Le cuento un poco sobre el capítulo 25 de este magnífico libro, que trata sobre cómo pensaban algunos patriotas estadounidenses, como Jefferson, Franklin o Madison, amparados por una ciencia que los hizo realistas, prácticos y objetivos frente a su responsabilidad con el futuro. No tenían que ver las noticias por la mañana, para saber de qué hablar durante el día. Se sentían cómodos pensando y lo hacían, incluso, para el largo plazo. Bueno, ¡si ni siquiera necesitaban de alguien que les hiciera los discursos!
¡Cuánta diferencia con los que hoy, después de casi 240 años, se dicen patriotas en Guatemala y en muchas partes del mundo!
Por ejemplo, Jefferson escribió en una carta a Madison que «una sociedad que cambia un poco de libertad por un poco de orden los perderá ambos y no merecerá ninguno». Jefferson debería estar vivo para observar el estado de sitio en Santa Cruz Barillas, porque también sostenía esa idea asombrosa, subversiva en aquellos días y lejana para nuestra actualidad, de que «ni los reyes, ni los curas, ni los alcaldes de grandes ciudades, ni los dictadores, ni una camarilla militar, ni una conspiración de facto de gente rica, sino la gente ordinaria, en trabajo conjunto, deben gobernar las naciones». Tampoco las mineras, ni las hidroeléctricas, ni los azucareros, ni los vendedores de electrodomésticos, ni nadie puede estar por encima de la decisión de un pueblo.
Por otro lado, la defensa que aquellos ciudadanos, aquellos patriotas, hacían de la libertad de expresión se basaba en dos premisas. Primero, porque el remedio para un argumento engañoso es un argumento mejor, no la supresión de la idea. Y, segundo, porque suprimir una opinión, podría ser sacrificar la oportunidad de encontrar la verdad o, simplemente, perder la oportunidad de comprender mejor una verdad que se contrasta frente a un error. Hoy, muchos de los medios de comunicación del Estado, son meros instrumentos de propaganda de un partido, muy alejados del espíritu constructivo y mediador que debe tener un medio financiado con impuestos.
Siendo Jefferson un estudioso de la historia, solía decir que muchos gobiernos de Europa habían dividido a sus naciones entre lobos y ovejas. Como es de esperar, muchas veces la historia se repite, cuando la olvidamos. Pero además, dentro de cada sociedad también hay lobos amenazantes y ovejas temerosas. Los lobos patriotas de Guatemala, pronto le caerán a zarpazos a la reforma fiscal. Tienen una iniciativa para ampliar los privilegios fiscales que el Estado les otorga a las jaurías que representan. Búsquelos y véalos actuar sigilosos y depredadores en la Comisión de Economía y Comercio Exterior del Congreso.
Bueno, sabemos muy bien que poco se puede hacer en una sociedad que no cultiva el pensamiento, ni esa vital chispa del escepticismo, ni ese necesario conocimiento de la historia. La carta de derechos que fundamentaba el éxito de la sociedad, es aquella que garantiza el derecho a la educación, a la salud, al alimento, a la libertad de expresión, de credo y de discernimiento. Y, es probable que esas ideas, hayan permitido más adelante abolir su vergonzosa esclavitud.
Finalmente, lo que también sabían aquellos patriotas de otros tiempos es que los derechos o se usan o se pierden. Así es que, recuerde usted que los verdaderos patriotas, hacen preguntas.
Usemos nuestro derecho de expresión, haciendo las reflexiones necesarias para la democracia; utilicemos nuestro derecho de acción, ante la ilegitimidad de muchos actos privados; y, muy importante, usemos nuestro derecho de petición para exigir a esos patriotas actuales, el retorno al presente. No queremos ver más botas militares asociadas con la codicia empresarial, ni discursos arrebatados de presidentes-caudillos que orquestan encantados la batalla contra su propio pueblo.
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