La actual situación de pandemia por covid-19 ha obligado a que muchas de las actividades que se acostumbraba desarrollar en el espacio público se remitieran al privado. Sin embargo, por la poca o nula sensibilización en temas de género y de prevención de violencia de manera efectiva por parte de las instituciones tanto públicas como privadas, los silencios conscientes de la violencia siguen presentes.
Actualmente, muchas mujeres han permanecido en situación de cuarentena, han perdido sus empleos, conviven más tiempo con sus agresores, han visto sus jornadas triplicadas o quintuplicadas por la pandemia (maternidad, trabajo, tareas domésticas, tutorías, etcétera). Con estas líneas se visibiliza que las mujeres siguen siendo afectadas por la desigualdad social y por los diversos tipos de violencia que esta genera contra ellas.
La situación real de muchas mujeres ha sido expuesta públicamente gracias a un video que muestra de manera descarnada cómo la desigualdad material y la violencia contra las mujeres no son un simple discurso, sino la cotidianidad de millones de mujeres cuya dependencia material hasta en los espacios más triviales, como compartir un equipo técnico necesario para el trabajo, las expone a episodios inadmisibles de violencia. Videos como el de la profesora mexicana agredida por su pareja muestran de manera prístina estas desigualdades en el espacio doméstico. Este episodio no es más que la muestra de una situación estructural que acaece en el ámbito de lo doméstico a lo largo de América Latina.
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Autoridades, instituciones, compañeras, compañeros y el entorno social en sí ignoran o dejan pasar las señales de violencia. Pareciese que estuviera naturalizado aceptar ciertos niveles de violencia en la sociedad. Ejemplo de ello son los casos extremos en los cuales, a través de un análisis del entorno social y familiar de víctimas de femicidio, se expresan frases como: «Sabíamos que el esposo le pegaba cuando estaba de mal humor o algo le molestaba», «A veces escuchábamos gritos en la casa de la vecina, pero no pensamos que fuera a matarla», «Los niños lloraban todo el tiempo», «Ya no acostumbraba contestar el teléfono», «Ya no compartía con las compañeras y los compañeros del trabajo». Estas frases, al final de cuentas, son señales preocupantes de una violencia que pasa desapercibida de manera consciente y que sin embargo parecieran presentar cierto grado de naturalización y de aceptación aun en la sociedad al no tomar medidas de apoyo a la víctima.
La cuarentena y los medios virtuales ponen sobre la mesa la importancia y la urgencia de adaptar medidas con enfoque de género, que consideren la situación de las mujeres en sociedades que las vulneran y que hasta el día de hoy siguen ignorando sus necesidades y su derecho a una vida libre de violencia.
Hoy circula un video que visibiliza la desigualdad y la inseguridad de las mujeres en el hogar, así como la poca capacidad de las instituciones públicas y privadas de identificar y prevenir la vulnerabilidad de las mujeres víctimas de violencia. Los compromisos internacionales y las normativas nacionales deben pasar de la teoría a la praxis de manera transversal. El enfoque de género debe incorporarse en toda actividad de las instituciones tanto públicas como privadas.
Las acciones de apoyo en redes sociales son la contraparte de denuncia pública, sororidad y solidaridad hacia la víctima. Es necesario escuchar la exigencia social en sus múltiples modalidades ante las pocas o nulas medidas estatales con enfoque de género que logren abordar una problemática que afecta el pleno desarrollo de todas y todos.
La violencia no es natural, no es normal y no es una problemática que afecte solo a las mujeres.
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