A lo largo de los días transcurridos desde la mañana en que más de medio centenar de niñas vivió el infierno en carne propia, los medios y las redes sociales han dado cuenta del horror. De la tristeza de las familias que han perdido a una hija o de la angustia de quienes aún, sí, aún no la encuentran. De la incertidumbre en los rostros de quienes han debido deambular de hospital en hospital, de centro de atención en centro de atención, aunque no sepan cómo transportarse por la ciudad, para buscar un indicio que no llega.
Y en medio de ese calvario han encontrado consuelo. No en las entidades estatales obligadas a prestar auxilio. De hecho, en muchos casos estas han sido factor que ha incrementado sus penas. El alivio lo han encontrado en un grupo de personas, mujeres en su mayoría, que desde el mismo 8 de marzo se presentaron para ayudar. Estuvieron en San José Pinula, en la sede del mal llamado Hogar Seguro Virgen de la Asunción, procurando datos para las familias que querían saber qué sucedía con sus retoños.
Luego se han movilizado entre los hospitales y la morgue del Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif). Hicieron unas cuantas llamadas y lograron reunir a un grupo que se ha mantenido allí, día tras día, acompañando. En los horarios de comida, en vehículo propio o prestado, logran que llegue el abasto para alimentar. Un promedio de 40 y hasta 50 desayunos, almuerzos y cenas se sirven a las personas que esperan, aunque no quieran ingerir un solo bocado.
La comida llega luego de que un voluntario ha donado su tiempo a diario para preparar los alimentos, cuya base es adquirida con los recursos anónimos que también han llegado para cubrir esa necesidad. De estos recursos han salido los fondos para que los padres de familia, cuando han debido moverse de un hospital a la morgue o viceversa, tengan con que hacerlo y quien los acompañe cuando no conocen la ciudad, o bien para pagar las certificaciones del Registro Nacional de las Personas (Renap), que son necesarias para los trámites legales requeridos. Ello, debido a que no ha habido una decisión estatal que ante la urgencia exonere del cobro a las familias afectadas por la masacre.
Mientras el sistema niega información y es incapaz de siquiera informar con precisión quién está bajo resguardo en dónde, acá de la libreta de una voluntaria sale una base de datos muy precisa. Sus saldos y baterías de teléfono se han agotado con llamadas a oficinas del Estado para inquirir por una niña y poder indicarle a la familia si está a salvo o no.
También ha habido un pecho materno para proporcionar leche a más de una criatura cuya madre necesita ir a identificar a una de las niñas fallecidas. «Una señora me pidió que le tuviera a la bebé un momento porque no quería llevarla adentro cuando reconociera a la niña que buscaba. La bebé lloraba y, como estoy amamantando, pude darle el pecho. Se calmó y se quedó dormida», afirma una de las voluntarias allí instalada.
Luego comenta que más tarde le tocará acompañar a otra persona que le ha pedido que la asista para identificar a su niña, pues no quiere entrar sola. «No tienes que hacerlo», le indica una psicóloga amiga. «Lo sé», replica, «pero sí quiero hacerlo, aunque me da tristeza de solo pensarlo». Luego viene la siguiente parte de la jornada: ubicar hospedaje para las familias que habrán de permanecer durante la noche y esperar hasta el día siguiente para completar el trámite. De nuevo a multiplicar los limitados recursos y a buscar donde puedan dormir con dignidad quienes por maleta llevan una carga de dolor, exclusión y angustia.
En medio del dolor y de la tragedia que lleva en el rostro, cada persona que ha pasado por los sitios donde Mayra y Steff han instalado su humano campamento ha recibido una mochila de humanidad. Ellas y el grupo que las apoya son el rostro de la solidaridad y la evidencia de que no todo está perdido. Ellas son el rostro de la ternura que ha brindado un abrazo de consuelo a quienes hoy más lo han necesitado. Por eso, a ellas, gracias por mantener nuestra esperanza encendida.
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