«Género, género, equidad de género por todos lados», pedía. «Eso es lo que los financistas quieren oír». Esa insistente petición abre un interrogante: el tema de género, como se comenzó a posicionar en la década de los 90, ¿surge enteramente de las luchas político-sociales de las mujeres o tiene algo de artificioso?
Planteado así, puede verse como un velado machismo. La intención, sin embargo, es abrir una crítica sobre mucho de lo que la llamada cooperación internacional impone. La opresión del género femenino a manos del masculino (patriarcado) es una más de tantas opresiones que recorren la vida humana, al igual que la económica (diferencia de clases sociales: explotación), la étnica (es decir: racismo, razas superiores sobre inferiores), el repudio de la diversidad sexual (heteronormatividad reinante y descalificadora de otras opciones), el adultocentrismo, el blancocentrismo… Luchar contra cualquiera de esas asimetrías no puede hacerse de forma independiente: todas las contradicciones se anudan. Imaginemos un mundo manejado, por ejemplo, solo por mujeres o por negros, donde también se daría la explotación económica (de mujeres hacia los varones o de negros hacia blancos): solo sería cambiar de amo. Una verdadera revolución debe modificar todas las asimetrías simultáneamente.
El tema de género, indispensable en las luchas por un mundo de mayor justicia, es de capital importancia. Pero lo que ha venido impulsando ese peculiar mecanismo llamado cooperación internacional en estos últimos años puede llamar a confusión. Vale aquí aquello de divide y reinarás. La atomización de las luchas sociales, en vez de potenciarlas, tiende a debilitarlas: cada quien por su lado, con su pequeña parcela, logra poco. La cuestión de base no es, obviamente, mujeres versus hombres. La actual inequidad de género es un tema social. Por tanto, involucra a todos los géneros, al colectivo en su conjunto. Reivindicar a Lorena Bobbitt no es el camino.
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Nos inspira en esa crítica lo dicho por la feminista comunista Silvia Federici: «[Las mujeres] no estamos peleando por una redistribución más equitativa del mismo trabajo. Estamos en lucha para ponerle fin a este trabajo [doméstico no remunerado]. Y el primer paso es ponerle precio».
La lucha por la equidad de género sin articularse con las otras luchas puede resultar incluso cuestionable. En ocasiones, la llamada cooperación internacional apunta a apoyar solo luchas parciales, con lo cual las despoja de su verdadero potencial transformador. En tal sentido, nos permitimos citar palabras de una incansable luchadora guatemalteca, pionera en la lucha contra el patriarcado en el país, que por razones de seguridad pide ocultar su nombre. Creemos que sus expresiones sintetizan perfectamente lo que este texto pretende transmitir. He aquí extractos de una entrevista inédita en la que ella plantea algunos postulados.
«Cambiar el patriarcado es difícil, complicado. Para los hombres es un asunto difícil porque no quieren perder privilegios. ¿Quién quiere perderlos? Y cambiar el patriarcado es cambiar relaciones de poder. Por supuesto, para los hombres es cómodo seguir manteniendo sus cuotas de poder. No es tan sencillo cambiar eso por decreto.
»… Fueron mujeres comunistas las primeras que plantearon la opresión y la lucha contra el patriarcado. Ya habían recorrido un camino, pero nunca se visibilizó ese trabajo. Quizá la única que se visibilizó, seguramente por sus aportes teóricos, fue Rosa Luxemburgo. Después, Clara Zetkin […], o también Aleksandra Kolontái, que hablaba de la sexualidad de un modo pionero.
»… El tema de género entró en una cierta moda, un planteamiento vinculado a la cooperación internacional, que fue tornándolo desideologizado, despolitizado. Se lo desvinculó de la lucha de clases y así perdió toda su fuerza como lucha. […] Creo que desde allí viene la despolitización. Con esa avalancha de dinero, cualquiera hacía su grupo sin ningún objetivo estratégico para conseguir algunos fondos, solamente hablando de equidad de género como una cierta moda que se había instalado. Era un chantaje».
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