Los trazos certeros del caos

El escenario es un país quebrado por una década de un gobierno identificado con el socialismo del siglo XXI, que hizo de las ventas adelantadas de petróleo a China su forma de manejar el déficit y cuyas virtudes son motivo de varios expedientes en una fiscalía contra la corrupción.

El gobierno actual —el mismo que abrió la puerta de su embajada para que Scotland Yard se llevara a Assange— busca un préstamo del FMI y acepta las extorsivas condiciones que el organismo impone, incluyendo la desaparición de un subsidio al consumo de los combustibles, que lleva varias décadas gravando el presupuesto nacional.

La eliminación del subsidio más las otras medidas del paquetazo movilizaron una rebelión de las masas más pobres, especialmente de los indígenas, que saben bien que la cuenta de los ajustes la pagan ellas, que la protesta es la única forma de defensa que la clase política entiende —a golpes— y que una receta que incluye el FMI y el aumento de los precios de los combustibles significa inflación y hambre, como en los 80 del siglo pasado. La producción del petróleo se detiene por la toma de los campos y de los oleoductos mientras las masas marchan hacia la capital.

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La policía, bien equipada y entrenada para ahogar cualquier asomo de protesta en la última década, reprime a palos a los manifestantes, con especial preferencia por las concentraciones de mujeres y niños en sitios de acopio de víveres y de medicinas para los manifestantes que han marchado hacia la capital. Mientras tanto, hordas de vándalos con los rostros cubiertos por pasamontañas conducen con impunidad saqueos y linchamientos.

Obra de la casualidad, ocurre un ataque quirúrgico sobre el edificio de la Contraloría General de Cuentas para sustraer evidencia incómoda del manejo de lo público en la década anterior. Y de fondo, el presidente del gobierno que quebró el país exige un adelanto de elecciones y se ofrece para salvarlo mientras RT y Telesur aplauden y funcionarios públicos de todos los niveles comienzan a medir los vientos para saber de qué lado colocarse.

«Mientras ellos negocian, yo trago gas lacrimógeno», decía un grafiti sobre una pared por entonces muy blanca del barrio colonial de San Marcos, en Quito, allá por el 2003, luego de alguna de las jornadas turbulentas que han caracterizado a la democracia de ese país del sur. Creo que esa pared, ahora de color zapote (el color original del siglo XVII, de acuerdo con los restauradores de la municipalidad), sigue teniendo razón. Y sospecho que, como de costumbre, lo peor está demorando en llegar mientras las élites de izquierda y de derecha negocian usando a los que con razón están en las calles.

Me quedo a la espera de las noticias de los siguientes días al mismo tiempo que espero subir a un avión que me llevará rumbo al norte frío de Europa. Recuerdo haber recibido noticias del último golpe de Estado al llegar a Bocas del Polochic después de varias horas de caminos polvorientos entre la miseria.