Es la manera de comunicarnos con el pasado, de saber qué pasó, cómo y cuándo. La suma de las voces de quienes están y han vivido mucho y las de aquellos, como en Guatemala, a quienes no se les permitió vivir más. En este país hay quien desea que no sepamos de dónde venimos, qué historia nos ha fundado como Estado y sociedad. No hay posibilidad de pensarnos como país diferente y digno si no se conoce nuestra historia, si somos los sin memoria.
La historia de Guatemala interpela a cualquiera en lo más hondo de sus sensibilidades. Quien se encuentra con la historia de sufrimiento e injusticias de este país no puede dejar de tomar partido y de pensar el presente. ¿Quién puede escuchar la historia de Marco Antonio y no sentir el sufrimiento de una familia que ha luchado por la justicia por décadas? ¿Se puede ser indiferente a los relatos de los sobrevivientes de las comunidades que fueron arrebatadas de los paisajes, de las montañas? No se puede callar lo que las mujeres de Sepur Zarco han hecho evidente con tanto coraje. Mientras descubrimos esta historia y nos damos cuenta de que tiene que ver con los que queremos —nuestros padres, nuestros abuelos, y vamos poniéndoles nombres que hemos repetido una y mil veces—, la memoria sigue hilando tantas otras vidas: en La Puya, en San Juan Sacatepéquez, en Barillas. Entonces nos damos cuenta de que esa memoria de resistencia frente al poder sigue siendo una y de que somos parte de ella.
Es por eso necesario que no se sepa para que nada cambie, para que el poder conservador, militar, contrainsurgente y oligárquico se mantenga. Porque si se sabe entenderemos, ataremos cabos, sabremos quiénes son los responsables y cuáles han sido las lógicas del Estado para desaparecer a quien cuestiona, enjuiciar a quien defiende, criminalizar a quien piensa diferente el desarrollo y la política. El Estado, al contrario de otros países, buscar olvidar y esconder: nunca enseña la historia real de este país.
La generación que comienza los 20 años tiene un gran reto: dejar de ser los sin memoria. Sus integrantes deben aprender por ellos mismos porque se enfrentan a un sistema educativo —en su gran mayoría colegios privados o escuelas e institutos públicos con muchas necesidades— complaciente con el olvido y, por lo tanto, que arranca la posibilidad de saber qué debemos hacer diferente para vivir mejor. Deben encontrar, por iniciativa propia, la historia de un país. Así, seguramente encontrarán —como muchos de mi generación— la historia de la propia familia y de nuestros primeros años de vida. Se les demanda ser autodidactas, entrometidos, incómodos, preguntones y necios en la búsqueda de respuestas. No es fácil porque, aun cotidiana y silenciosa, es una lucha a muerte contra un poder que ha aprendido a ser sutil y que promueve la mentira del volteemos la página y vamos hacia el futuro, el mismo futuro que nuestro presente.
Por eso celebro dos iniciativas virtuales. Por un lado, Guatemala, Memoria Viva, un espacio interactivo impulsado por el Instituto de Investigación y Proyección sobre Dinámicas Territoriales y Globales de la URL, y el Mapeo de la Memoria, otra plataforma virtual, iniciativa de Memorial para la Concordia. El primero es un espacio crítico de la historia de Guatemala y el segundo recoge los espacios de memoria de las víctimas de la guerra en Guatemala. ¡Larga vida a las iniciativas que no dejan que el olvido se imponga!
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