisis, por lo menos sinsentidos etimológicos.
Más allá de dejarnos influir por las bromas de mal gusto o seguir modas que, por cierto, pasarán de moda, el nombre Guatemala debe fomentar el orgullo por un tronco común que ha dado vida al perfil multilingüe, pluriétnico y multicultural que nos ha permitido resaltar en diversos ámbitos merced a guatemaltecos y guatemaltecas de alto valor.
Y es que Guatemala es la cuna de artistas, deportistas, escritores, inventores, médicos, activistas sociales e innovadores cuyas capacidades, habilidades y conocimientos han propiciado y generan logros gracias a los cuales Guatemala brilla y trasciende. En ese marco, la esencia de nuestro país que se esparce para nutrirnos es el patrimonio cultural tangible e intangible.
Guatemala es entonces Tikal, Rabinal Achí, Panajachel, Semana Santa, la champurrada remojada en café o chocolate, los chuchitos, «sextear», los barriletes gigantes, el tapado, Antigua y la larga lista de elementos vinculados con localidades, gastronomía, costumbres, personajes, artes y demás aspectos propios de este territorio y su gente que interna y externamente nos distinguen.
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